lunes, 13 de julio de 2015

EL BESO DE DIOS O....








EL BESO DE DIOS O... LA DECONSTRUCCIÓN DE UN LIBRO




Por: Omar García Ramirez



SI un LIBRO ARTE es de-construido y convertido en exposición de grabados de formato facsímil, queda la pregunta: ¿pierde valor la pieza en sí misma, el artefacto libro, la idea original para la cual fue diseñado?



Es una pregunta de no fácil respuesta. Una pieza seriada tiene un número y un valor: están las pruebas de artista, luego viene la serie numerada de edición limitada. El objetivo de la obra “libro de artista” como tal, es ser presentada en un formato de libro como su nombre lo dice. ¿Al perder su diseño estamos asistiendo a una re-elaboración del libro o a la renuncia a su condición editorial?


Es una de las preguntas que permanecen flotando en el ambiente si se intenta abordar la reciente exposición de David Manzur en la sala Roberto Henao Buriticá de la gobernación del Quindío, y escribir sobre esta.



Antes que todo, y a riesgo de ponernos quisquillosos, debemos preguntarnos: ¿cuáles fueron las reformas sustanciales de la sala? ¿Un toque de pinturas en los muros?, ¿revoques?, ¿eliminar goteras?; ¿qué paso con los extractores de aire, indispensables en una sala de exposiciones? ¿No alcanzó el presupuesto?


Segundo: ¿se requiere una parafernalia semejante para exponer al público un libro de arte, deshojado, descuadernado, para la oportunidad? Es verdad que su edición artesanal en los talleres de la Galería Sextante de Bogotá, bajo la dirección del Taller Arte Dos Gráfico, es una muestra significativa de la artesanía editorial colombiana del siglo pasado. Pero al fin y al cabo, en últimas, es un libro, uno entre trescientos originales de la tirada; no una serie de Las Ciudades Oxidadas, ni una serie de pasteles o pinturas de la última hornada del artista. Por lo tanto, las medidas exageradas de control y tarjetas a los visitantes son francamente provincianas; demuestran una injustificada prevención, falta de savoir faire (diría una francesita por aquí de paso) de sus organizadores y curadores; digo: “curadores” entre comillas ya que ese asunto es otra cosa.


¿Qué cura un curador?


Un curador selecciona, elabora un texto crítico. Un curador propone una obra, da presentación a una obra nueva. Si un curador aborda una serie completa de grabados sobre un libro ya editado, por tal motivo objeto de una “curaduría” ya realizada y unos textos escritos y escrutados, ¿no es redundar sobre lo ya seleccionado y rizar el rizo?


En este caso, debería verse la exposición como una de-costrucción de un libro. Un libro que a pesar de no mencionarse para nada en los prospectos y catálogos, era ya conocido por su excesiva reproducción en los mass media, y que al perder su aura como objeto de arte, queda convertido en una obra de reproducción mecánica-artesanal descontextualizada, sometido a una extensión arbitraria y a una torsión en el espacio de la galería. Su unidad semántica y estética se ve afectada; no por ello afirmaría que pierde su objetivo sígnico. Mantiene Manzur en sus grabados originales, una temática que gira en torno a las transverberación de Santa Teresa, a la escultura de Bernini, su éxtasis erótico-religioso, con estupendo juego de chiaroscuros y un trabajo muy acertado de las planchas de grabado ––su elemento artesanal––; pero pierde su aura benjaminiana, ya que el objeto primordial para el cual fue diseñado ha quedado sometido a una extensión arbitraria, línea horizontal que se abre y pierde sus conceptos de diseño primordiales (No es lo mismo leer un papiro que leer un códice). La pérdida de su continente: guardas, cajas, lomos; la ocultación de referentes editoriales -año 1988, Galería Sextante, Taller Arte Dos Gráfico, diseño y dirección de Luis Ángel Parra, tiraje 300 ejemplares-, la desaparición intencional de todos los elementos que componen el libro, extravían los referentes del trabajo material.


Podría decirse que el libro expuesto en la sala Roberto Henao Buruticá, es su propia des-materialización; casi una transubstanciación (por los agrestes mostos nacionales servidos en la velada), una trasverberación en tintas de litografía sobre paredes estucadas de yeso blanco. Tampoco faltó el querubín con su arco dorado apuntando al seno enhiesto de una santa diablesa en la velada, quien en un momento, vio opacada su ebúrnea belleza por la cofradía de madres Teresa de Calcuta en procesión.


Se mencionan en el catálogo las técnicas de los trabajos: aguafuertes y litografías, cosa de agradecer entre tanto hermetismo (¡Por favor!, es un bello libro de Manzur, no el códice Hammer o el Leicester de Leonardo Da Vinci). Sobraron los seis policías y los doce funcionarios, el registro de nombres, direcciones y teléfonos, como si de la Capilla Sixtina se tratara. He estado allí, también en las galerías del Vaticano. Los controles no eran tan estrictos. Solo faltaron los detectores de metales, vidrios a prueba de balas, y un guardia de seguridad privada como aquel que permanece en la Galleria Nazionale D´arte Moderna de Roma frente a las “Tres edades de la mujer” de Gustav Klimt.


Anécdota: una joven artista, reciente expositora en la plazoleta Centenario, estaba al borde de un colapso nervioso ya que no había podido entrar a la exposición. Buscaba dentro de su mochila de hermoso diseño arahuaco el papel tisú, y se sonaba. Yo la calmé remitiéndola a la página web de la Galería Sextante donde se encuentra el libro. Con un poco de navegación por internet y un par de aspirinas, la pintora en ciernes, parece, se serenó.


Ahora, ¿tributa esa deconstrucción a la obra del artista?, ¿a la cultura?: como exposición de arte aporta a la cultura; permite ver los originales de un libro en su formato extendido-expandido; de esa manera la lectura icónica se hace de una manera diferente. Se pierde el texto de Cobo Borda ya que nadie va a una galería a leer parrafadas enteras de un texto crítico (a no ser de un conceptual iconoclasta) y quedan los grabados como obras originales. Por lo tanto ese hipervínculo lírico es de alguna manera roto, abriendo posibilidades interpretativas del observador sin la docta cátedra del poeta. Pero bueno, como dije más arriba, en la página de la galería Sextante está toda la información, incluyendo el libro virtual. No estamos en la edad media cuando a las clases populares se les daba mediante gárgolas de piedra y sellos esotéricos sobre los arbotantes de las catedrales, las claves de insondables discursos filosóficos de libros escritos por doctores de la iglesia. Pero creo que es tiempo…aún es tiempo… de educar a nuestros alcaldes y gobernadores.


Si los facsímiles fuesen donados a la Gobernación del Quindío, recomendaría su reelaboración regresándolos a su formato editorial original. Pero dudo que se pueda rehacer el libro de grabados y dudo que estos sean donados. En ese caso, para quienes deseen conocer el libro, que se acerquen a la idea original sin deformaciones de ninguna clase. Para quienes en cambio prefieran verla como obra de-cons-tru-i-da, sugiero conservar los grabados en sus cajas (primorosas maderas blancas de pino canadiense), tal como han sido expuestos, y reestablecer, reconectar y ampliar los referentes originales de la obra. Es formalidad de mínimo respeto con los grabadores, artesanos y editores. Un libro de artista… es un libro de artista…Es un libro…


























domingo, 28 de junio de 2015

“LA POESÍA COMO CINEGÉTICA SIMBÓLICA”






Jaguar y caimán
(Om/Garratz)


“La poesía como cinegética simbólica”




Por: Omar García Ramírez







"Viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos sobre


el empedrado de ciudades desconocidas, sin cuidados, sin penas..."



Arthur Rimbaud
Una temporada en el infierno






Lo difícil del ejercicio vital de la poesía no es el estilo, o la práctica literaria como tal. 


Es estilo del poema es fácil de lograr con ciertos niveles de academia, cierto pedigrí de lecturas y un poco de mímesis cualquier estilo es posible de conseguir; una máscara abarrocada de gárgola o arlequín versallesco; minimalista, líneas escuetas y limpias cercanas a la estética un koan oriental; algo crudo y duro centrado en la experiencia. El estilo es el vestido del poema y eso se puede comprar en cualquier almacén de prêt-à-porter. En algún momento, el poeta debe recurrir a ese camerino de teatro para adornar su personaje y llevarlo a la escena. Pero…


Es la sangre de la palabra y la expresión el juego que nos convoca en este texto. Esa que corre bajo el vestido y bajo la piel. Sus huesos y su alma. En esencia lo difícil de conseguir. La palabra engastada sobre un tejido de líneas inciertas, símbolo de una gravedad y densidad compleja que a veces no alcanza a definir el diseño del telar. Símbolo inacabado ya que solo se completa con la otra lectura; la del lector de poesía.

(Artefactos de fuego y sangre, vocablos de magia sincrética que vuelan libres entre los bosques y las selvas).

El estilo de vida del poeta… puede ser de lo más anodino:


Un ciudadano común y corriente afectado de una enfermedad liviana revestida de cierta inutilidad; agricultor o flâneur, oficinista o burócrata ocasional invadido y asaltado de visiones; cierta sutileza fantástica; sangre de unicornios recorre el complejo sanguíneo de su cuerpo de sueño. Callado por temporadas. Silenciado por años. Inadvertido por las centrales que manejan la propaganda cultural del sistema. Hablador expresionista bajo efecto de licores ásperos o yerbas de alta gradación vegetal. Caminando en sombras las calles nocturnas de su ciudad; otras veces, alegre danzando bajo una noche de fuegos ligeros, antorchas encendidas, danza de cimarrones después de abatir las piezas totémicas.

Sus visiones cabalgan las olas de un mar furioso; grasa de ballena a la deriva en el mar de los sargazos, la barcarola de su corazón navega sobre el ritmo alterado de sus pulmones y baja a las paredes elástica de su estómago. (Una figura fisiológica para la poesía, ya que esta tiene también un componente de piel y nervios, de respiraciones y pulsiones, de plantas de poder y zumos de flores rituales). Se forja esa poética a golpe de palabras sobre las sienes, locura que habita su cabeza, espacio predilecto que amplifica los sonidos. Estar allí sentado mucho tiempo acribillando las teclas de un texto digital, daguerrotipo virtual de imagen no fijada; rascando y rasgando ese viejo palimpsesto de obsesiones hasta encontrar algún sentido a eso que no lo tiene; y no lo puede tener ya que muchas veces se trata de un malestar, una enfermedad que quiere ser expresada. Algunos escritores asumen la poesía como el diseño de cositas bonitas, líricos souvenirs, estilizadas músicas, estructuras semánticas muy acertadas, piezas de relojería engastadas por artesanos de pulso sobrio, con sus chispitas áureas y sus brillos de rubíes falsos; con sus ritmos, con sus métricas y sus pajaritos cocú de maderas preciosas; jardineras otoñales cultivando sus plantitas carnívoras alimentadas con colibríes de brillos esmeraldas... Otros escritores, crean ligeras fantasmagorías como viñetas y cromitos para poner en una pequeña galería de los horrores de la Metro Goldwyn-Mayer o de la Century Fox, y dejan en la retina y el oído de los lectores más avezados esa sensación de impostura, como la que se percibe en esas películas de Poe que perdieron toda la fuerza del horror ya que no estaban creadas bajo efecto de opio o la morfina; que no estaban empapadas de ajenjo y wiskys baratos. Escenografías primorosas con buenas iluminaciones, pero en ellas, se había perdido esa tintura goyesca del claroscuro, ese aire pesado del gótico y entonces, entendemos que las luces estaban difuminadas contra pantallas de sedas plateadas sobre los rostros maquillados de los actores, y estos actores no estaban poseídos por los daimones del fuego.

Frente a esas estudiadas penumbras, prefiero las agrestes luces folclóricas; Prefiero a los poetas de las viñetas bucólicas y campestres; me decanto por a los cronistas de aldeas trasformadas en ciudades, a los narradores del realismo social apegados a la arquitectura de callejones húmedos y fachadas deterioradas por los inviernos tropicales. Esa luz que ilumina sus poemas es más real que la oscuridad de aquellas sombras Prismacolor. Esas macetas con geranios y rosas podridas sobre muros derruidos; esas enredaderas con mariposas secas y gorriones nerviosos, son más elásticas y briosas y verdes, que aquellas ligeras mascaradas de salón, para asustar adolescentes.


Pero volviendo al oficio del poeta, del verdadero poeta, es necesario visitar ciertos oficios lunares, ceremonias emparentadas con la noche; esa labor está más cercana a las vicisitudes del cazador, que a las pacientes y luminosas jornadas del recolector; Criaturas de poder acompañan la cacería de este fuego fatuo. Ocultarse bajo las sombras para asechar y dominar a los elementales de la pesadilla. La soledad, donde bajo lámparas de un fuego mineral maniobran en su vuelo las polillas de la muerte. Los poetas cazadores se exponen y sangran cuando las bestias a cobrar son poderosas; los poetas recolectores en cambio, parecen dependientes de una tienda de abarrotes y el moho, las termitas y las cucarachas terminan por invadir sus despensas, colonizar sus antigüedades. El poeta cazador muere con su cara jaspeada por hojas de plata y luna, en la embestida de criaturas salvajes difíciles de domesticar, ya que habitan el reino de lo nunca nombrado; el poeta recolector, termina lisiado por la gota y aplastado bajo el peso de sus mercaderías.


Ese espacio creado por el poeta cazador, Se crean los símbolos de un bosque secreto, relicto vegetal de fantasmas enturbiados por vapores de mandrágoras y daturas. Allí, con pocos elementos y armas se interna con su corazón borracho esperando señales en la niebla. Armará su tienda, preparará sus venenos y sus trampas, afinará sus cerbatanas y esperará el ruido veloz entre la hojarasca que anuncia la cara fiera de la muerte.


Esperará y convocará, como chamán mientras golpea sobre un cuenco de agua en donde se materializa un sedimento rojizo. Y luego, rayada su faz con los tatuajes digitales, pronunciará una oración silenciosa; lanzará sus dardos, el viento sentirá la fuerza y el filo de sus lanzas; algo se quebrará, algo saltará dentro de la red de las imágenes, algo pequeño y fuerte esparcirá su sangre. El poeta con su cara salpicada, comerá de su corazón, lo desplegará sobre una piedra pulida. Entonces… Bajará a los arsenales minerales, a las prensas patinadas con aceites de metales negros y escogerá aquellos daguerrotipos sobre los que se imprimirán los versos de una hechicería, aquelarre cinegético cristalizado en vientos de firmamentos derribados.


La poesía es difícil, las imágenes anteriores ––como podrá ver el lector atento––; son destinadas a ilustrar el ejercicio individual de este ritual; porque en su palabra está el espíritu del mundo interior; ya no el aliento de la tribu. Esas ceremonias tribales pasaron a ser monopolio de los deportes y la música; esta última ha perdido, poco apoco, su nivel de convocatoria y se acerca más a los niveles simbólicos de las mercancías de la sociedad el espectáculo. La música ha perdido su fuerza evocativa y en gran medida esas bandas sonoras del metal, han quedado reducidas a ser el componente melódico de la publicidad. Apaciguados sus fuegos, neutralizados sus decibeles, codificada y empaquetada al vacío su poética; la música más rebelde, la más luminosa y la más oscura terminó oficiando en los altares de la sociedad hipermeditizada y una marca de jeans o un refresco, se convierten en la iconografía de lo que en principio fue una epifanía de signo equívoco. Entonces, la poesía queda reducida a ser una ceremonia privada que de vez en cuando alcanza los niveles de lo social. El poeta por lo tanto esta reducido de alguna manera a estar solo en su condición de creador de murmullos y pesadillas, cuando no, de subvertidor del orden del lenguaje mediante los juegos del prestidigitador o el tarotista, arriesgando en sus líneas de lectura, imaginando nuevos mitos para los arcanos mayores; creando nuevas derivas sobre las fronteras poéticas; feo troll que ha abandonado la zona de confort de su hueco en el árbol y ha entrado en el supermercado de las letras con malas intenciones. En ese conjuro metafísico está la fuerza de una magia que no termina de pronunciarse. Y hablo de alguien que va armado y desnudo con sus propios atuendos y sus amuletos, alguien que ha afilado sus navajas, no de name droppers de academia, ataviados con túnicas inconsútiles de preciosos brocados y pectorales con las lenguas disecadas de los muertos ilustres.


Un vocablo que no termina de experimentar su vuelo en las olas del viento y confrontado en la noche el mundo como una arma de cimiente eterna, elevado contra el firmamento; fuego de carnaval luminoso destinado a extinguirse en la corona de un sol niño que danza para su ronda de planetas.

Lo difícil de la poesía es consumirnos en su fuego, entender que sin ese sacrificio de nada valdría; como icarus alados sintiendo la plenitud de la luz en las cienes doradas, asaetados por los rayos de un sol que abraza la urna de nuestros corazones. Pero este gesto es algo que se hace alejado del aplauso y de la masa. Esto es algo tan secreto como el sepukku* ritual de un samuray bajo un cerezo azotado por las lluvias de abril. Mientras los miles y millones corean en los estadios bajo una marea de emociones. El poeta, muere muchas veces, bajo el filo sereno de las palabras convertidas en armas de acero livianas y silenciosas.

Arma de defensa personal contra la muerte: la poesía; sendero de la mano vacía que da el giro fuerte al peso del absurdo y el olvido; y que a veces, pocas veces, cuando entra en comunión con otros, se hace fruto colectivo y florece como canción de cosecha, de resistencia o de motivación intima. En última instancia es una disciplina emparentada con los rituales la alquimia personal, ya que el poeta en su laboratorio interior, trasmuta violencia, belleza y error, en algo breve, oscuro y luminoso al tiempo. Deseo de transitar hacia otros niveles de conocimiento. Unión y disolución en la luz bajo otros estados de conciencia. Trascendencia del escritor y el hombre que desaparece para siempre bajo las fuerzas de su propia historia. Solo queda el intento, el fracaso, el error, la huella quemada de los signos. Las armas vitales de una cacería siempre fallida.


*el sepukku (harakiri) del guerrero samuray japonés, algunas veces era asistido por compañeros de armas, pero la mayoría de las veces, era solitario y secreto.


O.G.R.

sábado, 27 de junio de 2015

THE PIRATE BAY (AWAY FROM THE KEYBOARD)



Producida  porSimon Klose , está basada en las vidas de los tres creadores de  The Pirate Bay (un tracker) - Peter Sunde, Fredrik Neij, y Gottfrid Svartholm.1 La filmación comenzó en el verano del 2008, un tiempo después de haber iniciado el proceso en contra de  THE PIRATE BAY y se concluyó el 25 de agosto del 2012.

La película incluye escenas cuando los tres fueron activamente parte del sitio, un extracto de la película salió a la luz en el 2009. El filme también sigue de cerca los acontecimientos que suceden durante el proceso judicial en contra de  THE PIRATE BAY. El sitio oficial de la película fue lanzado el 28 de agosto de 2010, juntamente con una campaña en línea para la captación de los fondos necesarios para cubrir el presupuesto de producción del filme ($25,000) los cuales servirían para contratar un editor profesional una vez terminado el proceso judicial. La totalidad de los fondos fue recaudada en tres días.