martes, 26 de enero de 2010

CONTRACULTURA EN NEW YORK























Avelina Lésper*
Crítica de Arte
domingo 28 de junio de 2009



Estas fotos son el resultado de la acción Hartista que hace meses convocó Anxo, y que realizamos mi esposo Eko y yo en New York, son en su mayoría en el centro del arte conceptual, las galerías de Chelsea y el Soho. El texto a continuación es parte de esta acción y salió al aire por la estación de radio de la Universidad de Guadalajara en el programa Señales de Humo.
Ver arte conceptual en New York es como ir a los musicales King Lion y Mamma Mia. Forma parte de la cultura oficial y bien aceptada por los tours de cristianos con camiseta “Jesus Saves” hasta vendedores de bienes raíces o real estate. Para saber cual es el arte contracultural o counter-culture en New York establezcamos cual es el arte oficial y convencional. El arte oficial es neo conceptual: las instalaciones, los performances, el video arte, intervenciones, ready made, arte sonoro y todo lo que se llama arte contemporáneo o artes visuales. Está dentro del status conservador y reaccionario porque son las formas artísticas que florecieron con el gobierno de Bush y que están más arraigadas en los países con gobiernos confesionales o de derecha, como en México. El arte oficial es el que tiene el apoyo de los museos, las instituciones y cientos de galerías. Es una actitud muy de apoyar el status ir a inauguraciones de algún artista que montó una instalación, esto es aceptado como algo que se usa, como ver a David Letterman.
El arte contemporáneo está tan instalado y apoyado que los contraculturales lo definen en una escalada muy interesante: hace quince años la gente era director de arte o decoradores, luego fueron dj’s y hoy son curadores o artistas contemporáneos. En el renglón de las galerías la escalada es la siguiente: hace quince años la gente era dueña de un restaurante, luego de un antro, hoy tienen galerías de arte contemporáneo. Es como una moda que ya está pasando, en los 90’s todos los meseros eran guionistas, hoy todos los meseros son mexicanos y los que se emborrachan en los antros son artistas visuales. Las personas que traen la moda más impostada o intencionalmente llamativa y por lo tanto cursi, como fueron los punks en su momento, son artistas contempéranos. Los curadores son los nuevos beatniks pero ligth, se visten de negro y están delgados. Existe otro trabajo de moda, asesor de arte, como hay miles de artistas, si eres nuevo rico, que son los compradores habituales de este arte, pues contratas a un asesor y te dice quiénes son los artistas que están pegando o que en un futuro van a pegar. Sus dotes de vidente cuestan caras y el cliente paga en dinero, los artistas pagan de muchas formas el favor de ser elegidos, son conocidos los escándalos de sexo y drogas que rolan entre ellos. Esto es lo mismo que cuando los ricos contrataban un asesor de imagen o de relaciones públicas, es el hobby de los financieros de fortunas efímeras o de actores de televisión.
Dentro del status oficial está también hacer un catálogo sin exposición atrás y decir que eso es curaduría. Son libros de artistas con fotos fuera de foco y textos retóricos sin sentido y mal escritos y tienen antes el nombre del curador y después el del artista. Estudiar para artista visual o contemporáneo es como hace décadas estudiar turismo o ciencias de la comunicación, es una carrera de moda, para gente “bien” con contactos, dinero y deseos de dar lo que sea a cambio de una reseña elogiosa o un espacio en una colectiva de instalaciones hechas con basura. En New York hay temporadas que cuando un musical tiene mucho éxito, todo el mundo abarrota las academias de danza y canto y todos quieren estar en las audiciones, pero como eso es un oficio muy duro, con un nivel de exigencia altísimo y de disciplina militar, pues se depura de inmediato y los que no sobreviven al casting regresan humildes a atender las tiendas de ropa o Sephora con una sonrisa. Pero en el arte contemporáneo no hay casting de talento, ni estándares de calidad, todo es arte y todos son artistas, así que repartirse las galerías, las expos y los tres curadores que manejan los espacios, es una lucha feroz y sin pudor.
Aquí los que viven en el esplendor de su poder son los curadores, los lenones más importantes del barrio de Chelsea. Tienen en su mano gente de todo tipo, jóvenes, adictos, hombres, mujeres, guapos, feos, lo del talento no lo menciono, no es requerido. Y les basta estirar un dedo, decir un nombre y el mundo cambia. Es la nueva Babilonia. Si creían que en Hollywood se viven historias, en estas galerías de piso de concreto pulido, en estos museos de arquitectos de diseño, está la meca de la carne y las sustancias. Porque cuando hay demasiada oferta, pues los precios bajan y las condiciones de venta empeoran notablemente. Y no es para menos, los miles de artistas oficiales hacen lo mismo: performance, fotografías sin foco, rompen su casa y la remontan en la galería, recolectan basura, se fotografían desnudos en grupo y solitario. Pero hoy que todo el mundo hace eso, que la sociedad es de sensation seekers y que en You Tube encuentras más audacia que en el video arte o el performance, esto es nada, tenemos sed y no la están saciando. El arte contemporáneo es el placebo oficial, los Estados subvencionan esto porque son diversiones leves, son probaditas que aplacan. El arte contemporáneo es la sustancia oficial, es un anestésico para la inteligencia. Así que el Estado lo mantiene, las instituciones lo cuidan y los curadores lo explotan.
¿Quiénes son los contraculturales en esta mediocridad oficial? ¿Quién rompe las reglas? El arte verdadero. Saber dibujar es una revolución contracultural. El gesto más out-sider que existe es decir “soy pintor” “soy dibujante” y además saberlo hacer con maestría, no hacer los típicos rayones del arte oficial. Las galerías de vanguardia están exponiendo dibujos de grafito de 2 metros cuadrados, hiperrealistas, perfectos. Robert Longo está exponiendo dibujos de 10 metros por cuatro de altura. La contracultura es saber quien es el nuevo pintor, qué están haciendo los dibujantes. Las galerías comparten las mismas calles, pero las que se basan en arte oficial, ya no abren diario, el mercado se está cansando. Las galerías que exponen arte contracultural o verdadero, que no tienen entrada al New Museum por ejemplo, que no les pidieron artistas para la trienal Younger than Jesus, ponen cosas ayer impensables, esculturas de acero cromado de factura impecable de Liao Yibai, llamadas Imaginary Enemy por $50,000.00 dlls. Este precio es impresionantemente bajo porque una instalación de botes de limpiadores encimados y trapos de cocina y demás enseres domésticos atados con cables que “hablan de la condición de la mujer” de Jessica Stockholder cuestan $80,000.00 dlls. La diferencia es que estas esculturas cromadas son una labor que exige una dedicación y maestría muy grande, los bocetos están expuestos y son dibujos espléndidos, y hay un video del taller del artista. Y pues colocar unos trapos, cables y botes vacíos de productos de limpieza no requieren ni de saber dibujar, o pintar, o saber hacer algo.
La contracultura está peleando por sorprender con niveles de virtuosismo alucinantes, ya han derribado el mito de que los artistas pueden existir con solo pensar, como si los artistas creadores no pensaran, y están trabajando en lograr obras impresionantes. Los dibujos en grafito y papel de Ethan Murrow: Zero Sum Pilot, son planos aéreos de gente que cae, vuela, seres que viajan, hiperrealistas, detallados hasta la obsesión. Los artistas contraculturales están orgullosos de ser virtuosos, no sostienen su obra en el exhibicionismo y la complacencia de los consumidores, están explotando su talento con la certeza de quien sólo puede hacerlo por una vez en la vida. No hay miedo, hay arte. El arte oficial aún tiene los espacios más importantes y el dinero de los nuevos ricos que compran y venden sus casas de los Hamptons cada año, pero en la periferia, con algunas galerías arriesgadas y solventes, están estos transgresores del status oficial. Hoy cuando todo el mundo hace lo mismo, existe esta corriente subterránea que está haciendo arte. En México que reaccionamos más por imitación que por innovación, es lo mismo, pero con menos fama y dinero.
Publicado por Avelina Lésper en 15:19


*escritora, artista y critica de arte mexicana.
LINK a una entrevista con la escritora en donde cruza sables con la escena del arte contemporaneo mexicano (cualquier parecido con la tramoya colombiana es pura coincidencia) No tiene desperdicio.
No recomendable para los afectos del ministerio de cultura.

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LINK a su estupendo blog:
http://avelinalesper.blogspot.com/

sábado, 2 de enero de 2010

Poemas de Gregory Corso



(Nueva York, 1930) Poeta estadounidense. Uno de los miembros de la generación Beat. Es autor de libros de poesía (Gasolina, 1958; La mutación del espíritu, 1964; Herencias del futuro, 1978; New and Selected Poems, 1989; The Vestal Lady on Brattle, 1992), del drama Estos tiempo neuróticos (1955) y de la novela American express (1961).Muere el 17 de enero del 2001)


Traducción: Esteban Moore



Cuando niño


Cuando niño
vigilé las escaleras
fui monaguillo
volé los pájaros de Nueva York

Y en el campamento de verano
Besé a la luna
en un barril de lluvia



Espíritu


El espíritu
es vida
que fluye
a través
de la muerte
de mí

incesante
como un río
que no teme
transformarse
en océano



Alquimia


El pájaro de alas azules
se posa sobre la silla amarilla
­­La primavera ha llegado



Yo obsequié


Obsequié el firmamento
junto a las estrellas los planetas las lunas
y también las nubes y los vientos del clima
las formaciones de aviones, la migración de las aves...
“¡De ningún modo!”, aullaron los árboles,
“¡Los pájaros cuando no vuelan son nuestros, no los podés obsequiar!”
Así que obsequié los árboles
y el terreno que ellos habitan
y todas aquellas cosas que crecen y se arrastran sobre él
“¡Un momento!”, marearon los mares,
“¡Las costas, las playas son nuestras, los árboles para los barcos
para los astilleros, nuestros!, ¡no los podés obsequiar!”
Por lo tanto obsequié los mares todas las cosas que los nadan los navegan...
“De ningún modo”, tronaron los dioses,
“¡Todo lo que has obsequiado nos pertenece! ¡Nosotros lo creamos!
¡Incluso creamos a aquéllos como vos!”
Entonces fue cuando obsequié a los dioses.



Duda acerca de la verdad


En la Musa no existe
hogar para el descanso

El alhajero
está sobre la vereda
su espejo roto

Observo y veo
un poeta gastado
qué dulce-triste
objeto demolido es el hombre poeta

Mi buen corazón dice: “No,
tonto, es el espejo
que se ha roto”

A pesar de que la verdad ya no es mi guía
no haré de mentira verdad

Abandoné el alhajero de los poemas
para siempre
pero al regresar al día siguiente
vi a un chino
llorando bajo el sol



Ventana


Te digo a vos
morir, creer que vas a morir
es una horrible
triste creencia
Las personas no son confiables
y tus padres tu sacerdote tu gurú son personas
y son ellos los que te dicen que debés morir
creerles a ellos es morir
Porque ves a otro morir
creés que tenés que morir
sin embargo sólo conocerás la muerte de otro
nunca la tuya propia
incluso en tu lecho canceroso
nunca sabrás que te despertás muerto
El cuerpo es simplemente una etapa
nacemos de nosotros mismos
del encarnado amanecer
a la noche desencarnada
al amanecer reencarnado
una continua conexión
cuyo hilo conductor es el espíritu
nuevamente te digo
no conozco la impermanencia
estoy con la permanencia
y desprecio la muerte
sólo tengo sentimientos por los vivos
no tengo sentimientos por los muertos
Te dicen que tenés que morir para llegar al cielo
mandá a la mierda a esos forros poco creíbles
que con su fe fraudulenta
matan a millones de eternas inteligencias
Les digo a ustedes. Los muertos: no van a ningún lado
sólo si están vivos podrán llegar aquí, allá, a cualquier lado
El espíritu es más sabio que el cuerpo
Creer que la vida muere con el cuerpo
es estar enfermo del espíritu
El gran peligro es
pensar con el cuerpo que el espíritu es cosa efímera
La víctima de cáncer de espíritu saludable
no es una cosa terminal
y el cuerpo saludable frágil de espíritu
sí lo es
Como los peces son aguas animalizadas
nosotros somos espíritus humanizados
los peces van y vienen los humanos también
la muerte de los peces
no es la muerte de las aguas
la muerte de tu cuerpo
no es la muerte de la vida
Así es
cuando digo que nunca conoceré mi muerte, creo en ello,
conmigo el espíritu emergió con su rostro humano
logré salir de la vida vivo
Y no permitas que un cuerpo en una tumba
en cuya lápida podrás leer el nombre de Gregory Corso
te cause gracia, tiente esa risa tuya “Ja, ja”
“Él decía que nunca moriría,
mirá, el imbécil fue enterrado bien muerto”
Sólo tenés que saber que habrá un cielo
sobre esa tumba ahí
y transportará el tamaño de mi espíritu a todas partes
y esto es una mera suposición
porque quizás nunca verás esa tumba
seguramente yo nunca la veré
Así de este modo como los peces son al agua
así soy yo respecto de la tierra, el fuego, el aire
y así seré hasta tanto todos estos elementos
no estén más allí
Habré muerto en realidad
hasta entonces todavía seré
como ahora, como mañana
como ayer;
adiós, que tengan una buena vida
recuerden
que las personas
las más de las veces
no son confiables,
y son ellas, las que te dicen que tenés que morir;
te estaré viendo en mis ecos
la próxima vez



¡Ehh!

No hay ningún dios
parecido a María, la rubia exitosa
la mejor estudiante de su clase en Vassar

No hay ningún dios del tamaño de la boca de Joan Crawford
que en la muerte sonríe en el polvo
como una línea de blanca

No hay ningún dios
que se haya lamentado por el dinosaurio
más de lo que lo hizo el tipo más sincero
en el bar más decrépito de Baltimore

No hay ningún dios
como el de Mozambique Mort
excepto quizás el de Iwo Jima Jennifer
o el dios de Al el abisinio
o el dios de Sid el sumerio
o
no hay ningún dios
el día después de Milwaukee
Ningún dios
cincuenta años después de la leche derramada
ningún dios
más grande que
la arrogante reina de la belleza de América
en un accidente automovilístico
con su bmw

Sin dios
el reverendo Jerry Falwell
podría estar despachando hamburguesas con rodajas de cebolla
a los parroquianos de un bar, el White Swallow quizá

Sin dios
millones de inteligencias eternas de los creyentes muertos se joden
Con dios
millones de creyentes vivos hieden

Por qué debe existir algún dios
para aquellos como vos o como yo
cuando el hombre de las cavernas
nunca conoció al dios de Billy Graham
y nunca un cavernícola fue judío
Dame las pruebas de la existencia de un dios
parado entre los culos arrugados
de un Rex Roberts y de un Oral Humbard
Yo puedo probar que no existe un dios
de Missouri
Yo soy de la ciudad de Nueva York
como si a los testigos de Jehová les importara

Cómo puede haber un dios
cuando los burros prefieren la paja al oro
y las personas que algo más saben, prefieren el oro
y huyendo con él son baleados en las piernas
No puede haber Dios cuando los pollos comen huevos duros y
seguramente no puede existir un dios
cuando los Gregorios son llamados Goyos



Reconocidos por poseer cabezas duras
(Testa Dura)

la mia testa e una testa delicata

Las estupideces del martín pescador
forman una bandada en mi cerebro
donde se ha ido mi anterior
felicidad
cuando la sabiduría
solstició mi cerebro
tan propicio a la
labor de las palabras
O gran pedo del cielo
vi anticipadamente
tu luz

Las nubes son sobres de agua
hechos de aire
arrojando fuego
Eso es lo que quiero decir con
O gran pedo del cielo
Soy ese niño
lustrabotas de los dioses
después de todo fui yo
el que se sentó en el inodoro
de un viejo y olvidado dios

Con amor, por el pensamiento,
las montañas cubiertas de azul
y los cipreses en descenso
se mueven sin moverse
para mis ojos amantes

Y las tormentas
y las nubes batientes
que topan
como lo hacen los carneros
con sus cuernos grandes
a las nubes femeninas
expresan su amor
hacen bebés
de lluvia



Poeta hablando consigo mismo frente al espejo

Sí, Soy yo
Esta caza de mí
se ha transformado en algo evidentemente absurdo
creyendo que cuando yo
era perseguido
no sólo me encontraría a mí mismo
sino también a todo un rebaño de yoes
yoes pasados, yoes futuros
un carro cargado de ellos
y todos estos años
y adónde he llegado
en este punto del tiempo
éste no es el mismo espejo
que contemplé hace años

Es el espejo que cambia
nunca el pobre Gregory

¡Hey!, en la vida
Donde fui, fui
Donde me detuve, me detuve
Cuando hablé, hablé
Cuando escuché, escuché
Lo que comí, comí
Lo que amé, amé

Pero que puedo decir acerca de
adonde fui, no fui
adonde me detuve, continué mi camino
cuando hablé, escuché
cuando escuché, hablé
cuando ayuné, comí
y cuando amaba...
no deseaba odiar

Ahora veo a las personas
como las ve la policía

También veo a las monjas del mismo modo
en que veo a los hare-krishnas
No tengo representante
me disgusta la idea de un poeta con representante
sin embargo Ginsy y Ferli tienen uno
y hacen pilas de plata con ellos
se vuelven más famosos también
Quizás debiera contratar un representante
¡Wow!
De ningún modo, Gregory, quedáte
En la cercanía del poema

ALBERT CAMUS/ NOVELA Y REBELDÍA


Novela y rebeldía


Es posible separar la literatura de consentimiento que coincide, en líneas generales, con los siglos antiguos y los siglos clásicos, y la literatura de disidencia que empieza con los tiempos modernos. Se observará entonces la escasez de novela en la primera. Cuando existe, salvo raras excepciones, no concierne a la historia, sino a la fantasía (Teágenes y Cariclea o La Astrea). Son cuentos, no novelas. Con la segunda, por el contrario, se desarrolla realmente el género novelesco que no ha cesado de enriquecerse y extenderse hasta nuestros días, al mismo tiempo que el movimiento crítico y revolucionario. La novela nace al mismo tiempo que el espíritu de rebeldía y traduce, en el plano estético, la misma ambición.

«Historia ficticia, escrita en prosa», dice Littré de la novela. ¿No es más que esto? Un crítico católico1 ha escrito no obstante: «El arte, sea cual sea su objetivo, siempre hace una competencia culpable a Dios». Es más justo, en efecto, hablar de una competencia a Dios, a propósito de la novela, que de una competencia al Estado civil. Thibaudet expresaba una idea parecida cuando decía a propósito de Balzac: «La comedia humana es la Imitación de Dios Padre.» El esfuerzo de la gran literatura parece consistir en crear universos cerrados o tipos completos. Occidente, en sus grandes creaciones, no se limita a describir su vida cotidiana. Se propone sin descanso grandes imágenes que lo enardecen y se lanza tras ellas.

Al fin y al cabo, escribir o leer una novela son acciones insólitas. Construir una historia mediante una disposición nueva de hechos verdaderos no tiene nada de inevitable, ni de necesario. Incluso si la explicación vulgar, por el gusto del creador y del lector, fuese verdad, habría que preguntarse entonces por qué necesidad la mayor parte de los hombres experimentan precisamente gusto e interés en historias fingidas. La crítica revolucionaria condena la novela pura como la evasión de una imaginación ociosa. La lengua común, a su vez, llama «novela» al relato engañoso del periodista torpe. Hace unos lustros, la costumbre quería asimismo, contra la verosimilitud, que las jóvenes fuesen «novelescas». Se daba a entender con ello que tales criaturas ideales no tenían en cuenta las realidades de la existencia. De manera general, siempre se ha considerado que lo novelesco se apartaba de la vida y que la embellecía al mismo tiempo que la traicionaba. La manera más simple y la más común de entender la expresión novelesco consiste, pues, en ver en ella un ejercicio de evasión. El sentido común se suma a la crítica revolucionaria.

Pero ¿de qué nos evadimos por medio de la novela? ¿De una realidad juzgada demasiado aplastante? La gente feliz lee también novelas y es constante que el extremo sufrimiento quite la afición a la lectura. Por otro lado, el universo novelesco tiene ciertamente menos peso y menor presencia que ese otro universo en que unos seres de carne y hueso nos asedian sin descanso. ¿Por qué misterio, sin embargo, Adolfo nos aparece como un personaje mucho más familiar que Benjamin Constant, el conde Mosca que nuestros moralistas profesionales? Balzac terminó un día una larga conversación sobre la política y la suerte del mundo diciendo: «Y ahora volvamos a las cosas serias», queriendo hablar de sus novelas. La gravedad indiscutible del mundo novelesco, nuestro empeño en tomar, en efecto, en serio los mitos incontables que nos brinda desde hace dos siglos el genio novelesco, el gusto por la evasión no basta para explicarlo. Ciertamente, la actividad novelesca supone una especie de rechazo de lo real. Pero este rechazo no es una simple huida. ¿Hay que ver en él el movimiento de retiro del alma noble que, según Hegel, se crea a sí misma, en su decepción, un mundo ficticio en que la moral reina sola? La novela edificante, sin embargo, queda asaz distante de la gran literatura; y la mejor novela rosa, Pablo y Virginia, obra propiamente penosa, no ofrece nada al consuelo.

La contradicción es la siguiente: el hombre rechaza el mundo tal cual es, sin aceptar escaparse. De hecho, los hombres tienen apego al mundo y, en su inmensa mayoría, no desean abandonarlo. Lejos de querer olvidarlo siempre, sufren, al contrario, por no poseerlo bastante, extraños ciudadanos del mundo, exiliados en su propia patria. Salvo en los instantes fulgurantes de la plenitud, toda realidad es para ellos inacabada. Sus actos les escapan en otros actos, vuelven a juzgarlos bajo rostros inesperados, huyen como el agua de Tántalo hacia una desembocadura ignorada aún. Conocer la desembocadura, dominar el curso del río, captar por fin la vida como destino, he ahí su verdadera nostalgia, en lo más denso de su patria. Pero esta visión que, en el conocimiento al menos, los reconciliaría por fin con ellos mismos, no puede aparecer, si es que aparece, más que en ese momento fugitivo que es la muerte: todo acaba en él. Para estar, una vez, en el mundo, es preciso no estar ya en él nunca más.

Nace aquí esa desgraciada envidia que tantos hombres sienten por la vida de los otros. Percibiendo esas existencias por fuera, les suponen una coherencia y una unidad que no pueden tener, en verdad, pero que parecen evidentes al observador. Éste no ve más que la línea superior de tales vidas, sin cobrar conciencia del detalle que las roe. Hacemos entonces arte de tales existencias. De modo elemental, las novelamos. Cada cual, en este sentido, trata de hacer de su vida una obra de arte. Deseamos que el amor dure y sabemos que no dura; aunque, por milagro, debiese durar toda una vida, sería aún inacabado. Quizás, en esta insaciable necesidad de durar, comprenderíamos mejor el sufrimiento terrestre si supiéramos que fuese eterno. Parece que a las grandes almas las asusta a veces menos el dolor que el hecho de que no dura. A falta de una felicidad infatigable, un largo sufrimiento crearía al menos un destino. Pero no, y nuestras peores torturas cesarán un día. Una mañana, después de tantas desesperaciones, un irreprimible deseo de vivir nos anunciará que todo ha terminado y que el sufrimiento ya no tiene más sentido que la felicidad.

El afán de posesión no es más que otra forma del deseo de durar; él es el que hace el delirio impotente del amor. Ningún ser, ni siquiera el más amado, y que mejor nos responda, está nunca en nuestra posesión. En la tierra cruel, donde los amantes mueren a veces separados, nacen siempre divididos, la posesión total de un ser, la comunión absoluta en el tiempo entero de la vida es una imposible exigencia. El afán de la posesión es hasta tal punto insaciable que puede sobrevivir al amor mismo. Amar, entonces, es esterilizar al amado. El vergonzoso sufrimiento del amante, en lo sucesivo solitario, no es tanto el no ser ya amado, cuanto el saber que el otro puede y debe amar aún. En el límite, todo hombre devorado por el deseo loco de durar y de poseer desea a los seres a los que ha amado la esterilidad o la muerte. Ésta es la verdadera rebeldía. Quienes no han exigido, un día al menos la virginidad absoluta de los seres y del mundo; quienes no han temblado de nostalgia y de impotencia ante su imposibilidad; quienes, entonces, vueltos a su nostalgia de absoluto, no son destruidos intentando amar a media altura, ésos no pueden comprender la realidad de la rebeldía y su furia de destrucción. Pero los seres se escapan siempre y nosotros les escapamos también: no tienen perfiles firmes. La vida desde este punto de vista no tiene estilo. No es más que un movimiento que corre en pos de su forma sin dar nunca con ella. El hombre, desgarrado así, busca en vano esa forma que le daría los límites entre los cuales sería rey. ¡Que una sola cosa viva tenga su forma en este mundo y éste estará reconciliado!

No hay ser por fin que, a partir de cierto nivel elemental de conciencia, no se agote buscando las fórmulas o las actitudes que darían a su existencia la unidad que le falta. Parecer o hacer, el dandi o el revolucionario exigen la unidad, para ser, y para ser en este mundo. Como en esas patéticas y miserables relaciones que se prolongan a veces largo tiempo porque uno de los miembros espera hallar la palabra, el gesto o la situación que harán de su aventura una historia concluida y formulada en el tono justo, cada uno se crea o se propone tener la palabra final. No basta con vivir, hace falta un destino, y sin esperar la muerte. Es, pues, justo decir que el hombre tiene la idea de un mundo mejor que éste. Pero mejor no quiere decir entonces diferente, mejor quiere decir unificado. Esta fiebre que levanta el corazón por encima de un mundo disperso, del que, sin embargo, no puede desprenderse, es la fiebre de la unidad. No desemboca en una mediocre evasión, sino en la reivindicación más obstinada. Religión o crimen, todo esfuerzo humano obedece a la postre a ese deseo irrazonable y pretende dar a la vida la forma que no tiene. El mismo movimiento, que puede llevar a la adoración del cielo o a la destrucción del hombre, lleva asimismo a la creación novelesca, que recibe entonces su seriedad.

¿Qué es, en efecto, la novela sino este universo en que la acción halla su forma, en que las palabras del final son pronunciadas, los seres entregados a los seres, en que toda vida toma la faz del destino?2 El mundo novelesco no es más que la corrección de este mundo, según el deseo profundo del hombre. Pues se trata indudablemente del mismo mundo. El sufrimiento es el mismo, la mentira y el amor. Los personajes tienen nuestro lenguaje, nuestras debilidades, nuestras fuerzas. Su universo no es ni más bello ni más edificante que el nuestro. Pero ellos, al menos, corren hasta el final de su destino y no hay nunca personajes tan emocionantes como los que van hasta el extremo de su pasión, Kirilov y Stavroguin, la señora Graslin, Julián Sorel o el príncipe de Cléves. Es aquí donde nos alejamos de su medida, pues ellos acaban lo que nosotros no acabamos nunca.

Madame de La Fayette sacó La princesa de Cléves de la más estremecedora experiencia. Sin duda es la señora de Cléves, y sin embargo no lo es. ¿Dónde está la diferencia? La diferencia está en que madame de La Fayette no entró en un convento y que nadie en su entorno murió de desesperación. No cabe duda de que conoció al menos los instantes desgarradores de aquel amor sin igual. Pero no tuvo punto final, le sobrevivió, lo prolongó cesando de vivirlo, y por último, nadie, ni ella misma, hubiera conocido su dibujo si no le hubiera dado la curva desnuda de un lenguaje impecable. Del mismo modo, no existe historia más novelesca y más bella que la de Sophie Tonska y Casimir en Las pléyades de Gobineau. Sophie, mujer sensible y bella, que hace entender la confesión de Stendhal, «no hay más que las mujeres de gran carácter que puedan hacerme feliz», obliga a Casimir a confesarle su amor. Acostumbrada a ser amada, se impacienta ante aquél, que la ve todos los días y que, a pesar de ello, no ha abandonado nunca una calma irritante. Casimir confiesa, en efecto, su amor, pero en el tono de una exposición jurídica. La ha estudiado, la conoce tanto como se conoce a sí mismo, está seguro de que este amor, sin el que no puede vivir, carece de futuro. Ha decidido, pues, declararle a la vez este amor y su inconsistencia, hacerle donación de su fortuna -Sophie es rica y este gesto es inconsecuente- a condición de que ella le pase una modestísima pensión que le permita trasladarse al suburbio de una ciudad elegida al azar (será Vilna), y esperar en ella la muerte, en la pobreza. Casimir reconoce, por lo demás, que la idea de recibir de Sophie lo que le será necesario para subsistir representa una concesión a la debilidad humana, la única que se permitirá, con, de tarde en tarde, el envío de una página en blanco metida en un sobre en el que escribirá el nombre de Sophie. Tras mostrarse indignada, luego turbada, luego melancólica, Sophie aceptará; todo se desarrollará tal como Casimir había previsto. Morirá en Vilna, de su pasión triste. Lo novelesco tiene así su lógica. Una bella historia no carece de esa continuidad imperturbable que no se da nunca en las situaciones vividas, pero que se encuentra en el proceso del sueño, a partir de la realidad. Si Gobineau hubiese ido a Vilna, se habría aburrido y habría regresado, o habría estado allí a su gusto. Pero Casimir no conoce las ganas de cambiar y las mañanas de cura. Va hasta el fin, como Heathcliff, que deseará ir más allá de la muerte para Regar hasta el infierno.

He aquí, pues, un mundo imaginario, pero creado por la corrección de éste, un mundo en que el dolor puede, si quiere, durar hasta la muerte, en que las pasiones no se distraen nunca, en que los seres se entregan a una idea fija y están siempre presentes los unos para con los otros. El hombre se da al fin a sí mismo la forma y el límite apaciguador que persigue en vano en su condición. La novela fabrica destinos a la medida. Así es como compite con la creación y vence, provisionalmente, a la muerte. Un análisis detallado de las novelas más famosas mostraría, con perspectivas cada vez diferentes, que la esencia de la novela está en esa corrección perpetua, dirigida siempre en el mismo sentido, que el artista efectúa sobre su experiencia. Lejos de ser moral o puramente formal, esta corrección apunta primero a la unidad y traduce, con ello, una necesidad metafísica. La novela, a este nivel, es en primer lugar un ejercicio de la inteligencia al servicio de una sensibilidad nostálgica o en rebeldía. Se podría estudiar esta búsqueda de la unidad en la novela francesa de análisis, y en Melville, Balzac, Dostoievski o Tolstoi. Pero una breve confrontación entre dos tentativas que se sitúan en los extremos opuestos del mundo novelesco, la creación proustiana y la novela norteamericana de estos últimos años, bastará para nuestra intención.

La novela norteamericana pretende hallar su unidad reduciendo al hombre, ya sea a lo elemental, ya a sus reacciones externas y a su comportamiento3. No elige un sentimiento o una pasión del que dará una imagen privilegiada, como en nuestras novelas clásicas. Rechaza el análisis, la búsqueda de un resorte psicológico fundamental que explicaría y resumiría la conducta de un personaje. Por eso, la unidad de dicha novela no es más que una unidad de enfoque. Su técnica consiste en describir a los hombres por fuera, en los más indiferentes de sus gestos, en reproducir sin comentarios los discursos hasta en sus repeticiones4, en hacer, por fin, como si los hombres se definiesen enteramente por sus automatismos cotidianos. A ese nivel maquinal, efectivamente, los hombre se parecen y así se explica ese curioso universo en que todos los personajes parecen intercambiables, hasta en sus particularidades físicas. Esta técnica es llamada realista tan sólo por un malentendido. Además de que el realismo en arte es, como veremos, una noción incomprensible, resulta muy evidente que este mundo novelesco no tiende a la reproducción pura y simple de la realidad, sino a su estilización más arbitraria. Nace de una mutilación, y de una mutilación voluntaria, llevada a cabo sobre lo real. La unidad así obtenida es una unidad degradada, una nivelación de los seres y del mundo. Parece que, para esos novelistas, sea la vida interior la que priva las acciones humanas de la unidad y que arrebata a los seres los unos a los otros. Tal sospecha es en parte legítima. Pero la rebeldía que se halla en la fuente de este arte, no puede encontrar su satisfacción sino fabricando la unidad a partir de esa realidad interior, y no negándola. Negarla totalmente es referirse a un hombre imaginario. La novela negra es también una novela rosa de la que tiene la vanidad formal. Edifica a su manera5. La vida de los cuerpos, reducida a sí misma, produce paradójicamente un universo abstracto y gratuito, constantemente negado a su vez por la realidad. Esa novela, purgada de vida interior, en que los hombres parecen observados detrás de un cristal, acaba lógicamente dándose, como tema único, al hombre presuntamente medio, escenificando lo patológico. Así se explica la cantidad considerable de «inocentes» utilizados en este universo. El inocente es el tema ideal de semejante empresa, ya que no es definido, y por entero, sino por su comportamiento. Es el símbolo de este mundo exasperante, en que unos autómatas desdichados viven en la más maquinal de las coherencias, y que los novelistas norteamericanos han elevado frente al mundo moderno como una protesta patética, pero estéril.

En cuanto a Proust, su esfuerzo ha consistido en crear a partir de la realidad, obstinadamente contemplada, un mundo cerrado, insustituible, que no le pertenecía más que a él y marcaba su victoria sobre la huida de las cosas y sobre la muerte. Pero sus medios son opuestos. Dependen ante todo de una elección concertada, una meticulosa colección de instantes privilegiados que el novelista escogerá en lo más secreto de su pasado. Inmensos espacios muertos son así expulsados de la vida porque no han dejado nada en el recuerdo. Si el mundo de la novela norteamericana es el de los hombres sin memoria, el mundo de Proust no es en sí mismo más que una memoria. Se trata tan sólo de la más difícil y la más exigente de las memorias, la que rechaza la dispersión del mundo tal cual es y que saca de un perfume recobrado el secreto de un nuevo y antiguo universo. Proust elige la vida interior y, en la vida interior, lo que es más interior que ella, contra lo que en lo real se olvida, es decir lo maquinal, el mundo ciego. Pero de este rechazo de lo real, no saca la negación de lo real. No comete el error, simétrico al de la novela norteamericana, de suprimir lo maquinal. Reúne, por el contrario, en una unidad superior, el recuerdo perdido y la sensación presente, el pie que se tuerce y los días felices de antaño.

Es difícil retornar a los lugares de la dicha y la juventud. Las muchachas en flor ríen y parlotean eternamente frente al mar, pero aquel que las contempla va perdiendo poco a poco el derecho a amarlas, igual que aquellas a las que amó pierden el poder de ser amadas. Esta melancolía es la de Proust. Ha sido bastante potente en él para hacer brotar un rechazo de todo el ser. Pero el amor a las caras y a la luz lo ataban al mismo tiempo a este mundo. No consintió que las vacaciones felices se perdieran para siempre. Se comprometió a recrearlas de nuevo y a mostrar, contra la muerte, que el pasado se encontraba al término del tiempo en un presente imperecedero, más verdadero y más rico aún que en el origen. El análisis psicológico de El tiempo perdido no es entonces más que un poderoso medio. La grandeza real de Proust es haber escrito El tiempo recobrado, que reúne un mundo dispersado y le da una significación al nivel mismo del desgarramiento. Su victoria difícil, en vísperas de su muerte, consiste en haber podido extraer de la huida incesante de las formas, por las vías solas del recuerdo y la inteligencia, los símbolos estremecedores de la unidad humana. El reto más seguro que una obra de esta índole pueda plantear a la creación es presentarse como un todo, un mundo cerrado y unificado. Esto define las obras sin correcciones.

Se ha podido decir que el mundo de Proust era un mundo sin dios. Si eso es verdad, no es porque en él no se hable nunca de Dios, sino porque este mundo tiene la ambición de ser una perfección cerrada y de dar a la eternidad el rostro del hombre. El tiempo recobrado, en su ambición al menos, es la eternidad sin dios. La obra de Proust, desde este punto de vista, aparece como una de las empresas más desmesuradas y más significativas del hombre contra su condición mortal. Ha demostrado que el arte novelesco rehace la creación misma, tal cual nos es impuesta y tal cual es rechazada. Bajo uno de sus aspectos al menos, este arte consiste en elegir a la criatura contra su creador. Pero, más profundamente aún, se alía con la belleza del mundo o de los seres contra las potencias de la muerte y del olvido. Así es como su rebeldía es creadora.

Albert Camus

FIN
1. Stanislas Funet
2. Incluso si la novela no dice más que la nostalgia, la desesperación, lo inacabado, crea con todo la forma y la salvación. Nombrar la desesperación es superarla. La literatura desesperada es una contradicción en los términos.
3. Se trata naturalmente de la novela «dura», la de los años treinta y cuarenta, y no de la floración norteamericana del siglo XIX.
4. Hasta en Faulkner, gran escritor de esta generación, el monólogo interior no reproduce más que la corteza del pensamiento.
5. Bernardin de Saint-Pierre y el marqués de Sade, con indicios diferentes, son los creadores de la novela de propaganda.