lunes, 2 de febrero de 2015

Las cenizas de una época







Las cenizas de una época

Las cenizas de una época
Metal-riff para una sirena varada. 
Ómar García Ramírez. 2014. 
Biblioteca de Autores Quindianos. 182 págs.


Una llamarada acústica asciende por las sinuosas geografías de esta novela para incendiar nuestra lectura con una poética de la noche; estridencia de bajos y platos eléctricos, gritos nómadas y de liturgias metaleras que exorcizan la muerte.

Melodía demoniaca casi invencible que no obstante viene acompañada de unos coros ahogados, jadeantes que susurran sobre el escenario cánticos de desolación y fracaso.

Arpegios y distorsiones para una sociedad decadente que sobrevive entre escombros de publicidad y consumo. Confrontación de propósito estilístico y artístico: escribir una historia y una poética de esa historia bajo otros cánones, utilizando otros artilugios, mezclando y subvirtiendo las fronteras que separan a un género de otros, suerte de laberinto expuesto a nuevos lenguajes e incertidumbres, con un rostro enrarecido y marginal. Explosión de cuerdas y decibles como telón de fondo para un rebaño ensangrentado y acorralado, para un país mancillado por la violencia.

Un resplandor melódico que decanta en su fulgor la historia de Salomé, sirena metálica que acuna en su garganta la furia del infierno y de los ángeles caídos, demonios eléctricos y delirantes que hablan el mismo lenguaje de los malditos. Salomé con una voz mordida por el fuego de las palabras despedaza los escenarios con su grupo Quimeras, guerreándole a la violencia que tiene jodidos a los jóvenes con sus naufragios de sangre y carnavales de muerte. Este escenario narcotizado por la voz de un ectoplasma polifónico y ruidoso, que enloquecía con sus mejores vibratos, pronto es cercado, silenciado y su cántico inigualable es expuesto a las demandas del mercado que reclaman la conquista comercial.

Quimeras se niega a borrar sus raíces impetuosas fusionándose con ritmos lights que transfiguren su rostro, razón por la cual es borrado de la escena nacional, la bestia es acallada y en la periferia sus rugidos son ecos moribundos que ya nadie escucha. Desde esa orilla, entre esos escombros de gloria logra salvarse Salomé, que en un estado de abandono encalla en el puerto de Gregorio Toscano, poeta periférico, letrista de la banda, escritor fantasma de sus canciones y junto a él concibe un plan para recobrar su fortuna, arriesgando la poca sangre en sus venas para torcer el rumbo de la rueda. Dos criaturas extrañas acostumbradas a un estado de soledad compartida que lanzan los dados sobre un tablero oscuro, muy parecido al abismo.

Ómar García Ramírez, poeta y novelista quindiano, edifica en su reciente novela un universo de los evadidos, los habitantes de las márgenes, los desertores de una cultura del fusil y de las esferas industriales, que se desplazan por la periferia llevando el ritmo de la inconformidad en las botas, una danza guerrera que resuena en las entrañas de la ciudad cada vez que el aquelarre sinfónico entra en escena. Universo dinámico y convulso que se enfrenta con todas sus garras y aullidos a una guerra que se sortea en cada esquina para maldecir sus alcances. Pero el escritor no solo encarna el mundo de los nómadas, a su vez construye el escenario del fracaso en sus personajes para quienes la suerte es siempre esquiva, lejana, a pesar de las tentativas por aferrarse a sus comarcas. La fortuna con todos sus engranajes no ha virado de manera concluyente para estos desdichados que se encuentran en lo fondo de una sociedad execrable.

Metal-riff para una sirena varada está escrita en clave de nostalgia y en sus acordes se registra una añoranza desgarradora, progresión de armonías que exaltan el pasado de una Salomé que se consume entre sombras, entre tierras miserables donde su voz y su furia escénica son las cenizas de una hoguera remota. Memorias de una victoria parcial, un sablazo al delirio de la inmortalidad, oda al ímpetu y a la suerte de una valkiria abandonada. Recuento de una historia de los gitanos del metal, genealogía de bandas que respiran una misma onda humeante, un caldo de cultivo para Quimeras —que bajo sus trombas reunía en una ola a los demonios náufragos dispersos por la marea—, una cronología de la estética y poética musical del metal melódico; instrumento cultural que es asimilado por el sistema, un universo de sueños quemados bajo reflectores, un veneno excitante.
Pero además este riff, esta composición narrativa viene acompañada de un telón musical de fondo para cada capítulo, fragmentos de canciones, ración musical que dará los acordes necesarios para ajustar el escenario y el entorno en que transcurre la historia, cada preámbulo brindará un ritmo y un registro solemne para los pasajes posteriores, cadencia que constituirá las coordenadas de expedición, la brújula que oriente el camino, que demarque las fronteras.

Elementos como la inestabilidad y el vértigo hacen parte de la apuesta narrativa de Ómar García, ingredientes que dotan de un aire de movilidad, de rapidez a la novela que se vuelca sobre sí misma, sobre su sombra observada para conocerse mejor, para obtener de su interior las razones más disímiles y certeras acerca del mundo reflejado, universo que traza una única vía de tránsito: la del infortunio. Destino que no comparte la propuesta estética de García Ramírez que se levanta como un sólido baluarte, un prototipo de lenguaje poético y audaz andamiaje experimental, construcción hibrida que reúne irreverentes zarpazos callejeros, afiladas estrofas y versos fecundos en sus páginas.




Por Aurora Osorio