lunes, 16 de noviembre de 2009

DOSSIER ANTIPROHIBICIONISTA# 1


SUPRESIÓN DE LA EVIDENCIA EN LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS

POR:
Alejo Alberdi

La falsificación de fotografías en la URSS durante la era de Stalin o –en la ficción– la reescritura de la Historia del Ministerio de la Verdad imaginado por Orwell en 1984, son dos casos notorios de falseamiento de la realidad denunciados reiteradamente como prueba de los males del totalitarismo. Sin embargo, estas estrategias no son privativas de los regímenes totalitarios, sino que han sido puestas en práctica con gran frecuencia por las democracias y, a diferencia del ejemplo citado, se han seguido usando hasta nuestros días, muy especialmente en el contexto de la Guerra Contra las Drogas.



La Prohibición se ha basado desde el principio en la utilización masiva de todas las tácticas de propaganda que caracterizaron a los totalitarismos del siglo pasado: designación de enemigos imaginarios como chivos expiatorios, reiteración de consignas simplistas, movilización permanente del cuerpo social en una guerra perpetua, recurso a mitos y leyendas, predominio de la emoción frente al intelecto, utilización de los medios de comunicación de masas, sacrificio de cualquier consideración que obstaculice el fin supremo, utilización espuria de la ciencia, promoción del miedo, la incertidumbre y la desesperación (estrategias conocidas por sus siglas en inglés: FUD), maniqueísmo grosero y un largo etcétera en el que ocupa un lugar muy importante la supresión de la evidencia, que abordaré a continuación.



Lo que sigue son unos pocos casos flagrantes de eliminación y ocultación de pruebas que cuestionan radicalmente los fundamentos del régimen prohibicionista. Ningún fin, por deseable, justo y bueno que sea (y la erradicación de las drogas no lo es para quien esto escribe) admite el recurso a estos medios.



La Comisión LaGuardia: El informe que nunca existió


Cualquiera que esté medianamente familiarizado con la historia de la prohibición de la marihuana en EE UU sabrá que su aprobación en el Congreso norteamericano se decidió tras una sesión relámpago de unas pocas horas y sin el menor debate científico previo. La documentación utilizada en este debate no fue más allá de unos cuantos recortes de la prensa amarilla y, curiosamente, el único científico que fue llamado a declarar, el representante de la Asociación Médica Americana (AMA) William C. Woodward, fue amonestado severamente por el presidente del Comité del Congreso cuando se atrevió a poner en duda la veracidad de lo publicado en los periódicos. Woodward no fue el único en desconfiar de los asesinatos con hacha y demás historias de terror publicadas por la prensa sensacionalista. Fiorello LaGuardia está considerado como uno de los mejores alcaldes que ha tenido Nueva York. Durante los años más duros de la Depresión consiguió sacar del agujero a la Gran Manzana mediante ambiciosos programas de empleo público, se enfrentó a cara de perro con la corrupción que venía contaminando la ciudad desde tiempos inmemoriales y fue un ferviente antinazi mucho antes de que esta actitud se pusiera de moda en EE UU. LaGuardia se mostró escéptico ante las afirmaciones de Anslinger sobre los “niños” de NY, que estarían a punto de lanzarse a “orgías de robo, sexo y asesinato provocadas por la marihuana”, e hizo lo que no había hecho el enemigo Nº 1 de la hierba del diablo: encargar un estudio a la Academia de Medicina de NY en 1939. Tras cinco años de investigaciones, los expertos consultados refutaron una amplia gama de insidias, desde la teoría de la escalada hasta la relación entre marihuana y violencia, al tiempo que descubrieron que el uso de marihuana en las escuelas neoyorquinas era virtualmente inexistente. Al principio, Anslinger evitó entrar en polémicas, pero pronto contraatacó con virulencia, primero a través de un editorial del JAMA (órgano de la AMA) donde puerilmente se acusaba al Informe LaGuardia de incitar al consumo de marihuana a un niño de 16 años que había sufrido un grave deterioro mental y, más tarde, mediante una campaña de intimidación y acoso en la que denunció a LaGuardia y a los médicos participantes en el estudio. No es de extrañar que, tras esta experiencia, no se realizara ningún estudio amplio sobre la marihuana hasta 1972. Como cuenta Escohotado en su Historia General de las Drogas, un manto de silencio cayó sobre el informe LaGuardia hasta que el sociólogo David Solomon, después de encontrar una copia cubierta de polvo en los sótanos de la alcaldía de NY, lo publicó en su integridad por primera vez en 1969.



Hemp For Victory: El documental que nunca existió


La hierba del diablo recuperó durante un tiempo su nombre clásico con la entrada de EE UU en la Segunda Guerra Mundial en 1942, año en el que el gobierno estadounidense emprendió una frenética campaña para fomentar su cultivo. Con la promulgación de la Marijuana Tax Act, el cultivo de cáñamo había desaparecido virtualmente de EE UU, lo que obligó a los norteamericanos a importarlo de otros países. Muchos de ellos estaban en el sudeste asiático pero, con la expansión del imperialismo japonés, EE UU se quedó sin suministro. El cáñamo era vital para la guerra: la Marina necesitaba cientos de miles de metros de cuerda, todos los paracaídas estaban hechos de cáñamo, así como los cordones de las botas militares.

Así pues, la “marijuana” de Anslinger volvió a llamarse “cáñamo” (“hemp”), se concedieron subvenciones a los cultivadores, se les eximió (a ellos y a sus hijos) del servicio militar, se imprimieron millones de panfletos, cómics, pósters y se proyectó masivamente entre los agricultores un documental de 14 minutos titulado Hemp For Victory (Cáñamo para la Victoria). Todo esto no tendría demasiada importancia si no fuera porque durante largo tiempo el gobierno de EE UU negó la mera existencia de la película y la campaña de propaganda. Nada menos que quince años estuvo el pobre Jack Herer de oficina en oficina, de biblioteca en biblioteca, de despacho en despacho y en todas partes le decían lo mismo: no nos consta que este documental se haya rodado. En 1989, y tras varias visitas infructuosas a la Biblioteca del Congreso en Washington, Herer pidió un catálogo con todas las películas realizadas entre treinta y cuarenta años antes y finalmente la encontró. Desde entonces, todo el mundo puede acceder y proyectar libre de cargas el documental en el que el gobierno de EE UU animó por una vez a sembrar cáñamo. El efecto de la campaña ha llegado hasta nuestros días, hasta el punto de que el 98 por ciento de la “marihuana” incautada por la DEA en el año 2005 fue cáñamo industrial, en concreto 219 millones de plantas, gran parte de ellas hijas, o más bien nietas, de Hemp For Victory.



Las bajadas de pantalones de la OMS


El caso LaGuardia se repitió, esta vez a nivel mundial, en 1998, manchando la reputación de la OMS y cuestionando seriamente su neutralidad científica. El 21 de febrero de 1998, la revista Science denunciaba en un artículo titulado, Lo que la OMS no quiere que sepas sobre el cannabis, que altos funcionarios de la OMS en Ginebra habían eliminado un informe, que formaba parte del primer estudio sobre la marihuana realizado por este organismo en 15 años, en el que se comparaban favorablemente los efectos adversos del cannabis con los de tabaco y alcohol. Tras una violenta disputa entre funcionarios de la OMS, los expertos que habían elaborado el informe y unos misteriosos “consejeros externos”, se optó por no incluir este apartado en el último minuto, alegando que este tipo de comparaciones carecían de “fiabilidad y de relevancia en cuanto a la salud pública”. Science sugería que los consejeros (pertenecientes al NIDA norteamericano y a la oficina de drogas de la ONU) advirtieron a la OMS de que los datos del informe podrían ser utilizados por los grupos favorables a la legalización de la marihuana. No es de extrañar, porque en la versión consultada por Science y obtenida mediante una filtración, de siete daños a largo plazo examinados, cinco eran favorables al cannabis, mientras que los dos restantes (relativos a cáncer y psicosis) eran ambiguos.



Menos conocido es otro caso anterior, idéntico e igualmente vergonzoso, esta vez relacionado con la coca y la cocaína. En 1990, la OMS creó un programa sobre abuso de sustancias (PSA) con el fin de ampliar el conocimiento científico sobre drogas. Dos años más tarde, los expertos de este programa presentaron un proyecto sobre la cocaína que iba a ser el estudio más completo de los realizados en el mundo hasta entonces. Cuando se difundió un resumen de los resultados en 1995, estalló el escándalo. Se minimizaban los efectos del uso ocasional de cocaína, se destacaba que en todos los países estudiados las consecuencias negativas del uso de tabaco y alcohol eran mucho más graves, se valoraban los aspectos positivos del consumo tradicional de hoja de coca y se invitaba a evaluar los efectos negativos de las políticas de interdicción, entre ellos el recurso a las medidas represivas y el impacto de la prohibición sobre la salud pública. La reacción de los funcionarios estadounidenses fue inmediata: acusaron a la OMS de colaborar con organizaciones favorables a la legalización, de socavar los esfuerzos internacionales para erradicar la cocaína, de alentar a su uso y, finalmente, amenazaron con recortar los fondos destinados a la OMS si no entraban en razón. Así fue como tres años de trabajo de más de cuarenta expertos terminaron en la papelera. El informe de la OMS sobre la cocaína jamás vio la luz.



Librerías y neolengua desde el Reaganismo hasta hoy


Jonathan Ott ha hablado en varias ocasiones de la desaparición de los libros sobre drogas contrarios a la ortodoxia de los estantes de las librerías (especialmente de las grandes cadenas) durante los años de Reagan y Bush padre. Obras como “Las plantas de los dioses”, de Hofmann y Schultes, eran entonces imposibles de encontrar, así como otras muchas consideradas “inconvenientes”. Cuando se publicaron el Pharmacotheon, de Ott, o Phikal, de Shulgin, la situación era ya distinta y la llegada de Internet terminó definitivamente con esta sequía artificial, pero el celo antidroga del reaganismo llegó mucho más allá. Craig Reinarman, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de California, publicó en 2005 un artículo donde daba cuenta de un memorándum interno del NIDA, emitido por aquella época, en el que se conminaba a los documentalistas a destruir algunos estudios del propio Instituto considerados “obsoletos”, “equívocos” o “peligrosos”. De igual modo, el NIDA jugó al Gran Hermano orwelliano con su propia versión de la neolengua. Algunos términos incorrectos debían ser sustituidos por otros en los informes, estudios y publicaciones del organismo antidroga norteamericano. Por ejemplo, la expresión “uso de drogas” debía ser sustituida en todos los casos por “abuso de drogas”, dado que la ilegalidad de las sustancias impedía cualquier uso legítimo. Supongo que de ahí hemos heredado la absurda construcción “drogas de abuso”, a la que recurren hoy en día muchos científicos que no tienen el menor reparo en dejar de lado la ciencia y utilizar un término preñado de ideología. De igual modo, a mediados de los años noventa, el Departamento de Estado norteamericano pidió a sus agencias que evitaran a toda costa el uso de la expresión “reducción de daños” por considerarla un subterfugio de “legalización”. Con la llegada de Bush Jr. Al poder en 2004, su gobierno haría extensiva esta invitación a la agencia antidroga de la ONU (UNODC) bajo la amenaza de cortar su aporte de fondos.



Tony Blair y la táctica del avestruz


La tendencia de los políticos a hacer caso omiso de las conclusiones de los expertos cuando no se ajustan al dogma prohibicionista es una larga tradición que llega hasta nuestros días. En el año 2003, Tony Blair recibió un demoledor informe sobre el fracaso de la prohibición de manos de Lord Birt, uno de sus asesores de confianza. El documento señalaba que la actuación policial y judicial no tiene el menor impacto en la disponibilidad o el precio de drogas como la cocaína y la heroína, y tampoco ayuda a mejorar la salud de los adictos británicos, sino todo lo contrario.



Pero la cosa no quedaba ahí. Según el Informe Birt[1], una mayor eficacia de las labores de interdicción tampoco supondría una mejora de la situación actual, dado que los traficantes compensarían las pérdidas con aumentos de precio. Sería necesario que las incautaciones pasaran del actual 20 por ciento a un mínimo del 60 por ciento para que los narcos (que ingresan 4.000 millones de libras al año) empezaran a preocuparse. Mientras, 30.000 usuarios de heroína y crack cometen veintiún millones de delitos cada año con un coste de 16.000 millones de libras para los sufridos ciudadanos británicos. Por otra parte, en el documento se destacaba que el uso de drogas prohibidas es hoy increíblemente mayor que en cualquier otro período de la Historia, incluidas las épocas en que las drogas se vendían sin restricciones en farmacias o cuando se dispensaba heroína a los adictos.



Nunca habríamos sabido de la existencia de este informe de no ser por el diario The Guardian, que dio a conocer la historia en julio de 2005 y consiguió presionar para que se diera a conocer una parte del informe, en concreto 52 páginas, pero el documento completo tiene otras 53 páginas que, hasta la fecha, siguen retenidas “por motivos de seguridad”. Un portavoz del gobierno británico alegó con cierta candidez que la parte retenida se mantenía en secreto para “evitarle el apuro” a Blair. Por su parte, el Primer Ministro se limitó a proponer tratamiento obligatorio para los adictos que tantos crímenes cometían.



Como conclusión, todos estos hechos y otros similares no son excepciones en la larga historia de la prohibición de las drogas, sino eslabones de una cadena que constituyen su tónica general. No es de extrañar que las autoridades y los burócratas eludan el debate sobre los aspectos históricos de la prohibición, porque con estos materiales está construida una farsa que se vende a la opinión pública bajo el pretexto de la promoción de la salud, la lucha contra el delito y la protección de la infancia y la juventud. Si, como se suele aceptar generalmente, son los medios los que justifican los fines y no al revés, la Guerra contra las Drogas carece y ha carecido siempre de justificación.



Alejo Alberdi, en Cáñamo (La revista de la cultura del cannabis), nº 112, abril de 2007, pp. 46-50.





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[1] La parte pública del informe se puede consultar en:

http://image.guardian.co.uk/sys-files/Guardian/documents/2005/07/05/Report.pdf

SUPRESIÓN DE LA EVIDENCIA EN LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS





La falsificación de fotografías en la URSS durante la era de Stalin o –en la ficción– la reescritura de la Historia del Ministerio de la Verdad imaginado por Orwell en 1984, son dos casos notorios de falseamiento de la realidad denunciados reiteradamente como prueba de los males del totalitarismo. Sin embargo, estas estrategias no son privativas de los regímenes totalitarios, sino que han sido puestas en práctica con gran frecuencia por las democracias y, a diferencia del ejemplo citado, se han seguido usando hasta nuestros días, muy especialmente en el contexto de la Guerra Contra las Drogas.



La Prohibición se ha basado desde el principio en la utilización masiva de todas las tácticas de propaganda que caracterizaron a los totalitarismos del siglo pasado: designación de enemigos imaginarios como chivos expiatorios, reiteración de consignas simplistas, movilización permanente del cuerpo social en una guerra perpetua, recurso a mitos y leyendas, predominio de la emoción frente al intelecto, utilización de los medios de comunicación de masas, sacrificio de cualquier consideración que obstaculice el fin supremo, utilización espuria de la ciencia, promoción del miedo, la incertidumbre y la desesperación (estrategias conocidas por sus siglas en inglés: FUD), maniqueísmo grosero y un largo etcétera en el que ocupa un lugar muy importante la supresión de la evidencia, que abordaré a continuación.



Lo que sigue son unos pocos casos flagrantes de eliminación y ocultación de pruebas que cuestionan radicalmente los fundamentos del régimen prohibicionista. Ningún fin, por deseable, justo y bueno que sea (y la erradicación de las drogas no lo es para quien esto escribe) admite el recurso a estos medios.



La Comisión LaGuardia: El informe que nunca existió


Cualquiera que esté medianamente familiarizado con la historia de la prohibición de la marihuana en EE UU sabrá que su aprobación en el Congreso norteamericano se decidió tras una sesión relámpago de unas pocas horas y sin el menor debate científico previo. La documentación utilizada en este debate no fue más allá de unos cuantos recortes de la prensa amarilla y, curiosamente, el único científico que fue llamado a declarar, el representante de la Asociación Médica Americana (AMA) William C. Woodward, fue amonestado severamente por el presidente del Comité del Congreso cuando se atrevió a poner en duda la veracidad de lo publicado en los periódicos. Woodward no fue el único en desconfiar de los asesinatos con hacha y demás historias de terror publicadas por la prensa sensacionalista. Fiorello LaGuardia está considerado como uno de los mejores alcaldes que ha tenido Nueva York. Durante los años más duros de la Depresión consiguió sacar del agujero a la Gran Manzana mediante ambiciosos programas de empleo público, se enfrentó a cara de perro con la corrupción que venía contaminando la ciudad desde tiempos inmemoriales y fue un ferviente antinazi mucho antes de que esta actitud se pusiera de moda en EE UU. LaGuardia se mostró escéptico ante las afirmaciones de Anslinger sobre los “niños” de NY, que estarían a punto de lanzarse a “orgías de robo, sexo y asesinato provocadas por la marihuana”, e hizo lo que no había hecho el enemigo Nº 1 de la hierba del diablo: encargar un estudio a la Academia de Medicina de NY en 1939. Tras cinco años de investigaciones, los expertos consultados refutaron una amplia gama de insidias, desde la teoría de la escalada hasta la relación entre marihuana y violencia, al tiempo que descubrieron que el uso de marihuana en las escuelas neoyorquinas era virtualmente inexistente. Al principio, Anslinger evitó entrar en polémicas, pero pronto contraatacó con virulencia, primero a través de un editorial del JAMA (órgano de la AMA) donde puerilmente se acusaba al Informe LaGuardia de incitar al consumo de marihuana a un niño de 16 años que había sufrido un grave deterioro mental y, más tarde, mediante una campaña de intimidación y acoso en la que denunció a LaGuardia y a los médicos participantes en el estudio. No es de extrañar que, tras esta experiencia, no se realizara ningún estudio amplio sobre la marihuana hasta 1972. Como cuenta Escohotado en su Historia General de las Drogas, un manto de silencio cayó sobre el informe LaGuardia hasta que el sociólogo David Solomon, después de encontrar una copia cubierta de polvo en los sótanos de la alcaldía de NY, lo publicó en su integridad por primera vez en 1969.



Hemp For Victory: El documental que nunca existió


La hierba del diablo recuperó durante un tiempo su nombre clásico con la entrada de EE UU en la Segunda Guerra Mundial en 1942, año en el que el gobierno estadounidense emprendió una frenética campaña para fomentar su cultivo. Con la promulgación de la Marijuana Tax Act, el cultivo de cáñamo había desaparecido virtualmente de EE UU, lo que obligó a los norteamericanos a importarlo de otros países. Muchos de ellos estaban en el sudeste asiático pero, con la expansión del imperialismo japonés, EE UU se quedó sin suministro. El cáñamo era vital para la guerra: la Marina necesitaba cientos de miles de metros de cuerda, todos los paracaídas estaban hechos de cáñamo, así como los cordones de las botas militares.

Así pues, la “marijuana” de Anslinger volvió a llamarse “cáñamo” (“hemp”), se concedieron subvenciones a los cultivadores, se les eximió (a ellos y a sus hijos) del servicio militar, se imprimieron millones de panfletos, cómics, pósters y se proyectó masivamente entre los agricultores un documental de 14 minutos titulado Hemp For Victory (Cáñamo para la Victoria). Todo esto no tendría demasiada importancia si no fuera porque durante largo tiempo el gobierno de EE UU negó la mera existencia de la película y la campaña de propaganda. Nada menos que quince años estuvo el pobre Jack Herer de oficina en oficina, de biblioteca en biblioteca, de despacho en despacho y en todas partes le decían lo mismo: no nos consta que este documental se haya rodado. En 1989, y tras varias visitas infructuosas a la Biblioteca del Congreso en Washington, Herer pidió un catálogo con todas las películas realizadas entre treinta y cuarenta años antes y finalmente la encontró. Desde entonces, todo el mundo puede acceder y proyectar libre de cargas el documental en el que el gobierno de EE UU animó por una vez a sembrar cáñamo. El efecto de la campaña ha llegado hasta nuestros días, hasta el punto de que el 98 por ciento de la “marihuana” incautada por la DEA en el año 2005 fue cáñamo industrial, en concreto 219 millones de plantas, gran parte de ellas hijas, o más bien nietas, de Hemp For Victory.



Las bajadas de pantalones de la OMS


El caso LaGuardia se repitió, esta vez a nivel mundial, en 1998, manchando la reputación de la OMS y cuestionando seriamente su neutralidad científica. El 21 de febrero de 1998, la revista Science denunciaba en un artículo titulado, Lo que la OMS no quiere que sepas sobre el cannabis, que altos funcionarios de la OMS en Ginebra habían eliminado un informe, que formaba parte del primer estudio sobre la marihuana realizado por este organismo en 15 años, en el que se comparaban favorablemente los efectos adversos del cannabis con los de tabaco y alcohol. Tras una violenta disputa entre funcionarios de la OMS, los expertos que habían elaborado el informe y unos misteriosos “consejeros externos”, se optó por no incluir este apartado en el último minuto, alegando que este tipo de comparaciones carecían de “fiabilidad y de relevancia en cuanto a la salud pública”. Science sugería que los consejeros (pertenecientes al NIDA norteamericano y a la oficina de drogas de la ONU) advirtieron a la OMS de que los datos del informe podrían ser utilizados por los grupos favorables a la legalización de la marihuana. No es de extrañar, porque en la versión consultada por Science y obtenida mediante una filtración, de siete daños a largo plazo examinados, cinco eran favorables al cannabis, mientras que los dos restantes (relativos a cáncer y psicosis) eran ambiguos.



Menos conocido es otro caso anterior, idéntico e igualmente vergonzoso, esta vez relacionado con la coca y la cocaína. En 1990, la OMS creó un programa sobre abuso de sustancias (PSA) con el fin de ampliar el conocimiento científico sobre drogas. Dos años más tarde, los expertos de este programa presentaron un proyecto sobre la cocaína que iba a ser el estudio más completo de los realizados en el mundo hasta entonces. Cuando se difundió un resumen de los resultados en 1995, estalló el escándalo. Se minimizaban los efectos del uso ocasional de cocaína, se destacaba que en todos los países estudiados las consecuencias negativas del uso de tabaco y alcohol eran mucho más graves, se valoraban los aspectos positivos del consumo tradicional de hoja de coca y se invitaba a evaluar los efectos negativos de las políticas de interdicción, entre ellos el recurso a las medidas represivas y el impacto de la prohibición sobre la salud pública. La reacción de los funcionarios estadounidenses fue inmediata: acusaron a la OMS de colaborar con organizaciones favorables a la legalización, de socavar los esfuerzos internacionales para erradicar la cocaína, de alentar a su uso y, finalmente, amenazaron con recortar los fondos destinados a la OMS si no entraban en razón. Así fue como tres años de trabajo de más de cuarenta expertos terminaron en la papelera. El informe de la OMS sobre la cocaína jamás vio la luz.



Librerías y neolengua desde el Reaganismo hasta hoy


Jonathan Ott ha hablado en varias ocasiones de la desaparición de los libros sobre drogas contrarios a la ortodoxia de los estantes de las librerías (especialmente de las grandes cadenas) durante los años de Reagan y Bush padre. Obras como “Las plantas de los dioses”, de Hofmann y Schultes, eran entonces imposibles de encontrar, así como otras muchas consideradas “inconvenientes”. Cuando se publicaron el Pharmacotheon, de Ott, o Phikal, de Shulgin, la situación era ya distinta y la llegada de Internet terminó definitivamente con esta sequía artificial, pero el celo antidroga del reaganismo llegó mucho más allá. Craig Reinarman, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de California, publicó en 2005 un artículo donde daba cuenta de un memorándum interno del NIDA, emitido por aquella época, en el que se conminaba a los documentalistas a destruir algunos estudios del propio Instituto considerados “obsoletos”, “equívocos” o “peligrosos”. De igual modo, el NIDA jugó al Gran Hermano orwelliano con su propia versión de la neolengua. Algunos términos incorrectos debían ser sustituidos por otros en los informes, estudios y publicaciones del organismo antidroga norteamericano. Por ejemplo, la expresión “uso de drogas” debía ser sustituida en todos los casos por “abuso de drogas”, dado que la ilegalidad de las sustancias impedía cualquier uso legítimo. Supongo que de ahí hemos heredado la absurda construcción “drogas de abuso”, a la que recurren hoy en día muchos científicos que no tienen el menor reparo en dejar de lado la ciencia y utilizar un término preñado de ideología. De igual modo, a mediados de los años noventa, el Departamento de Estado norteamericano pidió a sus agencias que evitaran a toda costa el uso de la expresión “reducción de daños” por considerarla un subterfugio de “legalización”. Con la llegada de Bush Jr. Al poder en 2004, su gobierno haría extensiva esta invitación a la agencia antidroga de la ONU (UNODC) bajo la amenaza de cortar su aporte de fondos.



Tony Blair y la táctica del avestruz


La tendencia de los políticos a hacer caso omiso de las conclusiones de los expertos cuando no se ajustan al dogma prohibicionista es una larga tradición que llega hasta nuestros días. En el año 2003, Tony Blair recibió un demoledor informe sobre el fracaso de la prohibición de manos de Lord Birt, uno de sus asesores de confianza. El documento señalaba que la actuación policial y judicial no tiene el menor impacto en la disponibilidad o el precio de drogas como la cocaína y la heroína, y tampoco ayuda a mejorar la salud de los adictos británicos, sino todo lo contrario.



Pero la cosa no quedaba ahí. Según el Informe Birt[1], una mayor eficacia de las labores de interdicción tampoco supondría una mejora de la situación actual, dado que los traficantes compensarían las pérdidas con aumentos de precio. Sería necesario que las incautaciones pasaran del actual 20 por ciento a un mínimo del 60 por ciento para que los narcos (que ingresan 4.000 millones de libras al año) empezaran a preocuparse. Mientras, 30.000 usuarios de heroína y crack cometen veintiún millones de delitos cada año con un coste de 16.000 millones de libras para los sufridos ciudadanos británicos. Por otra parte, en el documento se destacaba que el uso de drogas prohibidas es hoy increíblemente mayor que en cualquier otro período de la Historia, incluidas las épocas en que las drogas se vendían sin restricciones en farmacias o cuando se dispensaba heroína a los adictos.



Nunca habríamos sabido de la existencia de este informe de no ser por el diario The Guardian, que dio a conocer la historia en julio de 2005 y consiguió presionar para que se diera a conocer una parte del informe, en concreto 52 páginas, pero el documento completo tiene otras 53 páginas que, hasta la fecha, siguen retenidas “por motivos de seguridad”. Un portavoz del gobierno británico alegó con cierta candidez que la parte retenida se mantenía en secreto para “evitarle el apuro” a Blair. Por su parte, el Primer Ministro se limitó a proponer tratamiento obligatorio para los adictos que tantos crímenes cometían.



Como conclusión, todos estos hechos y otros similares no son excepciones en la larga historia de la prohibición de las drogas, sino eslabones de una cadena que constituyen su tónica general. No es de extrañar que las autoridades y los burócratas eludan el debate sobre los aspectos históricos de la prohibición, porque con estos materiales está construida una farsa que se vende a la opinión pública bajo el pretexto de la promoción de la salud, la lucha contra el delito y la protección de la infancia y la juventud. Si, como se suele aceptar generalmente, son los medios los que justifican los fines y no al revés, la Guerra contra las Drogas carece y ha carecido siempre de justificación.



Alejo Alberdi, en Cáñamo (La revista de la cultura del cannabis), nº 112, abril de 2007, pp. 46-50.





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[1] La parte pública del informe se puede consultar en:

http://image.guardian.co.uk/sys-files/Guardian/documents/2005/07/05/Report.pdf

"HEMP FOR VICTORY"
CUANDO A LOS NORTEAMERICANOS LES CONVENIA INCENTIVAR EL CULTIVO DE LA MARIA.



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