viernes, 11 de abril de 2008

POEMAS DEL ESPEJO (ZERKALO)


ZERKALO DE ANDREI TARCOVSKI

Fuente: Los poemas de "El espejo" de Arseni Alexandrovich Tarcovski, En Diario de Poesía, Buenos Aires; traducción de Irina Bogdaschevski.

Arseni Alexandrovich Tarkovski,
por Irina Bogdaschevski

Los poemas que se presentan en esta página en traducción directa del ruso al castellano son de Arseni Tarcovski (1907-1989), padre del famoso cineasta. Los mismos fueron empleados por su hijo en la película El espejo. Considerado el último representante de la gran generación de poetas rusos conocida como Siglo de Plata, no fue, como muchos de sus contemporáneos, deportado ni confinado ni asesinado por el régimen; sin embargo, sufrió persecución. Sus textos, eliminados de las revistas literarias y, por lo tanto, de la memoria de sus lectores, debieron esperar hasta la tardía publicación de Antes de la nevada, su primer libro, editado recién en 1962. Con anterioridad las galeras del mismo habían sido destruidas por decreto.

Tarcovski, que había perdido una pierna durante la Segunda Guerra Mundial, llevó a cabo, con vocación de sacerdote, su oficio de traductor. Sus categorías estéticas coincidían plenamente con sus principios éticos. De ese manera, una rima inexacta era considerada por Arseni Alexandrovich como amoral. La violación de la profunda concordancia entre la naturaleza y el idioma. La negligencia en la formación de una estrofa le producía sufrimiento. Fue un verdadero maestro de la traducción. El mejor ejemplo es, sin duda, su traducción del poeta Majtumkuli, representante de la literatura de Turkmenia del siglo XVIII.

Entre sus obras se cuentan Antes de la nevada (1962); A la tierra-lo terrenal (1966); Obras selectas: poesía, traducciones de 1929 a 1979 (1982); Desde la juventud hasta la vejez (1987) y Las estrellas sobre el Aragaz (1988).

LOS POEMAS DE "EL ESPEJO"
Primer poema

"Los primeros encuentros"


Cada instante de nuestros encuentros

celebramos, como una presencia Divina,

solos en todo el mundo. Entrabas

más audaz y liviana que el ala de un ave;

por la escalera, como un delirio,

saltabas de a dos los escalones, y corrías

a través de las húmedas lilas, llevándome lejos,

a tus dominios, al otro lado del espejo.



Cuando llegó la noche, recibí la gracia,

las puertas del altar se abrieron,

y brilló en la oscuridad, en el espacio

la desnudez, y se inclinó lentamente,

y despertando, pronuncié: "'¡Benditas seas!",

y en seguida percibí la insolencia

de esta bendición. Dormías,

y para pintar tus párpados de aquel azul eterno

las lilas se inclinaron hacia ti desde la mesa.

Tus párpados azules ahora estaban

serenos, y tibias tus manos.



En el cristal se percibía el pulso de los ríos,

el humo de los cerros, el resplandor del mar,

y una esfera en la palma de la mano sostenías,

de cristal, y dormías en el trono,

y ¡oh Dios Santo! era mía solamente.



Al despertarte, había transformado

el común lenguaje cotidiano

y con renovada fuerza se colmó la garganta

de vocablos sonoros, y la palabra "tú", tan liviana,

quería decir "rey" ahora, revelando su nuevo significado.

De pronto, en el mundo todo ha cambiado,

hasta las cosas simples, como la jarra, la palangana,

cuando se erguía en medio de nosotros, cuidándonos,

el agua, dura y laminado.



Fuimos llevados hacia el más allá,

y se abrían ante nosotros, como por encanto,

las ciudades milagrosas, y nos invitaban a pasar,

la menta se extendía bajo nuestro pies,

las aves seguían nuestro camino,

los peces remontaban nuevos ríos,

y el cielo se abrió ante nuestros ojos...

Mientras seguía nuestra huellas el destino,

como el loco, armado de una naranja.



Segundo Poema



Te esperé ayer desde el alba,

se dieron cuenta de que ya no vendrás.

¿Te acuerdas qué tiempo tuvimos?

Fue una fiesta. Yo salí sin abrigo.

Llegaste hoy, y nos han preparado

un día singularmente sombrío,

la lluvia y una particular hora tardía.

Y corren las gotas por las ramas heladas

que ni las palabras podrían frenar,

ni secar siquiera un pañuelo.



Tercer poema


No creo en los presentimientos, tampoco me asustan las señales,

no huyo ni del veneno, ni de las calumnias.

La muerte no existe en el mundo, todos son inmortales,

todo es inmortal, no hay que temer a la muerte

ni a los diecisiete años, ni a los setenta.



Existe solamente la realidad y la luz.

No hay en este mundo ni oscuridad, ni muerte.

Estamos todos reunidos en la orilla del mar,

y soy de aquellos que recogen las redes,

cuando viene, en cardumen, la inmortalidad.



Sigan viviendo en la casa, y ella no se destruirá.

Convocaré a cualquiera de los siglos,

entrare en él, y construiré allí mi morada.

Por eso están conmigo sus hijos y sus mujeres comparte mi mesa,

pues, la mesa es una sola para el bisabuelo y para el nieto.



Lo venidero acontece ahora, y si yo levanto la mano,

quedarían cinco rayos de luz para todos ustedes.

Mis clavículas apuntalaron, como vigas, los días del pasado,

medí los años con cadenas del agrimensor, horade el tiempo,

como si fueses los Urales, y elegí el siglo según mi estatura.



Bajamos al sur y levantamos el polvo de las estepas...

El pasto alto se alborotó, bromeó el grillo, tocó las herraduras,

nos auguró el futuro con sus bigotes,

y me amenazó, como un monje, con la perdición segura.



Até mi destino con las correas a la silla de montar,

aún erguido en los estribos, cabalgo como un muchacho en los tiempos venideros;

me satisface mi inmortalidad, para que mi sangre corra de siglo en siglo..

Por un rincón seguro de dulce tibieza pagaría obstinado con mi vida,

si ella no fuera una aguja voladora, que me tira, como a un hilo, por todo el mundo.



Cuarto Poema

El hombre tiene un solo cuerpo,

como y una celda incomunicada,

el alma ya está harta

de esa envoltura apretada,

con los ojos y los oídos

de tamaño tan escueto,

con la piel -pura cicatriz-

que viste el esqueleto.

A través de la retina vuela,

hacia el manantial del cielo,

hacia el eje helado,

hacia la carroza de pájaro,

y oye desde las rejas

de su prisión viviente,

el parloteo de bosques y prados,

la trompeta de los siete mares.

Es un pecado tener el alma sin cuerpo,

es lo mismo que un cuerpo sin camisa,

como si no tuviera no obra, ni proyecto,

ningún designio, ni una sola línea.

Puros enigmas sin ninguna clave.

Pues, quien volvería hacia atrás,

después de haber bailado

donde nadie bailaría jamás.

Y sueño con un alma diferente,

vestida de otra manera,

que arde, recorriendo siempre

el camino entre la timidez y la espera,

como una llamada seca, sin reflejo,

que corre al ras del suelo

y como un recuerdo, nos deja

el ramo de lilas en la mesa.

Corre, niño; no te apiades

de Eurídice desdichada,

echa rodar por el mundo

tu aro de cobre con una vara,

mientras, apenas audible,

pero respondiendo a cada paso,

la tierra suena en los oídos

tan alegres y austera.