martes, 5 de abril de 2011

La degradación de la Cultura




Robert Kurz


Para la mayoría de las personas, una crítica fundamental de la economía moderna es una locura tan grande como intentar atravesar un muro en lugar de utilizar la puerta. Vista a distancia, esta economía parece tener las características de la locura. Pero dado que las leyes de la máquina capitalista se han internalizado universalmente, se las acepta como norma; porque cuando los locos son mayoría, la locura se convierte en un deber del ciudadano. Bajo esta presión, la crítica social huye del campo de la economía en busca de una alternativa. Esto es precisamente lo que hace la izquierda cuando se toca el nervio de las condiciones económicas prevalentes: que a uno se le recuerde su rendición incondicional, duele. Por eso la izquierda, desarmada teóricamente, prefiere renunciar a cualquier crítica seria del mercado, del dinero y del fetichismo de las mercancías como un "economicismo" anticuado y estéril que personalmente ha dejado atrás hace ya mucho tiempo.

¿Y de qué se puede ocupar una crítica social cuando ha dejado de ser lo que es? En el pasado, el principal campo de evasión era la política. Entonces se pretendía la regulación de los asuntos públicos (y también hasta la economía) del sistema de producción de mercancías, por los miembros de la sociedad dentro de las instituciones políticas con un "discurso de razón". De esto no queda casi nada. La política hace ya mucho que ha sido degradada a un espacio funcional secundario y dependiente de la economía totalitaria. Hoy en día, el fin capitalista ha engullido lo que antes se tomaba como "relativa independencia" de la política. Por esto la crítica social en la era posmoderna huye de la política para refugiarse en la cultura, al igual que antes huyera de la economía a la política. La izquierda posmoderna se ha convertido en "culturalista" en todos los aspectos y con toda seriedad, cree que de algún modo puede actuar "subversivamente" en el campo del arte, la cultura de masas, los medios de comunicación y la teoría sobre los medios, habiendo renunciado ya prácticamente a la crítica de la economía capitalista, la cual solamente menciona sin interés alguno.

Pero no importa a qué área de la sociedad haya huido la izquierda ahora-sin-crítica-económica; la economía capitalista está siempre ahí, sonriéndole despreciativamente. Es verdad, "que esta economía se ha divorciado de la sociedad", como la crítica social francesa Viviane Forrester escribe en su libro sobre "el terror de la economía". Sin embargo, el capitalismo ha olvidado a la sociedad solamente en un sentido social, pero sin soltarla de sus garras. Por el contrario, la economía totalitaria vigila celosamente para que nada ocurra en la Tierra que no sirva directamente el fin en sí mismo de maximizar beneficios. Actualmente esto también es aplicable a la cultura.

Así pues, la economía moderna se ha desarrollado de igual manera que el ámbito capitalista de la producción industrial se segregó del resto de las áreas de la vida. La cultura, en su sentido más amplio, era una actividad "extra económica" y fue proscrita al llamado "tiempo de ocio" como una negación de la vida. Ésta fue la primera degradación de la cultura de la era moderna: en cierto modo, la cultura se transformó en una actividad no seria y en un mero "tiempo residual". Pero tan pronto como el capitalismo controló completamente la reproducción material de la sociedad, su insaciable apetito se extendió a los elementos inmateriales de la vida y comenzó a coleccionar una por una las actividades sociales segregadas y las subyugó lo más posible a su inherente racionalidad administrativa comercial. Esa fue la segunda degradación de la cultura: se industrializó ella misma.

Lo que Marx dijo sobre la transformación de la producción material ha vuelto a repetirse, pues la cultura también ha experimentado la transición de la sumisión "formal" a la sumisión "real" al capital: al principio, los activos culturales estaban asimilados sólo formalmente; más tarde, fueron asimilados como objetos reales para comprar y vender según la lógica del dinero. De esta forma, a lo largo del siglo XX su creación fue basándose cada vez más en los principios capitalistas. El capital ya no se conformaba únicamente con ser el agente de circulación de activos culturales; ahora quería controlar la totalidad del proceso de reproducción. Arte y cultura de masas, ciencia y deporte, religión y erotismo fueron produciéndose cada vez más como automóviles, frigoríficos o detergente. Con ello, los productores de cultura perdieron su "relativa independencia". De igual manera, la producción de canciones y novelas, de descubrimientos científicos y reflexiones teóricas, de películas, pinturas y sinfonías y de eventos deportivos y espirituales pudo tener lugar únicamente como una producción de capital (plusvalía). Esta fue la tercera degradación de la cultura.

En cualquier caso, en la época de prosperidad que siguió a la Segunda Guerra Mundial existió en muchos países una especie de parachoques social que protegía parcialmente la cultura del completo control de la economía. Este era el mecanismo de la redistribución keynesiana. El "gasto deficitario" no alimentó solamente el armamento militar y el estado de bienestar, sino también ciertas áreas de la cultura. Naturalmente, el subsidio estatal a la cultura imponía severas restricciones a su independencia. Sin embargo, el control estatal podía ser debatido públicamente y no era completo. En casos de conflicto se podía hablar con los funcionarios y los políticos, pero no con impersonales "leyes de mercado". Con la mediación de la "cultura keynesiana", una parte de la producción cultural sólo dependía indirectamente de la lógica del dinero. Mientras la radio y la televisión, las universidades y las galerías de arte y los proyectos artísticos y teóricos estuvieron dirigidos o subvencionados por el Estado, no tenían que someterse directamente a los criterios de administración comercial y existía cierto margen para la reflexión crítica, para experimentos y para las artes menores "no lucrativas" sin la inmediata amenaza de sanciones materiales.

Esta situación cambió completamente a partir de la nueva crisis mundial y la correspondiente campaña neoliberal. El final del socialismo y del keynesianismo tenía que golpear más fuerte a la cultura, pues naturalmente sus subvenciones fueron lo primero que se eliminó. Los Estados no se desarmaron militarmente, sino culturalmente.
En una pequeña franja del espectro cultural, el apoyo estatal ha sido sustituido por la esponsorización privada. Ya no hay derechos civiles sociales y culturales, sólo el capricho caritativo de los capitalistas ganadores. Los productores de cultura están sometidos a los antojos personales de los potentados del mercado y de los mandarines ejecutivos, a cuyas aburridas esposas sirven de hobby y pasatiempo. Como bufones y sirvientes de la Edad Media, tienen que lucir los logos y los emblemas de sus amos para ser de utilidad en el marketing.

Para la inmensa mayoría de las artes, las ciencias y las actividades culturales de todo tipo ya no es posible ni la humillante y arbitraria esponsorización. Actualmente y más que nunca, éstas están sometidos directamente y sin filtros a los mecanismos de mercado. Los institutos científicos y los clubes deportivos deben cotizar en bolsa; las universidades y los teatros deben producir beneficios, y la literatura y la filosofía deben someterse a las leyes de la producción en masa. El acceso a los grandes canales de distribución sólo lo obtiene lo que es útil como oferta de actividades recreativas de los siervos del mercado. Por consiguiente, en la remuneración de prestaciones culturales se producen grotescas distorsiones: mientras que los futbolistas y tenistas obtienen ingresos millonarios, los productores de crítica y reflexión, de descripción e interpretación del mundo se hunden en el status de limpiadores de letrinas. Mediante la racionalización capitalista de los medios, en el área de la cultura ahora se aplican sueldos bajos, terciarización y una administración mercantil de traficantes de esclavos.

El resultado sólo puede ser la destrucción del contenido cualitativo de la cultura. Los trabajadores de la cultura y los medios --mal pagados, socialmente degradados y perseguidos-- engendran productos miserables, cosa que también ocurre en muchas otras áreas. Asimismo, la brutal reducción del tiempo de preparación y la distribución masiva de mercado, elimina de manera eficaz todo lo que intente ser algo más que un producto unidireccional. Dentro de poco, en las librerías encontraremos solamente patética pornografía, libros de cocina y obras esotéricas para la depravada clase media. La incontrolada lógica del dinero también deja su rastro de destrucción en las ciencias. Dado que por su naturaleza las ciencias humanas y sociales no pueden ser mercantilizadas, están siendo extirpadas de los servicios académicos como malas hierbas. Sobretodo los centros de historia están siendo sometidos a "atropellos" y a la retención de fondos, porque un mercado sin historia ya no necesita un pasado. La ciencia puramente natural ha sustituido a la filosofía y a la teoría social para siempre; pero también las ciencias naturales y la investigación pura están siendo devaluadas y estranguladas a favor de la investigación comisionada del capital.

Estas tendencias llevan necesariamente al colapso de la subjetividad cultural en la sociedad burguesa, igual que ya devaluaron la subjetividad política y religiosa sin poner nada nuevo en su lugar. Actualmente ni siquiera un conservador "es" conservador; él o ella ya no es más que alguien que vende conservadurismo, como otros venden puré de tomate o cordones para zapatos. El actual Papa ortodoxo ha resultado ser un especialista de marketing para eventos religiosos. Dentro de poco las iglesias y las sectas irán a la bolsa y entrarán en el mercado de religiones de acuerdo con los principios del valor accionario. Los artistas y los científicos están experimentando ahora el mismo marchitamiento de su personalidad. Si se apresuran a obedecer pensando y produciendo a priori en las categorías de lo vendible, habrán perdido su causa y sólo podrán ratificar su rendición, como el célebre pintor Baselitz hizo en un momento de verdad cuando volvió sus cuadros contra la pared. El "economicismo" no es el pensamiento errado y desequilibrado
de unos marxistas incorregibles; es la tendencia real del orden social dominante hacia el totalitarismo económico, que quizás está propinando su último y más violento coletazo. Sin embargo, el capitalismo no puede existir por sí mismo. Lo mismo que la industria farmacéutica perderá su última fuente de conocimiento y material cuando las selvas ecuatoriales hayan sido finalmente destruidas, la industria de la cultura se agostará cuando no le queden más subculturas creativas que succionar, porque la independencia comercial de las masas finalmente haya desaparecido. Una sociedad que no puede reflexionar sobre sí misma y compuesta únicamente de pintura y vendedores impertinentes es social y económicamente intolerable.

Para los productores de cultura, arte y pensamiento reflexivo ya no existen razones para ponerse al servicio del capitalismo tiránico y miserable pagador y buscar halagos en el desierto del mercado posmoderno. Si les queda un resto de dignidad, tendrán que emigrar interiormente y declarar secretamente al menos su irreconciliable hostilidad a las leyes de mercado. Esta intención no puede ser pasiva; tiene que ser activa. Quizá los productores de cultura debieran formar grupos, cooperativas, gremios, clubes y asociaciones anticapitalistas que no quieran vender nada, sino tan sólo salvar los recursos culturales de la barbarie del mercado. Esta postura tiene que distinguirse especialmente del conservadurismo cultural -que es siempre conforme con el poder- mediante la unión con los injuriados y malmirados y dando expresión cultural a la miseria social en lugar de hacer coro con el feliz positivismo de los optimistas posmoderno.


Traducción del alemán al inglés de R. T.
Traducción del inglés al español: Miguel Alonso


EL FLUIDO LITERARIO: INTERNET Y LA LITERATURA


Por: Dr. Joaquín Mª Aguirre Romero



Universidad Complutense de Madrid




Falsos enemigos


Hay veces en que las apariencias nos engañan y tenemos percepciones distorsionadas de las cosas. Así ha sucedido con Internet y, más específicamente, con su relación con el mundo de las Letras. AI principio existía bastante recelo y parecía que el libro y el ordenador representaban espacios separados, irreconciliables, antagónicos. Ambos eran los estandartes de dos mundos: el de fa tradición cultural y et de la revolución tecnológica.

En otras ocasiones hemos tenido oportunidad de analizar estas relaciones. Bástenos con señalar, de forma resumida, que el libro no es la Literatura, ni el ordenador una simple herramienta tecnológica.

Si consideramos no lo que los separa, sino lo que comparten, nos daremos cuenta de que vemos las cosas de forma muy distinta. El libro no es más que el soporte material de la palabra, una forma histórica de empaquetar las palabras para hacerlas llegar a otros y para conservarlas. Es decir, el libro es un dispositivo tecnológico de almacenamiento y distribución de información. En cierto sentido, cumple la misma función que un disco magnético de almacenamiento o que un CD-ROM. La diferencia básica entre ambos es que el disco necesita de un dispositivo lector para que esa información magnética u óptica codificada pueda ser mostrada ante los ojos de un lector.

Evidentemente, estamos simplificando, pero no exagerando. La identificación entre la Literatura y los libros es una operación retórica en la que se toma el continente por el contenido. Los libros no son la Literatura. Quizá recuerden la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451. Los libros son destruidos, pero la gente los memoriza. Mueren los objetos, lo material, pero la información se almacena en la mente y sigue circulando de forma clandestina. La situación que Bradbury reflejaba en su novela no es exclusiva del mundo de la ciencia-ficción. De hecho, esta situación se ha dado en multitud de ocasiones allí donde la libertad se ve restringida. ¿Cuántos poetas clandestinos, cuántos pensadores se han ocultado en las mentes de sus lectores para escapar de las censuras? Los libros, por tanto, no son la Literatura. De hecho, la Literatura es anterior a los libros y, seguramente, será posterior a ellos. El libro es una solución histórica -una buena solución, hay que decir- a un problema: cómo conservar y difundir la palabra.

Nos encontramos ante un falso debate. Los enemigos de los libros hay que buscarlos en otras parte, incluso entre los falsos amigos. Siempre he dicho que los peores enemigos de la Literatura en sí son tos malos libros. El problema no es que haya muchos ordenadores, sino que cada vez hay peores libros. Para que no piensen que soy derrotista lo diré de otra manera más aceptable: cada vez es menos probable que un buen libro se haga visible.

La creciente conversión de todas las instancias socioculturales en mero negocio hace que un buen texto tenga cada vez menos posibilidades: 1) de ser editado; 2) si es editado, de ser acogido en algún medio que lo dé a conocer; y 3) por tanto, de ser leído.

Mi parte optimista me hace pensar que no es que ya no se escriban buenos libros, sino que sencillamente no se encuentran en donde yo pueda encontrarlos. Es un problema de entrecruzamíento de destinos: el del libro que me interesaría leer y el mío. Pero estas líneas son cada vez más distantes. Los esfuerzos promocionales se centran cada vez más en obras que no durarán más allá de la temporada de su promoción. El encuentro queda cada vez más en manos de la casualidad.

Por esto Internet es importante para la Literatura. Y lo es por varios motivos. El primero de ellos es su doble naturaleza. Internet es una gigantesca imprenta virtual y también una gigantesca librería. Los textos circulan por ella, como información, de forma fluida. Liberados de la materialidad del objeto-libro, los textos recorren el globo de forma casi instantánea. Internet también es un depósito textual en el que se encuentran millones y millones de páginas virtuales.

Pero hay un tercer elemento que permite articular los dos anteriores: Internet es un medio de comunicación horizontal. Esta horizontalidad proviene de su configuración como Red. A diferencia de los medios masivos tradicionales de comunicación, Internet no tiene una estructuración jerárquica que separe productores y receptores, sino que cualquier ordenador puede, teóricamente, acoger a otros visitantes o emitir información.

Yo escribo, tú me lees

Uno de los argumentos más usados contra la Red es que cualquiera puede escribir algo en ella. Este argumento no es nuevo. De hecho, se utilizó contra la imprenta en su momento. Es el tipo de razonamiento que yo califico como de control. Alrededor del mundo de los libros -lo que es llamado el sistema textual- se tejen toda una serie de instituciones que tratan de regir las condiciones de producción, distribución, consumo, clasificación y valoración. Todos estos aspectos son funciones socioculturales.

Las reglas de producción son las que determinan las condiciones de la escritura y de la autoría. Son las que establecen quién puede ser llamado "autor" y qué tiene que hacer para ser calificado como tal. También regulan la producción material, es decir, qué puede ser llamado "editorial" y cuáles son sus condiciones legales, económicas, etc.

Las reglas de distribución, por su parte, afectan a las condiciones físicas, legales, económicas, etc. que regulan el movimiento de los libros. También el consumo tiene sus propias condiciones: hábitos de lectura, gustos, etc. La clasificación es la función que ordena el universo textual estableciendo las diversas áreas y categorías del orden de los libros. Por último, la valoración se ocupa de establecer las jerarquías entre los textos; es tarea de la crítica, de los historiadores y del mundo académico.

Todas estas funciones han tenido su propia evolución histórica y no eran las mismas en el mundo antiguo que en el medieval o con la imprenta. Cuando hoy se dice que "en Internet cualquiera puede publicar" como un reproche, se está reconociendo implícitamente que se están violando unas reglas no escritas, pero que determinan perfectamente quién o quiénes están en condiciones de publicar.

“Publicar" no es más que hacer público. Esto significa que se ponen en circulación una serie de textos a los que se puede acceder desde una comunidad más o menos amplia. El texto, producido en el ámbito de lo privado, se materializa y se abre a lo público para ser adquirido y, en su caso, leído por la comunidad.

En el proceso que va de la escritura a la publicación se han ido creando toda una serie de instituciones mediadoras que se han especializado en las diversas funciones que les competen. Son el resultado de una evolución histórica determinada. Sabemos que los primeros impresores, por ejemplo, realizaban las funciones que hoy realizan separadamente editores, impresores, distribuidores y libreros. Imprentas y editoriales son, hoy, elementos separados. Una imprenta puede trabajar para diversas editoriales y no realiza las tareas de selección, corrección, etc. propias de la función editorial.

Este reproche contra Internet es el resultado de que la Red permite una reunificación de las funciones que se fueron separando e institucionalizando históricamente. El hecho de que cualquiera puede publicar es el resultado de que un nuevo dispositivo tecnológico permite que una misma persona pueda crear, editar, publicar y distribuir un texto sin tener que recurrir a otras instancias. Es decir, la Red da independencia y autonomía.

Esto, desde algunas perspectivas, es un retroceso porque vacía de contenido las funciones separadas evolutivamente. Sin embargo -y esta es mi opinión-, pienso que es su gran logro. Olvidamos a menudo que la libertad de expresión y la libertad de imprenta son dos elementos que se ven condicionados por los medios disponibles, tanto desde el punto de vista tecnológico como económico. "Expresión" e "impresión" se vinculan directamente, como derechos, con el concepto de comunicación. "Expresarse" es tener el derecho a pensar y decir. Se dice que los pensamientos son libres, pero para seguir siéndolo, muchas veces, deben permanecer en el silencio. Sin la posibilidad de decirlos a otros, la libertad de pensamiento no es más que una ironía. "Impresión", por su parte, es tener el derecho a hacer llegar a otros lo que hemos pensado. Es decir, a materializar los pensamientos para darlos a conocer. En ambos caso, el hecho comunicativo es el que da sentido a los dos derechos.

También olvidamos que con estos derechos fundamentales ha sucedido una situación paralela a la de los otros derechos políticos: se han convertido en delegados o representativos. Es decir, hemos cedido el derecho a otros para que nos representen. Cuando son las editoriales las que deciden qué debe publicarse y qué no, no están realizando una simple función de mercado, sino utilizando un criterio que afecta directamente un derecho fundamental. Tendemos a considerar que la libertad de expresión afecta sólo a los aspectos políticos. Sin embargo, este criterio es demasiado restrictivo. Creo que la expresión es algo que afecta a todas las dimensiones del pensamiento, incluida la creación en todas las variantes del arte. Lo contrario es la profesionalización de los derechos, de la misma forma que la profesionalización de los derechos políticos da lugar a la figura del "político profesional". El Arte -el resultado de la creatividad- no es una profesión; es ante todo una dimensión del ser humano, una actividad que nos permite desarrollarnos como personas. El hecho de que ciertas personas puedan ganarse, mejor o peor, la vida realizando actividades artísticas no debería ocultar esta dimensión general y, sobre todo, no debería restringirlas.

Las leyes de todos los países con democracia reconocen el derecho de cualquiera a difundir sus ideas. El problema es que, para lograrlo, hay que adquirir el beneplácito de una serie de instituciones intermedias entre el individuo y la comunidad receptora.

Pero hay otro argumento a favor más. El mundo que regula los procesos de producción cultural -las denominadas "industrias culturales"- se ha estrechado merced a los procesos de concentración empresarial y a la internacionalización. La creación es cada vez menos espontánea y cada vez más algo planificado y diseñado como producto cultural. Esto está produciendo un fenómeno de distorsión histórica de las líneas de creación. El arte verdadero, la idea original, el pensamiento crítico es riesgo porque trata de modificar las relaciones con la tradición. Y todas las doctrinas de la mercadotecnia dicen que el riesgo es algo que hay que reducir al mínimo. La forma de reducir el riesgo más efectiva es, evidentemente, la obra de encargo, el texto que se pide con unas pautas determinadas. Estas pautas tienden a repetirse de forma automática y su manifestación más clara es el best seller, obra diseñada desde sus orígenes para ser comercializada conforme a unos gustos detectados y probados por el éxito en el mercado. El problema no es que existan los best sellers; el problema es la reducción de las oportunidades de todo lo que suponga riesgo innovador y, como efecto, la creación de unos hábitos de consumo cada vez más adocenados en la sociedad.

Internet permite abrir un amplio canal de circulación textual. La naturaleza horizontal, que antes señalábamos, permite que los filtros y condicionantes existentes en el mundo material de los libros se reduzcan. No desaparecen, pero es evidente que se reducen en muchos sentidos.

Tengo un recuerdo de muchos años en la Feria del libro de Madrid: un viejo escritor cargado con una bolsa y la mano llena de libros paseando entre la gente que visita las casetas editoriales. Durante muchos años, siempre le escuché las mismas palabras promocionales: "Del autor al lector". Cargado con sus libros, intentaba llegar a sus lectores directamente. No sé si sus libros eran buenos o malos, pero luchaba por encontrar, bajo el fuerte sol del junio madrileño, sus lectores.

Esta opción es la elegida por muchos autores -y no sólo noveles- para saltarse los condicionamientos editoriales. Ahora lo hacen a través de Internet. Muchos serán ignorados, pero otros están teniendo ya un éxito regular que ha llamado la atención de las editoriales. Algunas, incluso, están sometiendo el veredicto sobre la publicación impresa a través de consultas en la misma Red. Son los ciberlectores con sus opiniones los que deciden si el texto debe dar el salto de lo virtual a lo material.

Como editor, tengo la experiencia frecuente de la solicitud para revistas y libros impresos de material que ha aparecido primero en la revista digital que dirijo. Puede que muchos editores recelen de la Red, pero lo cierto es que no le quitan el ojo.

Entre la red y el mundo material se produce un trasiego constante en el que artículos u obras publicados en papel y de deficiente distribución y promoción adquieren una nueva vida al pasar a la Red. También se produce el fenómeno contrario: los artículos aparecidos en Internet son solicitados por diversas publicaciones impresas. Ambos fenómenos nos indican que la separación entre lo impreso y lo digital es, en gran medida, ficticia y que ambos cumplen una función cultural complementaria: la ampliación del campo de difusión.

Desde el punto de vista de la cultura, lo importante es la posibilidad de circulación textual. Los sistemas de almacenamiento, de empaquetado de los contenidos, no son irrelevantes, pero son relativos. Lo prioritario es el texto. Por eso insistimos desde el comienzo en que los libros no son la Literatura. La Literatura la componen los textos y son estos los que perduran culturalmente pasando de generación en generación si son valiosos, sobreviviendo al proceso de filtrado que supone la Historia.

Es evidente que Internet ha multiplicado el número de textos en circulación. Existen millones de páginas repartidas por todo el mundo. Unas serán más valiosas que otras, pero todas tienen el mismo derecho de existencia. Prefiero este mare magnum textual a la sequía de los textos controlados, estandarizados y que tienden a eliminar las formas culturales locales en beneficio de un falso gusto medio internacional.

La guerra de los libros la ha perdido la cultura, es decir, todos, desde el momento en que esta cultura no da libre expresión a los procesos creativos, sino a procesos de industrialización cultural. Cientos de miles de pequeñas editoriales intentan sobrevivir por todo el mundo frente a los gigantes editoriales que imponen sus obras y criterios, basados más en la búsqueda de la cantidad que en la calidad. Por eso se están creando permanentemente en la Red editoriales, revistas, páginas de autores, foros de creación, etc. que son el reducto de la expresión personal.

La Red ofrece una oportunidad a la creatividad y al pensamiento gracias a esa independencia mencionada. Es una puerta que se abre cuando muchas otras se cierran. Yo escribo y tú me lees; esta parece ser la fórmula. Aunque de hecho existan instituciones mediadoras, el proceso se ha simplificado. La cadena que va del autor al lector se ha visto reducida en el número de sus eslabones. Siempre existirán filtrados, pero ahora tenemos la posibilidad de que esos filtrados no hagan un daño irrecuperable. ¿Cuántas obras de calidad se han quedado por el camino, detenidas en puertas que no se les abrieron en su momento? Esta es una pregunta difícil de responder. En ocasiones se recuperan autores que no tuvieron la posibilidad de publicar en su momento, a los que se les reconoce su valor posteriormente. Para estas situaciones hemos establecido la frase se adelantaron a su tiempo. Esto no deja de ser un eufemismo que trata de hacer olvidar la cerrazón de muchas instituciones ante lo original. Nadie se adelanta a su tiempo; todos somos hijos de nuestro tiempo. Pero los criterios cerrados, las cegueras históricas, impiden que esas obras tengan el reconocimiento debido. Algunas llegan, pero ¿qué pasa con las otras?

Lo que es importante en el aspecto creativo, lo es igualmente en el aspecto crítico. Si la creación se ha estandarizado, el pensamiento se ha burocratizado. Los filtros sobre lo original son todavía mayores porque afectan a lo instituido. La crítica necesita espacio de debate, foros de discusión en los que las ideas se enfrenten, sea el campo que sea. Si hay algo peor que el pensamiento único, es el pensamiento repetitivo. En un mundo global es fundamental que se abran los espacios para todas las voces, para todas las diferencias. Si la expansión globalizadora no se compensa con la posibilidad de establecer cauces para el pensamiento diverso, estamos abocados a ese pensamiento único y repetitivo, a un futuro cultural uniforme en el que las diferencias no se permitan más que como una concesión de gracia, como algo casi folclórico.

El derecho a pensar de otra manera necesita también de sus cauces. También el derecho a pensar solo. Pensar de otra manera es muchas veces pensar solo. Una soledad que se va paliando poco a poco a través, precisamente, de la posibilidad de la comunicación. Los foros de la Red son la recuperación del espacio público como espacio simultáneamente de convergencia y divergencia. Ya no son nuestros representantes los que nos interpretan y discuten entre ellos. La discusión, el debate son el alimento de la mente, el encuentro en el que se formalizan las ideas y surgen nuevos argumentos al hilo del encuentro. Es necesario que existan lugares en los que se pueda decir "yo no pienso así", "yo no creo eso" y explicar por qué. Sobre todo en unos tiempos como estos en los que el peso institucional sobre la opinión pública es determinante.

Por supuesto, también existen inconvenientes. El más grave quizá sea el de la separación que se establece entre los poseedores de la tecnología y aquellos que carecen de acceso a ella. Sin embargo, esa brecha tecnológica suele coincidir con la existente entre los que tienen acceso a la cultura y los que no. Como he tenido ocasión de escribir en otro lugar, aquellos lugares en los que los ordenadores y las conexiones son caros también suelen serlo los libros. Pero hay un hecho incontestable: el acceso a la Red es una puerta a la cultura y, además, un instrumento de creación de cultura. La inversión en conexiones es rentabilizada, culturalmente hablando, de forma doble: permite el acceso a millones de textos y permite también la producción textual. En este sentido, es mucho más dinámica; produce una aceleración geométrica.

Darse cuenta de esto es labor de las instituciones públicas que, por ser públicas, deben de cuidar de la mejora de la totalidad de su ciudadanía y de resolver las diferencias existentes en la sociedad, y no de acrecentarlas. Desgraciadamente, las autoridades de muchos países no piensan en la Red más que en términos de negocio electrónico y alientan más a las empresas que a sus ciudadanos. Les preocupa la Red como instrumento de mercado y piensan en ella como un activador del consumo. La Red no sería para ellos más que otra forma de llegar a los consumidores. Esta mentalidad no es buena. La Red es mucho más que un instrumento del mercado.

Si admiten un modesto consejo: no piensen en sus ciudadanos como seres pasivos, como meros receptores; denles la oportunidad de ser productores, de crear algo. Instruyan, pero no dirijan. Creen espacios públicos virtuales para que la gente canalice sus intereses y dé forma a sus ideas, para que dialoguen, para que hablen sobre sus problemas y busquen sus soluciones. Resistan la tentación -sé que es fuerte- de pensar lo que los demás tienen que hacer. AI cabo de un tiempo tendrán una red anárquica, pero rica. Tendrán a mucha gente diciendo lo que piensa, y eso no es necesariamente malo. Por una vez, dejen de pensar en términos económicos y piensen en términos de riqueza y diversidad cultural.

Esto no significa que deban retirarse. AI contrario: su mejor participación es volcar en la Red toda aquella información que pueda ser de utilidad a la sociedad. Abran sus bibliotecas para que sean accesibles desde todos los lugares; digitalicen sus fondos y archivos; graben los actos culturales y pónganlos en la Red, etc. En fin, creen una sociedad digital, una sociedad fluida, donde las cosas están aquí y en todas partes, una sociedad con menos barreras e impedimentos, con menos filtros y censuras. Acabarán siendo sociedades maduras y responsables. Y todos saldremos ganando.



Nota: Este artículo fue solicitado y escrito con motivo del nacimiento de la revista digital peruana El Hablador (nº 1, Lima, Perú 2003), y agradezco a los editores la amabilidad de haber querido contar con el autor para tan feliz acontecimiento cultural. Posteriormente fue solicitado, también en Perú, para un versión impresa en la revista Literatura, en su número titulado “Entre ceros y unos_” (Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú 2005). Agradezco a ambos editores la acogida del texto.



© Joaquín Mª Aguirre Romero 2005

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

http://www.ucm.es/info/especulo/numero31/index.html