domingo, 9 de septiembre de 2007

EL OJO DE SILVA



Uno de los grandes cuentos, del fallecido escritor chileno Roberto Bolaño.



Lo que son las cosas, Mauricio Silva, llamado el Ojo, siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende.

El caso del Ojo es paradigmático y ejemplar y tal vez no sea ocioso volver a recordarlo, sobre todo cuando ya han pasado tantos años.
En enero de 1974, cuatro meses después del golpe de Estado, el Ojo Silva se marchó de Chile. Primero estuvo en Buenos Aires, luego los malos vientos que soplaban en la vecina república lo llevaron a México en donde vivió un par de años y en donde lo conocí.
No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el D.F.: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados.
Nos hicimos amigos y solíamos encontrarnos una vez a la semana, por lo menos, en el café La Habana, de Bucareli, o en mi casa de la calle Versalles en donde yo vivía con mi madre y con mi hermana. Los primeros meses el Ojo Silva sobrevivió a base de tareas esporádicas y precarias, luego consiguió trabajo como fotógrafo de un periódico del D.F. No recuerdo qué periódico era, tal vez El Sol, si alguna vez existió en México un periódico de ese nombre, tal vez El Universal; yo hubiera preferido que fuera El Nacional, cuyo suplemento cultural dirigía el viejo poeta español Juan Rejano, pero en El Nacional no fue porque yo trabajé allí y nunca vi al Ojo en la redacción. Pero trabajó en un periódico mexicano, de eso no me cabe la menor duda, y su situación económica mejoró, al principio imperceptiblemente, porque el Ojo se había acostumbrado a vivir de forma espartana, pero si uno afinaba la mirada podía apreciar señales inequívocas que hablaban de un repunte económico.
Los primeros meses en el D.F., por ejemplo, lo recuerdo vestido con sudaderas. Los últimos ya se había comprado un par de camisas e incluso una vez lo vi con corbata, una prenda que nosotros, es decir mis amigos poetas y yo, no usábamos nunca. De hecho, el único personaje encorbatado que alguna vez se sentó a nuestra mesa del café Quito, en la avenida Bucareli, fue el Ojo.
Por aquellos días se decía que el Ojo Silva era homosexual. Quiero decir: en los círculos de exiliados chilenos corría ese rumor, en parte como manifestación de maledicencia y en parte como un nuevo chisme que alimentaba la vida más bien aburrida de los exiliados, gente de izquierda que pensaba, al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile.
Una vez vino el Ojo a comer a mi casa. Mi madre lo apreciaba y el Ojo correspondía al cariño haciendo de vez en cuando fotos de la familia, es decir de mi madre, de mi hermana, de alguna amiga de mi madre y de mí. A todo el mundo le gusta que lo fotografíen, me dijo una vez. A mí me daba igual, o eso creía, pero cuando el Ojo dijo eso estuve pensando durante un rato en sus palabras y terminé por darle la razón. Sólo a algunos indios no les gustan las fotos, dijo. Mi madre creyó que el Ojo estaba hablando de los mapuches, pero en realidad hablaba de los indios de la India, de esa India que tan importante iba a ser para él en el futuro.
Una noche me lo encontré en el café Quito. Casi no había parroquianos y el Ojo estaba sentado junto a los ventanales que daban a Bucareli con un café con leche servido en vaso, esos vasos grandes de vidrio grueso que tenía el Quito y que nunca más he vuelto a ver en un establecimiento público. Me senté junto a él y estuvimos charlando durante un rato. Parecía translúcido. Esa fue la impresión que tuve. El Ojo parecía de cristal, y su cara y el vaso de vidrio de su café con leche parecían intercambiar señales, como si se acabaran de encontrar, dos fenómenos incomprensibles en el vasto universo, y trataran con más voluntad que esperanza de hallar un lenguaje común.
Esa noche me confesó que era homosexual, tal como propagaban los exiliados, y que se iba de México. Por un instante creí entender que se marchaba porque era homosexual. Pero no, un amigo le había conseguido un trabajo en una agencia de fotógrafos de París y eso era algo con lo que siempre había soñado. Tenía ganas de hablar y yo lo escuché. Me dijo que durante algunos años había llevado con ¿pesar?, ¿discreción?, su inclinación sexual, sobre todo porque él se consideraba de izquierdas y los compañeros veían con cierto prejuicio a los homosexuales. Hablamos de la palabra invertido (hoy en desuso) que atraía como un imán paisajes desolados, y del término colisa, que yo escribía con ese y que el Ojo pensaba se escribía con zeta.
Recuerdo que terminamos despotricando contra la izquierda chilena y que en algún momento yo brindé por los luchadores chilenos errantes, una fracción numerosa de los luchadores latinoamericanos errantes, entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erraban por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre, por lo demás, era el peor. Pero después de reírnos el Ojo dijo que la violencia no era cosa suya. Tuya sí, me dijo con una tristeza que entonces no entendí, pero no mía. Detesto la violencia. Yo le aseguré que sentía lo mismo. Después nos pusimos a hablar de otras cosas, libros, películas, y ya no nos volvimos a ver.
Un día supe que el Ojo se había marchado de México. Me lo comunicó un antiguo compañero suyo del periódico. No me pareció extraño que no se hubiera despedido de mí. El Ojo nunca se despedía de nadie. Yo nunca me despedía de nadie. Mis amigos mexicanos nunca se despedían de nadie. A mi madre, sin embargo, le pareció un gesto de mala educación.
Dos o tres años después yo también me marché de México. Estuve en París, lo busqué (si bien no con excesivo ahínco), no lo encontré. Con el paso del tiempo empecé a olvidar hasta su rostro, aunque siempre persistió en mi memoria una forma de acercarse, un estar, una forma de opinar desde cierta distancia y desde cierta tristeza nada enfática que asociaba con el Ojo Silva, un Ojo Silva que ya no tenía rostro o que había adquirido un rostro de sombras, pero que aún mantenía lo esencial, la memoria de su movimiento, una entidad casi abstracta pero en donde no cabía la quietud.
Pasaron los años. Muchos años. Algunos amigos murieron. Yo me casé, tuve un hijo, publiqué algunos libros.
En cierta ocasión tuve que ir a Berlín. La última noche, después de cenar con Heinrich von Berenberg y su familia, cogí un taxi (aunque usualmente era Heinrich el que cada noche me iba a dejar al hotel) al que ordené que se detuviera antes porque quería pasear un poco. El taxista (un asiático ya mayor que escuchaba a Beethoven) me dejó a unas cinco cuadras del hotel. No era muy tarde aunque casi no había gente por las calles. Atravesé una plaza. Sentado en un banco estaba el Ojo. No lo reconocí hasta que él me habló. Dijo mi nombre y luego me preguntó cómo estaba. Entonces me di la vuelta y lo miré durante un rato sin saber quién era. El Ojo seguía sentado en el banco y sus ojos me miraban y luego miraban el suelo o a los lados, los árboles enormes de la pequeña plaza berlinesa y las sombras que lo rodeaban a él con más intensidad (eso creí entonces) que a mí. Di unos pasos hacia él y le pregunté quién era. Soy yo, Mauricio Silva, dijo. ¿El Ojo Silva de Chile?, dije yo. Él asintió y sólo entonces lo vi sonreír.
Aquella noche conversamos casi hasta que amaneció. El Ojo vivía en Berlín desde hacía algunos años y sabía encontrar los bares que permanecían abiertos toda la noche. Le pregunté por su vida. A grandes rasgos me hizo un dibujo de los avatares del fotógrafo free lancer. Había tenido casa en París, en Milán y ahora en Berlín, viviendas modestas en donde guardaba los libros y de las que se ausentaba durante largas temporadas. Sólo cuando entramos al primer bar pude apreciar cuánto había cambiado. Estaba mucho más flaco, el pelo entrecano y la cara surcada de arrugas. Noté asimismo que bebía mucho más que en México. Quiso saber cosas de mí. Por supuesto, nuestro encuentro no había sido casual. Mi nombre había aparecido en la prensa y el Ojo lo leyó o alguien le dijo que un compatriota suyo daba una lectura o una conferencia a la que no pudo ir, pero llamó por teléfono a la organización y consiguió las señas de mi hotel. Cuando lo encontré en la plaza sólo estaba haciendo tiempo, dijo, y reflexionando a la espera de mi llegada.
Me reí. Reencontrarlo, pensé, había sido un acontecimiento feliz. El Ojo seguía siendo una persona rara y sin embargo asequible, alguien que no imponía su presencia, alguien al que le podías decir adiós en cualquier momento de la noche y él sólo te diría adiós, sin un reproche, sin un insulto, una especie de chileno ideal, estoico y amable, un ejemplar que nunca había abundado mucho en Chile pero que sólo allí se podía encontrar.
Releo estas palabras y sé que peco de inexactitud. El Ojo jamás se hubiera permitido estas generalizaciones. En cualquier caso, mientras estuvimos en los bares, sentados delante de un whisky y de una cerveza sin alcohol, nuestro diálogo se desarrolló básicamente en el terreno de las evocaciones, es decir fue un diálogo informativo y melancólico. El diálogo, en realidad el monólogo, que de verdad me interesa es el que se produjo mientras volvíamos a mi hotel, a eso de las dos de la mañana.
La casualidad quiso que se pusiera a hablar (o que se lanzara a hablar) mientras atravesábamos la misma plaza en donde unas horas antes nos habíamos encontrado. Recuerdo que hacía frío y que de repente escuché que el Ojo me decía que le gustaría contarme algo que nunca antes le había contado a nadie. Lo miré. El Ojo tenía la vista puesta en el sendero de baldosas que serpenteaba por la plaza. Le pregunté de qué se trataba. De un viaje, contestó en el acto. ¿Y qué pasó en ese viaje?, le pregunté. Entonces el Ojo se detuvo y durante unos instantes pareció existir sólo para contemplar las copas de los altos árboles alemanes y los fragmentos de cielo y nubes que bullían silenciosamente por encima de éstos.
Algo terrible, dijo el Ojo. ¿Tú te acuerdas de una conversación que tuvimos en el Quito antes de que me marchara de México? Sí, dije. ¿Te dije que era gay?, dijo el Ojo. Me dijiste que eras homosexual, dije yo. Sentémonos, dijo el Ojo.
Juraría que lo vi sentarse en el mismo banco, como si yo aún no hubiera llegado, aún no hubiera empezado a cruzar la plaza, y él estuviera esperándome y reflexionando sobre su vida y sobre la historia que el destino o el azar lo obligaba a contarme. Alzó el cuello de su abrigo y empezó a hablar. Yo encendí un cigarrillo y permanecí de pie. La historia del Ojo transcurría en la India. Su oficio y no la curiosidad de turista lo había llevado hasta allí, en donde tenía que realizar dos trabajos. El primero era el típico reportaje urbano, una mezcla de Marguerite Duras y Hermann Hesse, el Ojo y yo sonreímos, hay gente así, dijo, gente que quiere ver la India a medio camino entre India Song y Sidharta, y uno está para complacer a los editores. Así que el primer reportaje había consistido en fotos donde se vislumbraban casas coloniales, jardines derruidos, restaurantes de todo tipo, con predominio más bien del restaurante canalla o del restaurante de familias que parecían canallas y sólo eran indias, y también fotos del extrarradio, las zonas verdaderamente pobres, y luego el campo y las vías de comunicación, carreteras, empalmes ferroviarios, autobuses y trenes que entraban y salían de la ciudad, sin olvidar la naturaleza como en estado latente, una hibernación ajena al concepto de hibernación occidental, árboles distintos a los árboles europeos, ríos y riachuelos, campos sembrados o secos, el territorio de los santos, dijo el Ojo.
El segundo reportaje fotográfico era sobre el barrio de las putas de una ciudad de la India cuyo nombre no conoceré nunca.
Aquí empieza la verdadera historia del Ojo. En aquel tiempo aún vivía en París y sus fotos iban a ilustrar un texto de un conocido escritor francés que se había especializado en el submundo de la prostitución. De hecho, su reportaje sólo era el primero de una serie que comprendería barrios de tolerancia o zonas rojas de todo el mundo, cada una fotografiada por un fotógrafo diferente, pero todas comentadas por el mismo escritor.
No sé a qué ciudad llegó el Ojo, tal vez Bombay, Calcuta, tal vez Benarés o Madrás, recuerdo que se lo pregunté y que él ignoró mi pregunta. Lo cierto es que llegó a la India solo, pues el escritor francés ya tenía escrita su crónica y él únicamente debía ilustrarla, y se dirigió a los barrios que el texto del francés indicaba y comenzó a hacer fotografías. En sus planes -y en los planes de sus editores- el trabajo y por lo tanto la estadía en la India no debía prolongarse más allá de una semana. Se hospedó en un hotel en una zona tranquila, una habitación con aire acondicionado y con una ventana que daba a un patio que no pertenecía al hotel y en donde había dos árboles y una fuente entre los árboles y parte de una terraza en donde a veces aparecían dos mujeres seguidas o precedidas de varios niños. Las mujeres vestían a la usanza india, o lo que para el Ojo eran vestimentas indias, pero a los niños incluso una vez los vio con corbatas. Por las tardes se desplazaba a la zona roja y hacía fotos y charlaba con las putas, algunas jovencísimas y muy hermosas, otras un poco mayores o más estropeadas, con pinta de matronas escépticas y poco locuaces. El olor, que al principio más bien lo molestaba, terminó gustándole. Los chulos (no vio muchos) eran amables y trataban de comportarse como chulos occidentales o tal vez (pero esto lo soñó después, en su habitación de hotel con aire acondicionado) eran estos últimos quienes habían adoptado la gestualidad de los chulos hindúes.
Una tarde lo invitaron a tener relación carnal con una de las putas. Se negó educadamente. El chulo comprendió en el acto que el Ojo era homosexual y a la noche siguiente lo llevó a un burdel de jóvenes maricas. Esa noche el Ojo enfermó. Ya estaba dentro de la India y no me había dado cuenta, dijo estudiando las sombras del parque berlinés. ¿Qué hiciste?, le pregunté. Nada. Miré y sonreí. Y no hice nada. Entonces a uno de los jóvenes se le ocurrió que tal vez al visitante le agradara visitar otro tipo de establecimiento. Eso dedujo el Ojo, pues entre ellos no hablaban en inglés. Así que salieron de aquella casa y caminaron por calles estrechas e infectas hasta llegar a una casa cuya fachada era pequeña pero cuyo interior era un laberinto de pasillos, habitaciones minúsculas y sombras de las que sobresalía, de tanto en tanto, un altar o un oratorio.
Es costumbre en algunas partes de la India, me dijo el Ojo mirando el suelo, ofrecer un niño a una deidad cuyo nombre no recuerdo. En un arranque desafortunado le hice notar que no sólo no recordaba el nombre de la deidad sino que tampoco el nombre de la ciudad ni el de ninguna persona de su historia. El Ojo me miró y sonrió. Trato de olvidar, dijo.
En ese momento me temí lo peor, me senté a su lado y durante un rato ambos permanecimos con los cuellos de nuestros abrigos levantados y en silencio. Ofrecen un niño a ese dios, retomó su historia tras escrutar la plaza en penumbras, como si temiera la cercanía de un desconocido, y durante un tiempo que no sé mensurar el niño encarna al dios. Puede ser una semana, lo que dure la procesión, un mes, un año, no lo sé. Se trata de una fiesta bárbara, prohibida por las leyes de la república india, pero que se sigue celebrando. Durante el transcurso de la fiesta el niño es colmado de regalos que sus padres reciben con gratitud y felicidad, pues suelen ser pobres. Terminada la fiesta el niño es devuelto a su casa, o al agujero inmundo donde vive y todo vuelve a recomenzar al cabo de un año.
La fiesta tiene la apariencia de una romería latinoamericana, sólo que tal vez es más alegre, más bulliciosa y probablemente la intensidad de los que participan, de los que se saben participantes, sea mayor. Con una sola diferencia. Al niño, días antes de que empiecen los festejos, lo castran. El dios que se encarna en él durante la celebración exige un cuerpo de hombre -aunque los niños no suelen tener más de siete años- sin la mácula de los atributos masculinos. Así que los padres lo entregan a los médicos de la fiesta o a los barberos de la fiesta o a los sacerdotes de la fiesta y éstos lo emasculan y cuando el niño se ha recuperado de la operación comienza el festejo. Semanas o meses después, cuando todo ha acabado, el niño vuelve a casa, pero ya es un castrado y los padres lo rechazan. Y entonces el niño acaba en un burdel. Los hay de todas clases, dijo el Ojo con un suspiro. A mí, aquella noche, me llevaron al peor de todos.
Durante un rato no hablamos. Yo encendí un cigarrillo. Después el Ojo me describió el burdel y parecía que estaba describiendo una iglesia. Patios interiores techados. Galerías abiertas. Celdas en donde gente a la que tú no veías espiaba todos tus movimientos. Le trajeron a un joven castrado que no debía tener más de diez años. Parecía una niña aterrorizada, dijo el Ojo. Aterrorizada y burlona al mismo tiempo. ¿Lo puedes entender? Me hago una idea, dije. Volvimos a enmudecer. Cuando por fin pude hablar otra vez dije que no, que no me hacía ninguna idea. Ni yo, dijo el Ojo. Nadie se puede hacer una idea. Ni la víctima, ni los verdugos, ni los espectadores. Sólo una foto.
¿Le sacaste una foto?, dije. Me pareció que el Ojo era sacudido por un escalofrío. Saqué mi cámara, dijo, y le hice una foto. Sabía que estaba condenándome para toda la eternidad, pero lo hice.
Ignoro cuánto rato estuvimos en silencio. Sé que hacía frío pues yo en algún momento me puse a temblar. A mi lado oí sollozar al Ojo un par de veces, pero preferí no mirarlo. Vi los faros de un coche que pasaba por una de las calles laterales de la plaza. A través del follaje vi encenderse una ventana.
Después el Ojo siguió hablando. Dijo que el niño le había sonreído y luego se había escabullido mansamente por una de los pasillos de aquella casa incomprensible. En algún momento uno de los chulos le sugirió que si allí no había nada de su agrado se marcharan. El Ojo se negó. No podía irse. Se lo dijo así: no puedo irme todavía. Y era verdad, aunque él desconocía qué era aquello que le impedía abandonar aquel antro para siempre. El chulo, sin embargo, lo entendió y pidieron té o un brebaje parecido. El Ojo recuerda que se sentaron en el suelo, sobre unas esteras o sobre unas alfombrillas estropeadas por el uso. La luz provenía de un par de velas. Sobre la pared colgaba un póster con la efigie del dios. Durante un rato el Ojo miró al dios y al principio se sintió atemorizado, pero luego sintió algo parecido a la rabia, tal vez al odio.
Yo nunca he odiado a nadie, dijo mientras encendía un cigarrillo y dejaba que la primera bocanada se perdiera en la noche berlinesa.
En algún momento, mientras el Ojo miraba la efigie del dios, aquellos que lo acompañaban desaparecieron. Se quedó solo con una especie de puto de unos veinte años que hablaba inglés. Y luego, tras unas palmadas, reapareció el niño. Yo estaba llorando, o yo creía que estaba llorando, o el pobre puto creía que yo estaba llorando, pero nada era verdad. Yo intentaba mantener una sonrisa en la cara (una cara que ya no me pertenecía, una cara que se estaba alejando de mí como una hoja arrastrada por el viento), pero en mi interior lo único que hacía era maquinar. No un plan, no una forma vaga de justicia, sino una voluntad.
Y después el Ojo y el puto y el niño se levantaron y recorrieron un pasillo mal iluminado y otro pasillo peor iluminado (con el niño a un lado del Ojo, mirándolo, sonriéndole, y el joven puto también le sonreía, y el Ojo asentía y prodigaba ciegamente las monedas y los billetes) hasta llegar a una habitación en donde dormitaba el médico y junto a él otro niño con la piel aún más oscura que la del niño castrado y menor que éste, tal vez seis años o siete, y el Ojo escuchó las explicaciones del médico o del barbero o del sacerdote, unas explicaciones prolijas en donde se mencionaba la tradición, las fiestas populares, el privilegio, la comunión, la embriaguez y la santidad, y pudo ver los instrumentos quirúrgicos con que el niño iba a ser castrado aquella madrugada o la siguiente, en cualquier caso el niño había llegado, pudo entender, aquel mismo día al templo o al burdel, una medida preventiva, una medida higiénica, y había comido bien, como si ya encarnara al dios, aunque lo que el Ojo vio fue un niño que lloraba medio dormido y medio despierto, y también vio la mirada medio divertida y medio aterrorizada del niño castrado que no se despegaba de su lado. Y entonces el Ojo se convirtió en otra cosa, aunque la palabra que él empleó no fue "otra cosa" sino "madre".
Dijo madre y suspiró. Por fin. Madre.
Lo que sucedió a continuación de tan repetido es vulgar: la violencia de la que no podemos escapar. El destino de los latinoamericanos nacidos en la década de los cincuenta. Por supuesto, el Ojo intentó sin gran convicción el diálogo, el soborno, la amenaza. Lo único cierto es que hubo violencia y poco después dejó atrás las calles de aquel barrio como si estuviera soñando y transpirando a mares. Recuerda con viveza la sensación de exaltación que creció en su espíritu, cada vez mayor, una alegría que se parecía peligrosamente a algo similar a la lucidez, pero que no era (no podía ser) lucidez. También: la sombra que proyectaba su cuerpo y las sombras de los dos niños que llevaba de la mano sobre los muros descascarados. En cualquier otra parte hubiera concitado la atención. Allí, a aquella hora, nadie se fijó en él.
El resto, más que una historia o un argumento, es un itinerario. El Ojo volvió al hotel, metió sus cosas en la maleta y se marchó con los niños. Primero en un taxi hasta una aldea o un barrio de las afueras. Desde allí en un autobús hasta otra aldea en donde cogieron otro autobús que los llevó a otra aldea. En algún punto de su fuga se subieron a un tren y viajaron toda la noche y parte del día. El Ojo recordaba el rostro de los niños mirando por la ventana un paisaje que la luz de la mañana iba deshilachando, como si nunca nada hubiera sido real salvo aquello que se ofrecía, soberano y humilde, en el marco de la ventana de aquel tren misterioso.
Después cogieron otro autobús, y un taxi, y otro autobús, y otro tren, y hasta hicimos dedo, dijo el Ojo mirando la silueta de los árboles berlineses pero en realidad mirando la silueta de otros árboles, innombrables, imposibles, hasta que finalmente se detuvieron en una aldea en alguna parte de la India y alquilaron una casa y descansaron.
Al cabo de dos meses el Ojo ya no tenía dinero y fue caminando hasta otra aldea desde donde envió una carta al amigo que entonces tenía en París. Al cabo de quince días recibió un giro bancario y tuvo que ir a cobrarlo a un pueblo más grande, que no era la aldea desde la que había mandado la carta ni mucho menos la aldea en donde vivía. Los niños estaban bien. Jugaban con otros niños, no iban a la escuela y a veces llegaban a casa con comida, hortalizas que los vecinos les regalaban. A él no lo llamaban padre, como les había sugerido más que nada como una medida de seguridad, para no atraer la atención de los curiosos, sino Ojo, tal como le llamábamos nosotros. Ante los aldeanos, sin embargo, el Ojo decía que eran sus hijos. Se inventó que la madre, india, había muerto hacía poco y él no quería volver a Europa. La historia sonaba verídica. En sus pesadillas, no obstante, el Ojo soñaba que en mitad de la noche aparecía la policía india y lo detenían con acusaciones indignas. Solía despertar temblando. Entonces se acercaba a las esterillas en donde dormían los niños y la visión de éstos le daba fuerzas para seguir, para dormir, para levantarse.
Se hizo agricultor. Cultivaba un pequeño huerto y en ocasiones trabajaba para los campesinos ricos de la aldea. Los campesinos ricos, por supuesto, en realidad eran pobres, pero menos pobres que los demás. El resto del tiempo lo dedicaba a enseñar inglés a los niños, y algo de matemáticas, y a verlos jugar. Entre ellos hablaban en un idioma incomprensible. A veces los veía detener los juegos y caminar por el campo como si de pronto se hubieran vuelto sonámbulos. Los llamaba a gritos. A veces los niños fingían no oírlo y seguían caminando hasta perderse. Otras veces volvían la cabeza y le sonreían.
¿Cuánto tiempo estuviste en la India?, le pregunté alarmado.
Un año y medio, dijo el Ojo, aunque a ciencia cierta no lo sabía.
En una ocasión su amigo de París llegó a la aldea. Todavía me quería, dijo el Ojo, aunque en mi ausencia se había puesto a vivir con un mecánico argelino de la Renault. Se rió después de decirlo. Yo también me reí. Todo era tan triste, dijo el Ojo. Su amigo que llegaba a la aldea a bordo de un taxi cubierto de polvo rojizo, los niños corriendo detrás de un insecto, en medio de unos matorrales secos, el viento que parecía traer buenas y malas noticias.
Pese a los ruegos del francés no volvió a París. Meses después recibió una carta de éste en donde le comunicaba que la policía india no lo perseguía. Al parecer la gente del burdel no había interpuesto denuncia alguna. La noticia no impidió que el Ojo siguiera sufriendo pesadillas, sólo cambió la vestimenta de los personajes que lo detenían y lo zaherían: en lugar de ser policías se convirtieron en esbirros de la secta del dios castrado. El resultado final era aún más horroroso, me confesó el Ojo, pero yo ya me había acostumbrado a las pesadillas y de alguna forma siempre supe que estaba en el interior de un sueño, que eso no era la realidad.
Después llegó la enfermedad a la aldea y los niños murieron. Yo también quería morirme, dijo el Ojo, pero no tuve esa suerte.
Tras convalecer en una cabaña que la lluvia iba destrozando cada día, el Ojo abandonó la aldea y volvió a la ciudad en donde había conocido a sus hijos. Con atenuada sorpresa descubrió que no estaba tan distante como pensaba, la huida había sido en espiral y el regreso fue relativamente breve. Una tarde, la tarde en que llegó a la ciudad, fue a visitar el burdel en donde castraban a los niños. Sus habitaciones se habían convertido en viviendas en donde se hacinaban familias enteras. Por los pasillos que recordaba solitarios y fúnebres ahora pululaban niños que apenas sabían andar y viejos que ya no podían moverse y se arrastraban. Le pareció una imagen del paraíso.
Aquella noche, cuando volvió a su hotel, sin poder dejar de llorar por sus hijos muertos, por los niños castrados que él no había conocido, por su juventud perdida, por todos los jóvenes que ya no eran jóvenes y por los jóvenes que murieron jóvenes, por los que lucharon por Salvador Allende y por los que tuvieron miedo de luchar por Salvador Allende, llamó a su amigo francés, que ahora vivía con un antiguo levantador de pesas búlgaro, y le pidió que le enviara un billete de avión y algo de dinero para pagar el hotel.
Y su amigo francés le dijo que sí, que por supuesto, que lo haría de inmediato, y también le dijo ¿qué es ese ruido?, ¿estás llorando?, y el Ojo dijo que sí, que no podía dejar de llorar, que no sabía qué le pasaba, que llevaba horas llorando. Y su amigo francés le dijo que se calmara. Y el Ojo se rió sin dejar de llorar y dijo que eso haría y colgó el teléfono. Y luego siguió llorando sin parar.

LA CASA DEL GRAN HERMANO



LA CASA DEL GRAN HERMANO

Una de las cuarenta y cuatro cámaras de televisión, estratégicamente ubicadas dentro de la casa, tomó en primer plano el rostro del ex-boxeador que se hurgaba con frenesí metódico dentro de la nariz y sacaba la gruesa costra de mocos, que luego introducía en la boca, saboreándola como si aquella inmundicia fuese una exquisita mermelada de arándanos.
–¡Joder, que puerco!–. Exclamó Fernando el amigo madrileño, crítico de televisión con quien compartía la misión de ver, comentar y escribir para un fanzine madrileño, durante los noventa días que duraba aquella performance de la idiotez, en la caja boba. Tendríamos que estar al tanto de los acontecimientos de aquellas jornadas; un concurso televisivo, en donde Diez participantes. Casi todos con edades entre los veinte y los treinta años, encerrados en una casa de doscientos cincuenta metros cuadrados y que tenía: Dos dormitorios comunitarios, una sala de estar, una cocina integral, dos baños y un patio con una mini-piscina. Cada uno de los participantes, debería hacer una rutina de ejercicios diarios sobre una bicicleta estática con forma de gallina gigante y además, dispondrían de unos pocos euros diarios para hacer las compras; no tendrían radio, televisión, ni periódicos. Podrían fumar y siempre estarían bajo la implacable vigilancia de treinta y cuatro cámaras de televisión, que día y noche grabarían todas sus actividades, que luego serían trasmitidas en horarios familiares, por una de las principales cadenas televisivas de España. El público votaría por teléfono o por Internet, eliminando a los jugadores o inquilinos que no fuesen de su agrado. Quien ganase el concurso (es decir el último que quedase en la casa), se enbolsillaría la no despreciable suma de veinte millones de pesetas.
Lo primero que mi amigo Fernando, el español, comunicador social, y psicólogo especializado en critica de medios de comunicación, me advirtió, fue el progresivo y casi inmediato deterioro de la comunicación entre los diez participantes.
–Parecen una partida de monos –. Me dijo.
–Los babuinos son más interesantes, al menos parecen tener ideas –. Le repuse yo, que había visto y escuchado una semana completa de conversaciones insulsas, llenas de anécdotas estúpidas, contadas en un lenguaje paupérrimo, en donde las palabras: “hostias, joder, coño”, y las expresiones: “Me cago en la madre, me cago en la leche, la puta que lo parió y de puta madre.” Eran las joyas sintácticas que esgrimían aquellos individuos, ciudadanos de la patria de Cervantes, Quevedo y Lope de Vega, para comunicar sus sentimientos e ideas.
Personalmente no detesto el lenguaje lunfardo y la poética de la maledicencia y el insulto, lo que pasa es que ese campo semántico es bastante más rico y la imaginacion de aquellos individuos lo había reducido a eso; a mierda parda y llana.

El variopinto grupo estaba compuesto por: Una estudiante universitaria de pedagogía; un ex-boxeador que mostraba sobre su rostro el duro castigo al que había sido sometido sobre el cuadrilátero de la vida; una bailarina de night-club rotunda en sus formas, felina en sus movimientos; un personaje con apariencia de estibador, originario de Bilbao capital del país Vasco, que se hacía pasar por aventurero y cazador de fortuna; una ex -azafata de una aerolínea española, bastante puestecita, recatadita; un macarra chulesco con modales de rufián sevillano; una actriz de cine phorno que andaba siempre ligera de ropa y que cuando podía hacia su streap-tese y sus pases de lencería frente a las cámaras, antes de enfundarse en una levantadora de seda transparente. Un vendedor de electrodomésticos, que fumaba como rufián en calabozo; un ex-jonkie que había sido rescatado de las drogas, después de haber ingresado a un monasterio en donde guardó votos de silencio durante un año consecutivo, pero que, dentro de la casa del gran hermano no paraba de charlar con una verborrea frenética; abordando todo tipo de temas, desde los más prosaicos y terrenales hasta entrar en los misterios insondables de la parapsicología. Una atleta de fondo, rubia y espigada, que por su fuerte físico y su voz profunda y ronca, debía haber sido una gran aficionada a los esteroides. Y una camarera rolliza, blanca cual grasa de jamón serrano, de buena talla, risa fácil, y cortita de entendimiento.

–Has notado que ninguno tiene una opinión política, ni estética, ni filosófica –me comento mi amigo madrileño–, y cuando alguno desliza su conversación hacía allí, casi sin pensarlo, los demás le ponen coto y cierran sus oídos, o sencillamente le boicotean con frases como:– “No te pongas pesado, o de eso no debemos hablar para no herir a nadie”–. Me advirtió, mientras revisábamos los planos de televisión, que habían salido al público la noche anterior.

Plano general: Están todos reunidos en la sala en horas de la mañana. La mitad no se han bañado y solo una tercera parte se ha lavado la boca, así que deben despedir una halitosis de cocodrilos en estanque de parque zoológico. El ex-jonkie se rasca la barriga peluda y luego casi con naturalidad introduce su mano nervuda y se rasca esa parte intima, en donde seguramente un escozor salvaje le esta excoriando las gónadas. La azafata le mira directamente y se ríe bajo un chal color rosa que le cubre la mitad del rostro. La bailarina y la estudiante universitaria han entrado en confianza desde hace dos días y se hacen carantoñas y se espulgan las cabezas mutuamente; ritual de desparasitación, que me hace recordar los chimpancés que retozan en el zoológico de Batan, una tarde verano. Para completar la acción en el interesante plato, una pequeña perra boxer, (que es la mascota de la casa) no deja de morder el vestido a la azafata, que le empuja con el pie mientras la pequeña bestia arremete de nuevo hasta lograr rasgar parte de la prenda de la mujer, que sale ofuscada del plano para cambiarse en una de las habitaciones. Mientras tanto, la cámara hace un close-up del rostro legañoso del macarra chulesco, que se rasca hasta irritarse la pupila y mira directo a la cámara al tiempo que suelta una risita estúpida a los quince millones de televidentes españoles, que todos los días después de sus labores académicas y laborales, consultan por lo menos durante dos horas, lo que sucede en esta casa de tarados.
–Todo pueblo tiene la televisión que se merece –. Sentencia con laconismo, mi camarada de crítica de televisión, mientras apunta en su libreta las impresiones de los sucesos cotidianos en la casa de cristal, (por que al fin y al cabo es como una casa de cristal expuesta a las miradas de los telespectadores, que también pueden llamar y opinar sobre lo que allí ocurre, sobre sus gustos y afinidades y su desacuerdo con las actitudes de ciertos personajes. Por ejemplo uno de los participantes, –el vendedor de electrodomésticos– al principio no se sumaba a las charlas y procuraba estar mucho tiempo leyendo revistas y un par de libros de Stepen King, (los únicos que había en la casa). Los demás concursantes se quejaron de este personaje, por que no se inmiscuía en los asuntos del colectivo, que estaba como apartado y por lo tanto debía salir del set. Muchas de las doscientas mil llamadas que se hicieron de los cuatro puntos cardinales de la España. Coincidían en esto. Pero paradójicamente, cuando a los siguientes días nuestro concursante en la capilla, cambió su actitud y reconoció sus errores de “sociabilidad”, frente a una de las cámaras que se encontraba dispuesta en un cuarto pequeño, donde los concursantes eran llamados en cualquier momento, para ser interrogados por uno de los ideólogos de semejante esperpento (seguramente un camarógrafo trasnochado, o el cuñado del dueño de la cadena de televisión). –Un cubículo pintado de rojo, al que se le llamaba ceremoniosamente el “confesionario”, ya que en este sitio, los participantes eran interrogados periódicamente sobre todo tipo de naderías y en especial sobre los acontecimientos de esta casa–. Lo cierto es que el personaje en cuestión, después de recibir una reprimenda y una advertencia sobre su posible salida; y después de comenzar a participar de las conversaciones semi-guturales, de las risas estentóreas y a rascarse los huevos y a sacarse la cera de las orejas con el dedo índice, a eructar como un cerdo en la dehesa, de un momento a otro subió su popularidad y se le permitió seguir en la casa. Ahora el vendedor es uno de los más populares, y crece su simpatía entre la audiencia.

–“El público se identifica con personajes que actúen como él, que se le asemejen en su modales y en su forma burda de actuar, en su forma elemental de hablar y de expresar sus ideas primarias y básicas.”– Escribí en uno de los artículos que salía en una de las columnas del Fancine underground “CERDOS ESTOFADOS”. Para confirmar esta actitud, describí la situación que se había presentado con la estudiante de pedagogía, que fue despectivamente llamada niña “pija” (hijita de papi y mami ). Por que hablaba de forma clara, se le podía entender lo que decía, trataba de vocalizar y que mantenía una cierta pulcritud en su apariencia personal, y que en alguna ocasión se atrevió a criticar las películas basadas en las obras de Stephen king, –que eran del unánime agrado de la hermandad de la casa– fue una de las primeras expulsadas. Las que la propusieron fueron las mujeres; claro está, ella era una de las más inteligentes y por supuesto, la más bonita.

El programa ha batido récords y nuestro deber es el de crear expectativas y el de informar sobre los extraordinarios acontecimientos que suceden en aquella mansión de la anormalidad, que se ha ganado el corazón y las pupilas de millones de españoles, de esa España que en el fondo sigue siendo la de charanga y pandereta, la España del cotilleo y el correveidile, la tierra de la piel del toro y de la mantilla sevillana, España playera, pinchera y choricera, perfumada con acre olor de grasa pútrida de los jamones ibéricos y rociada con los espesos vinos de la Rioja. Esa España pueblerina y cachonda, borrachona y sandunguera que convive con la otra España, la hiperdesarrollada, tecnificada, explotadora, usurera y mendaz, al servicio de los grandes monopolios y que ahora trata de lanzar su zarpazo económico, sobre las provincias de ultramar, que en el pasado fueron sus colonias.

–“Se caldea el ambiente en la casa”–. Escribe Fernando. La actriz phorno, una madrileña veinteañera bien trabajadita y con una que otro retoque de quirófano, que hace decir a mi amigo el español: –“Esa tiene más silicona, que el Silicon Valley de Arizona”–. Esa madrileñita bien alimentada con gambas, cocido madrileño y humeantes callos, quiere tener una relación fuerte y horizontal con el vendedor de electrodomésticos; pero el boxeador se interpone entre los dos, con frases de doble sentido, en donde le manifiesta por una parte que le quiere y que se ha enamorado locamente de ella, y por otra parte, que le odia y que le hará la guerra hasta hacerla expulsar de la casa. Lo que no impide que por la noche, la actriz phorno pase de las deliberaciones a los hechos y asalte la cama del vendedor, y bajo las sabanas blancas forniquen, jadeando con los rostros ocultos bajo la mirada fría de la cámara de televisión, que, como mudo testigo de su pasión, registra las ondulaciones arrítmicas de estos dos amantes furtivos. Fantasmas prisioneros de su amor mediático. Y claro al otro día, se registra un índice en el raiting de audiencia y en las llamadas del público televidente. La mitad pide la expulsión de “la golfa”, “la perra”, “la meretriz”, “la calientabraguetas” y la otra mitad, la expulsión de vendedor incontinente, que no es un hombre que aguante y que se mantenga en momentos de prueba y soledad, en donde lo que debería primar sería el autocontrol y una férrea disciplina del cuerpo; si mucho, un paliativo de sueños húmedos, o una discreta manipulación del caballito de Troya.

El aventurero caza fortunas cada vez es menos comunicativo y a excepción de los viajes nocturnos a asaltar la nevera, lo único que se le ve haciendo, son extraños movimientos que parecieran ejercicios de Tai-Chi o cierto arte marcial oriental, una danza misteriosa como de coleóptero, mantis o langosta electrizada. Pronunciando frases en euskera por lo bajo y casi ininteligibles, mirando cada una de las cámaras y como tratando de comunicar con un lenguaje de signos que crean sombras chinescas sobre su rostro; una secreta angustia que a todos hace pensar en la locura o la esquizofrenia. Los ejercicios los realiza en el patio de la casa, cuando casi todos están fumando o quemando sus grasas blancas en la piscina.
–Este es un personaje que dará mucho que decir –dice mi colega–. Es vasco, de pequeño vivió en una población enclavada en las montañas de Euzkádi; sus padres pequeños ganaderos se han arruinado con el mal de las vacas locas o el síndrome espongiforme bovino, que llegó para asolar las vaquerías europeas desde Inglaterra. –Continúa explicando con una simpatía que no oculta mi camarada de crítica–. Aunque hace casi cuatro años que no va a su casa ya que se fue a trabajar de estibador y marinero en los pueblos costeros, les escribe a sus padres y a su hermano. La mayoría de la gente piensa que es buen hijo. En el confesionario, cuyo turno es cada tres días, dice que esos ejercicios, (especie de runas y extraños mantras) le hace sentirse fuerte y relajado al mismo tiempo.

Nosotros como periodistas, interesados en la critica de la televisión cotidiana y al mismo tiempo cronistas del programa, tenemos derecho ha hacer encuestas y sondeos, cuyas respuestas no se harán públicas, pero que servirán de orientación para la selección del ganador; las encuestas deberán ser remitidas a los directivos que están tras las bambalinas de este show de los idiotas. Tenemos ánimo de provocación. Buscamos una respuesta, un desafuero, un grito, un insulto.
–Filtremos una pregunta que tenga un matiz polémico – Me dice Fernando el madrileño con una sonrisa–. Tenemos un caballo de Troya en la casa del gran hermano
La pregunta que logramos colar con uno de los técnicos del programa y amigo de Fernando, se le hace a toda la fraternidad de la casa. Gira entorno al origen del Gran Hermano. Todos están de acuerdo que se trata de un concurso televisivo que se originó en Holanda y Alemania y que luego se ha extendido con mucho éxito en diferentes países del mundo, incluyendo Estados Unidos y América Latina. Cuando se les pregunta que les dice el nombre de George Orwell, las respuestas por parte de los enclaustrados, son diversas: El boxeador cree que es un jugador de fútbol ingles, la azafata responde que se trata de un basketbolista norteamericano, el vendedor de electrodomésticos piensa que se trata de una estrella de cine; cinco habitantes de la casa responde no saber. El único que sabe que se trata de un escritor ingles que dejo una novela cuyo titulo es 1984; es el vasco estibador y caza-fortunas.

–Ese tío se trae algo, no se de que se trata, pero el tío se esta haciendo el idiota y me figuro que tuvo que bajar su coeficiente intelectual, para poder pasar por el cedazo de los misteriosos directivos del programa –. Me dice bastante intrigado mi amigo Fernando–. Es el único que tiene idea, para qué puede servir, esta granja de animales mongoloídes.

La pregunta y las respuestas a esta inquietud se dieron casi al margen de la pantomima creada por los directivos del programa. El amigo técnico de Fernando había introducido unos papelitos en las comidas de algunos de los Freacks mediáticos, que se encontraron de un día para otro preguntándose frente a las cámaras qué significado podía tener aquello. El vasco en la cocina alcanzo a decir; “Comida para los cerdos de la Granja” Inmediatamente después de expresar ciertas ideas extrañas y no consideradas políticamente correctas por parte del gran público.
Los directivos sin rostro, reaccionan y lanzan una campaña de desprestigio contra él estibador; argumentando que en una oportunidad se quedo dormido mas de doce horas “dándole de comer a la mona” (pasando guayabo) y no se baño en seis días consecutivos. Los planos lo tratan de mostrar raro, misterioso, desaseado; le muestran dueño de un mutismo pesado, mirando de reojo y sonriendo maliciosamente; parece un personaje del gabinete del doctor Caligari. Muchos de los telespectadores, sospechan que se esta metiendo hachís en los cigarrillos que a diario consumen la camada de antropoides. A estas alturas del programa la mayoría lleva gafas oscuras. Cuando se les pregunta en el confesionario por los adminículos, responden que es por lo de los reflectores; cuando se les pregunta por lo de las pastillas, que la mayoría, gesto natural consumen frente al espejo del baño, dicen que se trata de vitaminas.

–No es para menos amigo, el estar metido como animal de circo, siendo observado constantemente, requiere un paliativo paranoico o un aditivo de la serotonína. Lo único que pueden hacer los opiáceos es darles un poco de calma; y los estimulantes, afinar sus atrofiados sentidos de la realidad. (Que ya a estas alturas del programa, es una realidad virtual.) Ellos mismos, no saben nada de lo que esta ocurriendo afuera. Necesitan crearse una realidad interior que les sirva de referente y coordenada. ¿Y como tratan de hacerlo? –continúa bastante expresivo Fernando después de apagar el ultimo cigarrillo de la cajetilla de Camel– Sencillamente acudiendo a los fármacos y a los opiáceos. Al carecer de un referente exterior deben crearlo interiormente, inventárselo, aunque la verdad es que la mayoría de los allí enclaustrados, no tenga los alcances intelectuales e imaginativos para hacerlo. Para ellos que nacieron con los videojuegos y el Nintendo la realidad es ésta; estar dentro de la caja tonta, dentro del Golem, masticando y rumiando sonrisas de euforia y muecas de hastío.
En los siguientes días fueron eliminados: El vendedor de electrodomésticos por que dijo en un ataque de aburrimiento y con animo claramente provocador que la realeza española era hortera y que la televisión era un soporífero bastante pesado; que a él no le hacia ninguna falta y que estaba disfrutando de lo lindo sin tener que observar las guarradas y la bazofia que en ella se trasmitía. Esto le causo la despedida inmediata. Por fin teníamos a alguien con quien identificarnos, pensamos Fernando y yo, pero no nos había durado mucho la dicha. En España no se habla mal de los reyes en los mass media, se puede hablar mal de todo el mundo hasta del Papa y su santa cofradía; pero los reyes de España son criaturas celestiales contra los que ningún medio y ningún periodista pueden alzar su voz o su plebeya pluma. En el país más safio de Europa en donde se jactan de tener el humor más negro y visceral, no se levanta una verdad, ni es aireada si toca en algunos de sus extremos los intereses de la gran familia real. En Inglaterra se sabe de los líos de alcoba de la realeza, de sus dificultades con el erario público, y de la afición desmedida a la cristalería y las botellas de algunos nobles dipsómanos; pero en España, esa es una institución más sagrada que la de los faraones en el antiguo Egipto; además, todo el pueblo español esta convencido de tener la corona más luminosa y gloriosa de todo el orbe.
La camarera también fue expulsada de la casa, por dejar pegar la tortilla de papa y huevos, descuido que atentó claramente contra la joya de la corona de la excelsa dieta mediterránea; dieta de la cual están convencidos todos los gastrónomos iberos, es la más sana y deliciosa del mundo. Los huevos se quemaron, mientras la chica trataba de hacer un poco de ejercicio a manera de aperitivo antes del desayuno, seguramente intentando quemar un poco de la grasa, que se venia acumulando en su cintura, después de un mes y una semana en esa actividad semi-vegetatíva, esa especie de hibernación de baja intensidad, a la que había sido sometida. Se había concentrado de lleno en el ejercicio, como flotando dentro de una danza narcótica y aeróbica mientras en la cocina la tortilla de huevo que había colocado a fuego lento en la estufa, se flambeaba en el azul vegetal del aceite de oliva y luego se carbonizaba soltando una gigantesca humareda, teniendo que ser apagada con el extintor por la gente de la casa.

No se le perdono la falla culinaria, y el “exigente” público español, le castigó con trescientas mil llamadas postulándola y conminándola a salir inmediatamente. Ella reconoció después, frente al confesionario, que nunca había cocinado y que sus conocimientos en este campo, se reducían a las burdas tapas que consumen por toneladas los españoles del metro, los curros, los trabajadores en las mugrientas barras y tascas que se extienden por toda la geografía del país: huevos escaldados, jamones y chorizos curados, y que en realidad toda su dieta personal consistía en enlatados, encurtidos, jamón de cerdo, y cerveza “Mahou” de la litrona.

Este incidente hizo rodar ríos de tinta en los periódicos y revistas, fenómeno natural si se tienen en cuenta de la importancia de la dieta y la comida entre los herederos de don Sancho Panza. Natural, en un país que perdió su tradición agrícola en gran parte del territorio nacional y en donde los niños creen que los tomates y las zanahorias se dan en los supermercados, ya que el noventa por ciento los trabajadores agrarios esta conformado por inmigrantes ilegales del África sub-sahariana, la antigua Yugoslavia, Rusia o de América latina, que son explotados en los campos de cultivos e invernaderos de El Ejido, Cataluña y el sur de España. Esto sucede casi siempre con sociedades semi-feudales y agrarias, que de un momento a otro dan el salto a la industrialización y tecnificación altamente desarrollada. En la familia ya no se preparan las comidas y los niños y niñas se acostumbran rápidamente al pre-congelado, el pre-cocido y el microondas.

Salió también de la casa, por arrojar periódicos en el baño, el macarra sevillano un joven imberbe de escasos diez y ocho años. Tenía la exquisita costumbre, (además de acosar sexualmente a las mujeres de la casa con “carraca” en mano) de leer mientras defecaba y luego arrojaba los periódicos al sanitario cosa que la mayoría de los casos no es razón de obstrucción, pero que en este caso tuvo visos de gravedad, al parecer por las caras preocupadísimas de los técnicos fontaneros del programa, que solo pudieron resolver el problema después de dos horas de labores altamente delicadas. Y como las cámaras no mienten y al individuo en cuestión se le capto in fraganti, en este acto físico-escretórico-intelectual. Fue condenado inmediatamente por sus compatriotas que en número de cuatrocientas cincuenta mil llamadas, decretaron el ostracismo televisivo del acosador-defecador-atascador.

Como bien lo veíamos venir, el choque entre el ex-boxeador y el ex-jonkie no tardó en aparecer. Este último a pesar de haber guardado una compostura tibetana, aureolada de un ascetismo casi ritual, ya que no comía, poco bebía y solo fumaba; que pasaba desapercibido por su escuálida figura semitransparente, que era registrada con dificultad por las cámaras de televisión, no tardó en mostrar su antipatía por el ex-boxeador, cuando este trató de imponer cierto orden en la casa, haciendo gala de su fuerza bruta y cierto voluntarismo autoritario. El colmo de la discusión llegó cuando el ex-boxeador propuso cierta lista de espera en la hora del baño, esto no gusto al ex-jonkie. Que se paró iracundo y le espetó al gladiador que el no era el director de la casa y que: “no se le iba a comer el coco a todos los integrantes de la misma.” El boxeador se paró y sin mediar palabra empujó al ex-jonkie, quien repuso con una patada a los testículos, que supo asimilar el ex-boxeador, este a su vez iracundo, contraataco con un gancho de izquierda dejando sin sentido al ex-jonkie, tendido sobre el suelo de la sala. El vasco entro en la disputa y se armo tal jaleo que por poco acaban con el comedor y la cocina, si no es por la valerosa actitud que asumieron las mujeres que quedaban, ya que se armaron de sartenes, paelleras y Armas corto punzantes para defender su idílico territorio de la anarquía.

A las veinticuatro horas, llovieron un millón doscientas mil llamadas de toda España. Llamadas que eran pagadas a cien pesetas el minuto y que tenían muy contentos a los dueños de la Telefónica, ya que eran directos accionistas en el programa.
–“En España todo esta diseñado para estafar y expoliar al pueblo, al curro, al trabajador, al idiota, al cotilla–. Me decía Fernando con aire escéptico, mientras emborronaba cuartillas para el artículo del fanzine.
–No te preocupes amigo que en Colombia, también sucede lo mismo, pero lo hacen con menos sentido del humor –.Le respondí.

Quedaron en capilla, prontos a abandonar la casa del gran hermano por actos violentos transmitidos en directo a la Ispania. Los tres principales involucrados en este bochornoso acontecimiento: El ex-boxeador, El ex-jonkie y el extraño caza-fortunas vasco (que a estas horas del programa lucia una barba hirsuta de dos meses y una mirada mesiánica y furiosa).

Todos mostraron su asombro. El ex-jonkie comenzó a preparar sus maletas, el ex-boxeador se revolcaba en una de las sillas del comedor y daba puñetazos a la mesa mientras jadeaba y lloraba como un crio; pero lo que no se esperaba nadie en Madrid, en Valencia, en Cataluña, en el país Vasco, en Navarra, en Sevilla en toda España, era que el caza fortunas vasco sacara un pañuelo negro y con su rostro desfigurado por una ira milenaria, de pueblo bravo de montaña sojuzgado por la metrópoli decadente, lo escuchamos aullar: –“¡¡Españoles ¿que esperan?, ¿que miran?,.... ¡Hostia que os están comiendo el coco!...¡Oh mi país!, ¡País de Guernika!, ¡país de la resistencia libertaria!.... ¡¡Se hos esta pegando la tortilla!!.... Una nueva patria sin Gran Hermano está a punto de nacer. Esta prisión de atrapados en azul, esta gran prisión con cámaras ocultas en los metros, en las calles, en los barrios. Esta gran prisión de consumo estúpido y envenenador. Tendrá que desaparecer. ¡¡Esta surgiendo una nueva patria, la patria del verbo transparente!!”–. Arrojó el pañuelo negro a un lado, y vimos asombrados, como todos los integrantes de la casa del gran hermano, se evadían por las ventanas del set, buscando trepar los muros: la cabaretera se cayó en la piscina y tragó agua antes de salir con una toalla que le cubría parcialmente su voluminoso pecho, intentando trepar la pared de dos metros por una escalera, llevando en sus brazos a la perrita bóxer. La poderosa atleta rubia que durante toda su estadía había estado haciendo ejercicios y que lucía unas poderosas pantorrillas, saltó con elegancia pasmosa los dos metros que la separaban de la calle, sin rasguñarse siquiera. El radical vasco, que de repente tenía en una mano una reluciente y poderosa navaja toledana y en la otra, un artefacto negro, metálico, de forma circular que emitía un silbidito y una luz intermitente; comenzó a temblar bajo un convulsivo espasmo que se apoderaba de todo su cuerpo. En las pantallas, su rostro en primer plano adquiría la forma de un oso de repente nostálgico y tranquilo. El radical miró asombrado a todos lados, luego sonrió como desorientado por la huida de su compañeros. Guardó, con un gesto rápido, su cuchilla toledana. Depositó el artefacto sobre la mesa de la sala. La cámara del recinto, hizo un acercamiento sobre la mesa; allí estaba una mini-grabadora negra metálica. En un plano detalle se vio la mano velluda del vasco encender el mecanismo de la cinta. Sacó un papel de su astroso blujin y comenzó a declamar con voz potente, pausada y clara, mientras todos respirábamos más o menos tranquilos...

GENTE MIRANDO TELEVISION
Gente mirando televisión
Gente televisando
Gente informatizándose, uniformizándose de opiniones
que transcurren dentro de las ondas hertzianas
Gente deglutando “ideas”
No muy claras esas “ideas”, gente tele-visualizando masacres, guerras y otras hecatombes narradas por comentaristas especializados
Piedras rituales, sacrificios para el homo sapiens.
Gente escuchando gritos y murmullos adentro de la selva.
Gente escuchando alaridos y gritos escenificados dentro de las cajas de resonancia, dentro de los tambores negros
del corazón acorazado,
el corazón acorralado,
el corazón de las tinieblas,
el corazón de las quinielas.
Gente alumbrada en azul y verde, gente desarticulada,
muda gente dentro de los cuartos oscuros de los hoteles,
en las salas de los frenocomios, en las blancas y asépticas salas de los hospitales, gente fumando en los reformatorios
¡Gente que abuchea, se para y grita, y levanta un puño!
¡Gente “bien informada” con la panza llena de cerveza
viendo reality shows en la televisión!.
Gente que gesticula con cara desencajada frente a las opiniones de un ser virtual, que predice el tiempo y las nevadas y las tormentas radiactivas, y las inundaciones y los ciclones.
Gente que ríe con la boca llena de palomitas y papitas fritas, merengues y colas.
Gente buena que tiene sandalias y pantuflas calientes.
Gente católica viendo televisión después de las oraciones.
Gente de aquí y de allá
Orientales con sus ojos como tachones de estilográfica
y africanos con sus pieles de carbón mineral
y dálmatas, daneses , suecos , españoles,
y norteamericanos.
Todos deglutando, asimilando, asintiendo,
Y defendiendo a muerte su televisión.....



–En este momento hubo un corto que duró unos segundos.Fernando y yo pensábamos que le habían saboteado. Pero a los pocos instantes reapareció la señal, parpadeando y con problemas de sonido. Después se estabilizó y el bardo estaba allí, el joven radical seguía allí, –Nuestro técnico infiltrado, también– desaforado, elocuente, gesticulando, levantando los brazos haciendo signos con las manos...



".........la capilla del nuevo milenio
donde ofician los políticos y los estrellas del cine;
los criminales de guerra.
El golem donde se santifican todas las miradas.
El espejo mágico
donde todos encontramos nuestros rostros
con huecas palabras sin sentido, acariciados por la sensualidad de los anuncios de perfumes y autos.
¡La portería virtual por donde nos meten todos los goles!.
¡La gran almeja eléctrica y cristalina
por donde nos follan todas las noches!.
¡El gran oráculo que se apropia de nuestro silencio!
¡Los ojos de bombillas pálidas!
¡Las orejas de pararrayos plásticos!
¡La papada de cerdos bubónicos!
¡La cresta de gallos con la peste de polinesia!
¡Las trompas de los vacunos espongiformes!
¡Las manos con las pústulas del escarmiento del Japón!
¡Los sexos de las bailarinas de la noche profunda, con sus huesos calcinados en plata escarlata, sus bromuros ácidos,
los daguerrotipos de la infamia, los spot de la censura!
¡Los travestís del mega-plan de invierno!
¡Los industriales del cacao y del centeno!
¡Los ácratas del último atentado aéreo!
¡Los magnates del petróleo y las salchichas!
¡Los apostatas del milenio!
¡Los radicales del paraíso perdido!
¡Los fetichistas del cuero y la lencería!
¡Las prostitutas de las últimas ceremonias en Batraxia!
¡Los condotieros del romance real!
¡Los eruditos lameculos del señor presidente!
¡Los periodistas de la farándula tarántula!
¡Los negociantes-maleantes de la guerra falsa!

¡30 canales de mierda
cuarenta cadenas de basura
vomitando sobre el cuartel del sueño!.
¡Te tienen bien cogido por las pelotas!...,
¡ y a ti fulana por las tetas!...
¡Abre bien la boca
que te vamos a meter una tres yardas!
y a ti Julieta, que te tienen tu Romeo
y a ti Isabela, que te tienen tu Perseo.
¡Mueve el culo pedorra y siéntate!
que ya vamos a darte tu dosis de fetichismorreo
y Marumarmajeo.
¡Coloca tu gran culo gorda pelirroja con cara de cerda hambrienta y acomoda tus grandes tetas de silicona!
¡Que por esta cajita golem
te vamos a meter media docena de salchichas alemanas!.
¡Cuida que tu marido el gordo camionero hincha del equipo de fútbol los galácticos, tenga bien rociada la mesa de cervezas y otros materiales alcohólicos y grasos!, para la gran final de la liga.... ¡Que él también ponga su barriga en el asador, que él también emplace sus pequeñas y flácidas huevas peludas en la parrilla de los sueños!. ¡Pués esta noche tenemos final de copa!.


Por que lo que todos necesitamos
es más gente mirando televisión.
Más gente deglutida por el dragón de cristal y plástico.
El comecocos. El come-corazones.

¡Ven, siéntate, muchacha con piorrea!....
¡Ven, tu también, teenager con ganas de consumir todo el mundo.
Los besos, el perfume de los cabellos de las estrellas pop.
Los pectorales y los muslos
de los muchachitos de la MTV!.
¡Ven tu también doncella con aliento a nicotina
y caderas tatuadas con alacranes escarabajos y corazones!,
sienta tu culito hermoso y abre las piernas que te vamos a meter unos cuantos anuncios televisivos
por esa ranurita de ranita desovada.
¡Abre tu bocaza come-pizzas
Que te vamos a meter
una buena dosis de genitalidad multirracial!.
Y haznos un blow Job mientras en este programa concurso
Nos robamos otro premio.
¡¿Quién....inventó las catapultas?!
¡Cooooorrreeecccto!
¡Llamen, llamen y elijan!....
¡Lamen, llamen y concursen!...
¡Te puedes hacer millonario desde tu poltrona de sintético rojo!
¡Las compañías telefónicas patrocinan!
¡Y míranos a nosotros, los del Gran Hermano como fornicamos y como babeamos;
como nos pedorreamos en vuestro cristal sin empañarlo!
¡como nos divertimos a tu salud, enanos en la feria digital!

Primero te acostumbras a las cámaras
en los metros y en los subways,
Luego en las calles y en las plazas
y por último en los cuartos y en los baños públicos.
Todos tendrán sus cuatro minutitos de gloria mediática.
También queremos meterte
una camarita mini DVD entre el culito
para saber qué comes y qué cagas,
o si te pasaste de dosis...
vete acostumbrando
¡Que el gran hermano meta sus narices y su verga salada
dentro de tus cuatro paredes
colmenita de abejorrita hiperkinética, sonámbula, hermafrodita!
¡Ah! ¿Verdad que es fantástico?
Vete acostumbrando a que revisemos tu correo,
tu carné de bibliotecas....
Qué lees, qué comes, qué piensas
Cómo te sodomizan.
Cómo te vomitas.
Cómo te mueves, cómo te la meneas,
¡¿Cómo vas a escapar de aquí my baby?!
Vete acostumbrando,
es un fenómeno,
ya somos mayoría...

Muchos, mucha gente,
dentro de la televisión.
¡Mucha,.... mucha gente,
mirada por la televisión!...

Se escucharon ruidos, gritos, golpes. La azul gendarmería entre los técnicos robóticos al asalto. La cara del poeta vasco deformada y aplastada contra una de las cámaras. Un fade out oscuro y denso se dejó caer dentro de nuestra televisión, pero también un chasquido eléctrico como de cámaras estallando, crepitando, ululando que disolvían y hacían desvanecer toda la prisión de la idiotez que representaba la mansión el Gran Hermano.
O.G.R.

domingo, 2 de septiembre de 2007

POETA PEDALEANDO SOBRE EL VIENTO


JORGE E. SCHULTZ
Este poeta barranquillero de tierra fría, este pedalista de las pistas negras de la aurora, es uno de los tantos que en Colombia, no hacen parte del festival farandulero de la poesía. La poesía no necesita multitudes, necesita atletas que en las madrugadas naveguen las rutas silenciosas y solitarias de los versos. La poesía no necesita coliseos (en donde no falta la consabida publicidad de la multinacional de turno), necesita lectores, que en comunión con la palabra, encuentren un punto de luz por donde el lenguaje se fugue hacia una estrella.

La poesía no necesita embajadores de clase turística que van por el mundo, con sus guayaberas multicolores y sus gafas negras, de balneario en balneario, mostrando la cara amble y culta, de una sociedad que oculta mucho, de sus prisiones, sus carnicerías, sus guerras neocoloniales.

La poesía necesita poetas-ciclistas como Jorge E. Schultz que como deportista y ciclista de montaña. Pedaleé al fondo de la luz andina, buscando en medio del aliento brumoso de la madrugada, una metáfora silenciosa que vitalice la palabra y la convierta en una rueda de música mecánica y neumática ligera.

Su poesía tiene múltiples matices y sonoridades, que la hacen cercana a una balada-jazz, lenta y armoniosa, fraguada en la arena o en la piedra sonora de su Atlántico querido, unas veces. Otras, como cantos de una marinería interior, que suelta sobre el rayo de plata del verso: la joya viva, la palabra luminosa.

Poeta culto, y de culto, para un grupo de jóvenes poetas del eje cafetero y de la costa atlántica; Jorge  Schultz es a mi modesto entender, uno de los mejores poetas colombianos, que, como casi siempre ocurre, ha sido objeto de un ostracismo y ocultamiento por parte de quienes se ocupan de la critica de estos menesteres literarios.

De regreso de su vida marinera, con los tatuajes de las tempestades en su rostro. Sin vocación de vedette y sin el amaneramiento de los poetas capitalinos que les permite sentarse con delicadeza en las mesas de los olimpos patrios, en donde al lado de ilustres pirómanos se sientan periodistas y oficinistas que cantan en tono menor, pero que juegan a la carrera diplomática de la poesía; esa, en la que gana el más apto para las genuflexiones y la malicia política.

No se ha empelotado sobre su bicicleta para llamar la atención –cuando practica su deporte, lo hace con la severidad mística y estoica de los atletas de montaña–. No ha ido a mendigar puesto a la casa de poesía Silva y no se ha fotografiado al lado de manatíes graciosos y rancias ballenas que navegan sofocadas en etil, dentro del estanque- santuario-poético nacional como J. M. Roca; por que está ocupado puliendo sus versos y afinando sus músculos sobre el caballito de acero.
La ultima vez que lo vi, estaba delgado, bronceado y fuerte.– “Llegará el tiempo, -si las cosas siguen así-, que será más importante para un poeta colombiano poder hacer kilómetros de fondo, sin sufrir un ataque cardiaco”– me dijo. Y es verdad, esos kilómetros que conducen a la emboscadura del hombre libre; el que se hace a un lado de la farsa para afinar su ballesta sobre la sociedad del espectáculo, serán importantes.

Hay que decir, que a pesar de todo, el poeta Schultz ha roto la velada censura que en este trópico venal, acompaña la carrera del poeta; que editores honestos, como el poeta Omar Ortiz de la revista “Luna Nueva de Poesía” ha visto el gran valor literario de este escritor y ha publicado estos hermosos poemas, que me permito transcribir aquí:

EL VIENTO

Yo soy el viento
abocinando las manos en el borde de la playa.
El que exprime a contracorriente
el salto del delfín a la mar alta
donde mueren y nacen las tormentas.
El viento flameando en la gavia de los días.
Crujiendo y empujando el velamen del esquife.
Arrebatando de verdes las corrientes en el golfo.
Irisando en el fondo un estruendo de mareas.
Sosteniendo al pelicano sobre el ramaje de las olas;
el viento el viento el viento
pájaro que echa raíces en el aire.



UNA BIOGRAFIA DE VALLEJO

Se moriría en París, un día de lluvia jueves
y yo imagino:
de agujereado impermeable y sin paraguas
los pies sumidos en el agua
el rostro pegado a las vitrinas.
Prosando la bilis de sus tuétanos
la terrible intemperie de su tripas
y corriendo detrás de los tranvías
para colgar su existencia de la puerta.
Y él con esas ganas bizarras de morirse
piera sobre piedra
de cholo de perfil y taciturno;
con ese solitario desamparo
tras las rejas y cerrojos de los días
enterrándose en su fosa visionariamente abierta
llenándola a palada con sus versos
y granos de arena como candados diminutos.
Porque visto bien bajo una lupa
todo funeral y su obituario
solo está correctamente escrito
con las uñas y tibias
y fémures del difunto.



DATOS DE UN CONVALECIENTE

“Todo el que insiste en su locura
adquiere la verdadera cordura.”
William Blake

A mi corazón no le van camisas de fuerza.
Huele a quemadura, a lentos, a alelados días
oscuros y plagados de relámpagos
a tropel, a pendular bombilla
a luz flotando enloquecida de un muro a otro muro
sobre sombras, rostros y cabezas
sobre una camilla de descargas eléctricas;
arqueada tormenta o corto circuito que al alma toca.

La noche viene, a gotas resbalando por espinas
por balbuceos de seconal, a los revueltos cabellos
a un amasijo de dedos.
Aquí, aquí la atmósfera en suma peligrosa.
Días erigidos en un tiempo sin remedio
días que un oscuro horror derrumba.

Aguantar es la consigna si el tiempo aprieta.
Zumbar de golpes eléctricos en el día
sucesivos
en el plumaje de las horas.


CARTA DEL PEQUEÑO GUERRERO

Recién he dejado las trincheras madre
vuelvo a casa como un relámpago
no se preocupe casi completo;
una muleta por pierna izquierda
una venda por mano derecha
una nube en el ojo.
En la valija un trompo y perlas de naftalina
para espantar pesadillas, alimañas y miedos.

Posdata:
Recuerdo mucho el patio
sobre todo el ciruelo por las noches
cuando lo mirábamos entre la brisa de diciembre
frutecer
maduro de universo.


DE LOS SUEÑOS DE UN POETA

A veces a las puertas de mis sueños
toca la gloria y me sonríe.
A veces en mi sueño
escucho cerrarse la puerta detrás de ella
y me despierto con la vaga sensación
de que ha puesto mi cara entre sus senos
y me ha susurrado el vértigo
de sus delirios al oído.

Pero yo que sé cuando escasean mis palabras
que me duele no acertar una frase célebre
no caigo en inmensa tentación de llamarla
ahora que debe estar elaborando
su larga lista de escogidos
o velando
los cadáveres de Borges y Neruda.

ELÍAS MEJÍA


Elías Mejía

Elías Mejía, es un poeta quindiano que ha venido ejerciendo su oficio desde una perspectiva silenciosa; es poca la obra que publica y que nos llega desde hace años; pero alguna circula de mano en mano de poetas colombianos, que tienen viva en la memoria versos tan evocativos como:

“Quiero volver a verla
para completar el poema
con el rubí
de su entrepierna
con el ónix de su espalda
y con la perla violenta de su cuerpo de seda.”
(Poema de dieciocho quilates)

Después de agitar el cotarro provinciano en los postreros ochenta con versos que exponían la condición de personaje público del poeta frente a la pacatería y la molicie intelectual, de una provincia que solo sabía de café plátano y jeeps Willis coronados por catres de metal, en donde en sus cabeceras, –casi siempre–, asomaba una bacinica de hojalata pintada con tórtolas azules.

“Me erijo dios de mi pueblo
dios de mi ciudad
de hoy en adelante
mi nombre debe ser escrito con letra mayúscula
mínimo la primera.
…….
Aunque las consabidas buenas costumbres
con su carga de madres hipócritas
de moralistas iletrados
y de policías obtusos
afirman que soy una basura,

Digo que,
aun así,
la palabra basura cuando a mí
haga referencia,
debe ser escrita con letra mayúscula,
mínimo la primera.”



Su obra lenta, ya madura entre pausas de café y vino tinto; circula como zamizdat luminoso y cristalino, con una cadencia intima que deja ver entre sus versos los abatares, las lecturas-palimpsestos, y los descubrimientos estéticos de este escritor, que todavía tiene muchos ases en la manga de su saco de paño ingles. Esperemos que en las próximas partidas, saque con gesto de dandy la carta mayor, y que el as con las chartes sur le table brille y nos sorprenda con su nueva producción….Por el momento un pequeño abre bocas:

ZAGA DE UNA LECTURA
(Arturo Alape, proveedor)


LA MANÍA

No podía tomar un libro prestado
sin rayar sus páginas;
amaba dejar mensajes en ellas
y sobreponer su opinión
sobre la opinión y pensamiento de los dueños.

Por esa inevitable vanidad
perdió amigos:
lo dejaron solo
cuando no soportaron más sus trazos rojos
sobre las huellas de los lápices
de los primeros lectores,
y verdes o azules o muy negras
bajo otros renglones;
eso era como negarse a estar de acuerdo;
eran batallas en las páginas,
insoportables tiranías
desdibujando la huella inicial
de quienes los habían leído primero
y a quienes debían ser devueltos.



DISCULPAS

Ofrezco disculpas al autor de este libro:
la tinta ha mojado mi dedo pulgar
porque la pluma fuente,
siempre suelta su entusiasmada sangre negra donde no debe.

Ofrezco disculpas
pues con esa tinta
he dejado la huella:
por aquí pasé yo, leyendo:
la huella dactilar
que no ha debido ser
la de quien escribe estos versos.


RESPETOS

Me ha gustado tanto tu libro
que lo he leído despacio,
devolviendo las páginas,
saboreando las frases,
respetando las pausas.

¡Me ha gustado tanto tu libro!


De tus palabras de tinta
surge una fuerza nueva
que viene a contagiarme.

Después de cada párrafo
siento que podría escribir un poema,
un libro entero en cada doble espacio.

La vida de esos niños pobres ultrajados,
la poética de la miseria
las pruebas del fuego de la valentía
la humillación y la inocencia
que pusiste a vivir en tu libro,
vienen a despertarme al poema de nuevo.

Sin saberlo.
Nadie lo sabía.
Sólo tú sabias cómo era ese vuelo
Ya has vuelto a despertarme.


IMPULSOS

En la página treinta y cuatro
decidí no subrayar más
las frases del libro.
Dije:
el contenido de este libro es muy hermoso
y debo prestarlo a mis amigos;
para ello debe estar limpio
como la narración que contiene,
no debo romper su ritmo
con estos torpes trazos.

Este libro es muy hermoso.
En la página treinta y cuatro
decidí no subrayar más…,
pero algo muy intimo me dice
que no voy a lograrlo.


LIBROS MUERTOS

Para qué los márgenes,
para qué esos bordes blancos
si no es para tomar nota
para dejar la huella
de la memoria
que se va inventando sola
entre los renglones.

No entiendo a esos dueños de libros
impolutos, puestos en los anaqueles,
adornando bibliotecas quietas.

Sospecho de la inteligencia
de esos hombres y sus libros
y sus fichas aparte
para dejar los márgenes blancos,
vacíos de emociones y de encuentros:
hombres que no tienen afán
para consignar su dialogo
con las paginas:
libros muertos.


LA POSE

Detrás de la sonrisa
están los fantasmas,
pero el flash los ha borrado con su luz.

Desaparecen las sombras de su vida
en la foto de la tarde.

No sirvió para nada esta vez
la nitidez de los recuerdos.



FRAGILIDAD

He perdido su cara,
de su gesto apenas queda
un trazo
diluyéndose
en el agua de la memoria.

Ni siquiera el miedo es real:
fue suficiente el poco tiempo
para olvidar:
dulce fragilidad del recuerdo.

No puedo dibujar el rostro de esa loca,
que irascible acosaba con sus gritos
bajo el cielo alunado de mi niñez,
mientras abuela
atizaba el fuego en la hornilla.

domingo, 26 de agosto de 2007

MANIFIESTO AVANT-POP DE MARK AMERICA



EN EL BLOG LITERARIO Y DE CRITICA CULTURAL CHEAPNESS DE PABLO BATELLI
HEMOS ENCONTRADO EL MANIFIESTO.....

Manifiesto Avant-Pop : Traducción Agramatical y extensión globalinstantánea
Manifiesto Avant-Pop por Mark Amerika según traducción agramatical y extensión globalinstantánea (+ agradecimiento)
"Amenaza que se descubre a sí misma en diez rápidas entradas"
1. Ahora que la posmodernidad está muerta y nos encontramos en el proceso de finalmente enterrarla, alguna otra cosa está surgiendo en la imaginación cultural y yo propongo que llamemos este nuevo fenómeno Avant-Pop.

2. Sin dejar de ser verdadero el que ciertas tensiones de la Posmodernidad, Modernidad, Estructuralismo y Post-Estructuralismo, Surrealismo, Dadaismo, Futurismo, Capitalismo e inclusive Marxismo se extienden sobre la nueva sensibilidad, la mayor diferencia es que los artistas que crean el arte Avant-Pop son los hijos de los Medios Masivos (incluso más que ser los hijos de sus padres quienes tienen mucha menor influencia sobre ellos). La mayoría de los practicantes tempranos de la posmodernidad, quienes llegaron a una conciencia activa adulta en la década de los cincuentas, sesentas y tempranos setentas, trataron desesperadamente de mantenerse alejados de la punta de la nueva y poderosa realidad “Mediagenic” que rápidamente se iba convirtiendo en el lugar en dónde ocurría casi todo nuestro intercambio social. A pesar de su temprana insistencia en permanecer atrapados en los presupuestos elitistas del mundo del arte de la autoinstitucionalización y la incestualidad, la Posmodernidad se encontró a si misma superada por la máquina mediática popular que eventualmente la mató, y de sus restos nace el Avant-Pop.

3. Avant-Pop artistas han tenido que resistir la sensibilidad de la vanguardia, que obstinadamente niega la existencia de una cultura popular de medios y de su modo dominante sobre la forma en que usamos nuestras imaginaciones para procesar la experiencia. Al mismo tiempo, los artistas A-P han tenido que trabajar duro para evitar quedar tan enamorados de la falsa conciencia de los Medios Masivos por sí sola, que les haga perder de vista sus directrices creativas. La única más importante directriz creativa de la nueva ola de los artistas Avant-Pop es ingresar en la cultura del mainstream como lo haría un parásito succionando hacia fuera toda la mala sangre que se encuentra entre el mainstream y el margen. Succionando del pecho contaminado de la cultura del mainstream, los artistas Avant-Pop se están tornando en Mutantes Ficcionarios, es cierto, pero nuestra meta ha sido siempre y será, encarar nuestra deformación monstruosa y encontrar formas salvajes y osadas de amarla por lo que ella es. Las ulteriores tensiones de la posmodernidad también intentaron hacer esto pero fueron incapaces de encontrar la llave secreta que conducía directamente a la célula mainstream como para facilitar y acelerar la rápida descomposición del cuerpo anfitrión. Todo esto está cambiando a medida que la emergente joven cultura, con su profundo arraigado cinismo y movimiento nómada dentro de la “danza de los negocios”, tiene ahora el poder para crear o romper el decrépito futuro del capitalismo tardío.

Los artistas Avant-Pop han adquirido inmunidad frente a la disfunción de la Muerte Terminal de una desencarrilada cultura Pop y están listos a ofrecer su propia extraña confección de elíxires para curarnos de este terrible malestar (“la enfermedad de la información”) que infecta el núcleo de nuestra vida colectiva.

4. Si bien los artistas Avant-Pop están plenamente concientes de su necesidad de mantener una crucial sensibilidad avant a medida que conduce el proceso creativo de su trabajo y se vincula ella misma al linaje de la vanguardia de la cual se desprenden, también son rápidos en darse cuenta de la necesidad de desarrollar estrategias mentalmente más abiertas que les permita captar atención dentro de las formas popularizadas de la representación que llenan el panorama mediático contemporáneo. Nuestra misión colectiva es la de alterar radicalmente el foco de la Cultura Pop sintonizando un popularizado tipo algo más oscuro, sexy, surreal, y sutilmente irónico de gesticulación que crece a partir del trabajo de muchos artistas del siglo veinte como Marcel Duchamp, John Cage, Lenny Bruce, Raymond Federman, William Burroughs, William Gibson, Ronald Sukenick, Kathy Acker, los dos Davis (Cronenberg y Lynch), y de movimientos de arte como Fluxus, el Situacionismo, Letrismo, y Neo-Hoodooism, y de partituras y textos de bandas de rock que incluyen a Sex Pistols, Pere Ubu, Bongwater, Tackhead, The Breeders, Pussy Galore, Frank Zappa Sonic Youth, Ministry, Jane´s Addiction, Tuxedo Moon y The Residents.

La ola emergente de artistas Avant-Pop que llegan ahora a la escena los encuentra a ellos mismos atrapados en esta lucha por transformar con rapidez nuestra enferma e invadidaporlacomodidad cultura rutinaria en una más sensual, trippy, exótica y entretejida experiencia Avant-Pop. Una forma de lograr esto sería creando y expandiendo las comunidades de nicho. Comunidades de nicho, muchas de las cuales existen en la escena zine, habrán de convertirse, en virtud de los entornos electrónicos convergentes, en comunidades virtuales. Involucrándose activamente en el continuo intercambio y proliferación de publicaciones electrónicas colectivamente generadas, obras creativas de diseño personal, manifiestos, lecturas en vivo, hipertextos multimedia interactivos, conferencias, etc., los artistas Avant-Pop y las redes alternativas a las que pertenecen engullirán las reliquias convencionales de una época pasada en dónde el individual artista-autor crea sus bella-manufacturas, obras originales de arte para ser consumidas primordialmente por el mundo del arte elitista y sus compinches de negocios que hacen valer su juicio sobre lo que es apropiado y lo que no.

Establecimiento literario? Establecimiento arte? Olvídelo. Los artistas Avant-Pop comparten los datos experienciales de cada uno de los otros como ondas de energía caótica que chocan y se mezclan en la sangre-textual mientras el siempre cambiante flujo de proyectos creativos que derivan de su trabajo colectivo inundan el terreno electrónico de culto con una sutil energía contraestablecimiento que cambiará por siempre la manera como nosotros diseminamos e interactuamos con la escritura.

5. Los artistas Avant-Pop le damos la bienvenida a la Era Electrónica con brazos abiertos, porque sabemos que así se incrementarán en forma vasta nuestras chances de encontrar una audiencia de individuos mentalmente símiles con quienes podemos comunicarnos y colaborar. El futuro de la escritura se está alejando del escritor solitario sentado detrás de un teclado engranando versos de manera que algún día él o ella encontrará a un editor o agente o editorial que habrá de elevar su obra a aquellos interesados en la cultura literaria comercial. En lugar, el futuro de la escritura constará de más autoría multi medial en colaboración que será accesible a cientos sino a miles de asociados alrededor del mundo que estarán activamente internetlaborando dentro de sus comunidades de nicho. El valor dependerá más en la habilidad de los diferentes grupos de artistasasociados para desarrollar una reputación de entrega de fácilmente accesibles golpes de Tónico de Información Especial a los corresponsales informacionalmente enfermos donde sea que él o ella se encuentren (otra de las grandes cosas acerca de hacer del Avant-Pop la más excitante química-movimiento del siglo veinte y de entrado el siglo veintiuno es que nuestra audiencia será las dos cosas, inmediata y global, en un único aliento).

Los escritores que continúen como soporte de un caduco concepto de un escritor solitario disociado de las comunidades de nicho a disposición van eventualmente a perder contacto con la velocidad nanosegundo a la cual la química-movimiento deambula y van a encontrar su propio trabajo y su movimiento aislado individual desacelerando hacia un tortugaolvido.

Puede imaginarse lo que los Futuristas hubieran hecho con una superautopista de la información?

6. Antonin Artaud, fundador del Teatro de la Crueldad, dijo una vez: “yo soy el enemigo del teatro. Siempre lo he sido. Tanto como amo el teatro, soy, por esta misma razón, igualmente su enemigo”. Los artistas Avant-Pop son los enemigos de la cultura pop y de la vanguardia, ambos dominios distantemente convocados en un mundo que se celebra a sí mismo a través de guerras en vivo por TV, desencantamiento económico rampante y cambios nanosegundo de identidad. Nuestro linaje, el baño sangriento de la historia cultural en la que nadamos, incluye Artaud, Lautremont, Jarry, Rimbaud, Futurismo, Situacionismo, Fluxus, Expresionismo Abstracto, Henry Miller, Gertrude Stein, William Burroughs, Terry Southern, Surfiction, Metafiction, Posmodernidad en todos sus horribles detalles, Laugh-In, Saturday Night Live, Beavis and Butthead, SLACKER, Coltrane Miles Dizzy Don Cherry, deconstrucción feminista, la lista sigue. Tomaremos una muestra de todo lo que requiramos. Desgarraremos a tu madre si lo encontramos apropiado para nuestras montóndeestiércol creaciones.

7. No nos interesa tampoco un ápice tu hipócrita realidad social. “Había una vez[]” no nos interesa si tu escenario es el pasado (histórica ficción), el presente (clásicos contemporáneos) o el futuro (cyberhype). Nosotros preferimos perdernos en los exquisitos reinos del sexo espacioloide y en el atemporal desastre narrativo, el riesgo de desvertebrar la sintaxis y desregular el campo de composición de manera que Usted no tenga que sentirse por más tiempo encadenado a la cama de la estandarización comercial. La habilidad de la joven cultura emergente para alinearse con inteligencias intuitivas y narrativasurf no lineal es apenas un sígno de dónde está situada la audiencia del artista Avant-Pop. Pronto la superautopista de datos logrará de una vez y para siempre barrer con los costosísimos intermediadores y los artistas cosecharán los beneficios de su propio trabajo duramente ganado. La fórmula de la distribución cambiará radicalmente de Autor-Agente-Editor-Editorial-Distribuidor-Detallista-Consumidor a una más simplificada y directa Autor (emisor) – Participante interactivo (receptor).

Los artistas Avant-Pop y sus señales piratas promoviendo identificaciones de estaciones fuera de control están listas a expandirse dentro de su casa ahora mismo, simplemente entre al sistema ejecute un “clickaround” y encuéntrelas. Todo depende de USTED, el artista/participante Avant-Pop interactivo.

8. La posmodernidad cambió la manera en que leemos textos. El principal principio de la posmodernidad era: Yo, quienquiera que sea, pondré juntos estos bits de datos y formaré un Texto, en tanto usted, quienquiera que sea, va a producir su propio sentido basado en lo que usted vierte en el texto. La escritura futura Avant-Pop va a llevar este principio incluso un paso más allá. El principal principio que va a evolucionar para el movimiento AvantPop es: Yo, quienquiera que sea, estoy siempre en interacción con datos creados por el Otro Colectivo, quienquiera que sea, y a través de esta interacción y de suplementar el Otro Colectivo, encontraré sentido.

En una era de la información en donde todos sufrimos de un malestar de la información y de sobrecarga, la única cura es un altamente potente tónico creativamente filtrado de (sí) texto residual derramado desde las profundidades de nuestra inconciencia espiritual. Crear una obra de arte va a depender más y más en la habilidad del artista para seleccionar, organizar, y presentar los bits de datos en crudo que tenemos a disposición. Todos sabemos que la originalidad está muerta y que nuestras contaminadas realidades virtuales son siempre de antemano un readymade y prestas para el consumo! Asintiendo al escándalo Armory Show de Duchamp, las preguntas que debemos hacernos nosotros mismos son:

1. Con quiénes estamos compartiendo la letrina cultural?
2. Con qué la estamos llenando?

9. Los artistas Avant-Pop están ya haciendo una gran cantidad de estas cosas. Es imposible nombrarlos a todos pero un sampleo aleatorio incluye a Mark Leyner, Ricardo Cortez Cruz, William Gibson, William Vollmann, Larry McCaffery, Ronald Sukenick, Kim Gordon, Doug Rice, Derek Pell, Kim Deal, Darius James, Lauren Fairbanks, Jello Biafra, Lisa Suckdog, Eurudice, Nile Southern, Takayuki Tatsumi, John Bergin, John Shirley, Bruce Sterling, Richard Linklater, Don Webb, The Brothers Quay, Lance Olsen, Curt White, Eugene Chadbourne, King Missile, David Blair, y muchos, muchos otros.

10. Sin siquiera saberlo, el movimiento Avant-Pop ha estado secretamente generando interés y soporte desde hace algunos años ya pero ha quedado recientemente más expuesto con el surgimiento de la escena alternativa musical sub-pop, las publicaciones de las marcas alternativas de libros “paperback” como Black Ice Books, y el lanzamiento de medios alternativos de bajo presupuesto como *Wax, Or the Discovery of Television Among the Bees*. El futuro de la ficción es *ahora* tal como nosotros, sus más activos practicantes, lo reversoescribimos.

Mark Amerika
Boulder, Colorado

Extensión globalinstantánea

11. Los artistas Avant-Pop somos concientes de que la red puede ser entendida como red y como trama, siendo la trama una red desprovista de jerarquías. También, está la red (o trama) archivo y la red (o trama) museo. Tendemos a pensar en el museo como una forma de archivo, aunque no todo archivo es museo. Sin embargo, es evidente que la red o trama funciona como archivo que acumula en la estadísticamente infalible memoria de sus servidores cantidades crecientes de bits de datos. No importa cual sea la naturaleza de esos datos, su acumulación parece seguir un patrón expansivo geométrico.
Entender la trama-red como museo introduce contradicciones a nuestro rechazo a las vanguardias, pues entenderíamos que lo único logrado con el Avant-Pop habría sido rechazar una definición de museo para edificar otra, actuando en el entretiempo como un movimiento avant-garde vivificador en el flujo temporal de las definiciones del término “museo”. La definición de la vanguardia es redefinir el museo, y el Avant-Pop está dispuesto a asumir el riesgo de representar el papel renovador. Finalmente, la colección dependerá del interés museal y los artistas Avant-Pop consideramos que el museo no es una definición, como se desprende de lo dicho en este lugar, monolítica. El museo es, entre otras cosas, una función temporal y vectorial fuertemente dependiente del contexto que le carga con intereses variables.

12. Entendemos que toda definición es restrictiva y museificante, por lo que proponemos que la vigencia de este manifiesto será breve. Aun en contra de nuestro deseo, pero a manera de concesión favorable del azar, entendemos que las definiciones sólo logran ser coherentes en un universo de datos restringido, y si acaso su coherencia se extendiese a todo el campo, le es imposible al ser humano poseer la certeza de su no contradicción en ese campo extendido.

13. No imponemos la definición Avant-Pop a quien no la acepte por impulso propio derivado de la coincidencia de afinidades; no importa si el accionar y el ser social del individuo en cuestión responde a todas y a cada una de las cualidades señaladas por este manifiesto el movimiento Avant-pop no le impone a nadie una caracterización forzada ni se propone como forma única de caracterizar la entropía internetlabor. Entendemos que se puede navegar y construir la trama sin estar obligado a aceptar la denominación Avant-Pop pero más allá, entendemos que el constructor de trama puede no estar mínimamente interesado en nuestra absolución que se podría asimilar a la concesión de un superior jerárquico más que al espíritu de tramador de trama.

14. Las comunidades de nicho mas elementales que redefinirán la escritura Avant-Pop serán los blogs. A partir de allí, los nichos irán adquiriendo variedad, diversidad y complejidad, hasta que la trama logre simular un enorme cerebro colectivamente humano de complejidad más insondable, más bizarra que la de cualquiera de sus trama-laboradores. A partir de una trama inicial, primitiva a pesar de sus candilejas, el desarrollo de las interfaces electrónicas, a la manera propuesta o insinuada por William Gibson o Bruce Sterling, habrá de generar una gran trama para la interacción y ejercicio del campo colectivo de complejidad, autonomía, velocidad de cambio y expectativas de permanencia inimaginables para cualquier ser humano. La trama es el nacimiento del cerebro de la humanidad vista como totalidad. Esta escritura encontrará su sentido en el lector como escritor; también en el desarrollo de software y de nuevas interfaces.

15. Según el manifiesto se infiere que aún creemos en la figura del artista y de la obra de arte, solamente que modificada a través del filtro que suministra el Manifiesto Avant-Pop. Hay quienes defienden que la única forma posible de lograr efectivamente no constituirse en vanguardia es acogerse al silencio y abandonar las categorías de artista y obra de arte: o bien no producir obra, o bien producir obra que todavía no sea reconocida como tal (y que al no ser reconocida como obra goza del privilegio temporal de la total imposibilidad para inscribirse como una vanguardia). Según esta posición, todas las otras formas de presencia de obra y accionar de artistas solo ayudan a construir el museo del futuro, pero son inofensivas, ingenuas, o torpemente mezquinas en su pretensión de liquidarlo o negarlo. Nuestro rechazo al dogmatismo nos aleja de la descalificación instantánea de esta variante “hermética” pero pensamos que se aleja del manifiesto Avant-Pop; tal vez, en un futuro, pueda constituir una base para otro manifiesto. Sin embargo, creemos que estas categorías quedarán fuertemente redefinidas después de un desarrollo medianamente avanzado de las interfaces electrónicas, que en última instancia, habrán de definir todo proyecto colectivo de trama y fusionar en la total instantaneidad la emisión y la recepción, liquidando toda posibilidad de definir la fuente emisora que coincide con un autor o emisor privilegiado. Por ahora, nuestras interfaces son demasiado precarias. También pensamos que en el futuro el trabajo colectivo tramado a partir de interfaces electrónicas hyperdesarrolladas imprimirá tal nanovelocidad de cambio a la definición del museo y de internetlaborador, que sus verdaderos límites serán inevitablemente impredecibles y entrópicamente “inciertos”, así como el concepto de emisor y receptor.

(traducción agramatical y extensión globalesinstantánea por Pablo Batelli)

Agradecimiento: a Alejandro Corredor Parra
>